miércoles, 17 de mayo de 2017

Comprender la ciudad. La «Riqueza» según Pier Paolo Pasolini


LA RELIGIÓN DE MI TIEMPO, de Pier Paolo Pasolini 
Icaria Poesía, Barcelona, 1997

La religión de mi tiempo era el único de los grandes libros de poesía de Pier Paolo Pasolini (1972-1975) que carecía de traducción al castellano. En 1975 apareció la espléndida versión de Antonio Colinas de Las cenizas de Gramsci. Después se tradujo Transhumanar y organizar (1981) y Poesía en forma de rosa (1982), pero esa breve euforia por la poesía del gran cineasta desapareció y dejó fuera uno de sus títulos fundamentales, éste que ahora se presenta en una hermosa y acertada traducción de Olvido García Valdés. 
    La presente edición de Pasolini se suma a otras recientes de su prosa, hecho que indica cierto interés por este extraordinario escritor cuyas ideas e intuiciones, expresadas a veces en tono levantisco e irreverente, aún pueden ser útiles para entender la sociedad actual. Su poesía, que también almacena abundantes sorpresas, posee sin embargo un pequeño inconveniente formal. El gusto por el poema extenso, aunque mejor será decir muy extenso, y la devoción por todo género de impurezas en el verso, desde el prosaísmo —con frecuencia más ensayístico que narrativo— hasta el mero panfleto, tal vez distancien al lector de hoy, más amigo de brevedades y purezas. Y sería una pena que ocurriera algo así, puesto que la poesía de Pasolini encierra entre ganga y desmesura alguna de las visiones poéticas más lúcidas del mundo durante la segunda mitad del siglo XX, ese siglo jalonados de posguerras. 
    La religión de mi tiempo está formado por varios libros escritos entre 1955 y 1960. Entre ellos se encuentra uno de las mejores series que escribió Pasolini: «La riqueza». En 1961 apareció en Italia. 
    «Estoy aquí para sepultar el realismo italiano / no para hacer su elogio...» Así empieza uno de los poemas del libro, mención que resulta interesante para situar el conjunto. El discurso sobre la ciudad, central en la poesía de la época, corre el peligro de convertirse en mera idealidad, pese a partir de una intención realista, si se ocultan los polos de tensión de la ciudad real (no de la ciudad realista); en una palabra, si se convierte el discurso en un retrato unívoco. Este peligro es el que Pasolini quiso evitar en «La riqueza». Su visión de la ciudad se propone asumir y desvelar las tensiones reales que existen en ella. Así el primer poema asume (un verbo fundamental en la poética contemporánea, construida más con personajes que con personalidades) la mirada del obrero ante la obra de arte de prestigio, es decir, la tensión entre dos percepciones de la ciudad que rara vez se enfrentan. Otros poemas hablan de emigrantes cuya historia está en perpetuo conflicto con las metáforas usuales en la ciudad: «suele ocurrir / que tengan también un aire de ladrones: / demasiada malicia ancestral en esas venas...».
    Estas tensiones de la sociedad real obsesionaron a Pasolini, quien también supo desvelar las que anidan en su propio mundo lírico. En un fragmento de «La riqueza» el poeta abandona la ciudad abrumado («¡Ah, salir / de esta prisión de miseria!») para inmediatamente empezar a soñar en cómo le gustaría que fuera su casa, ¡en Roma! Esta contradicción se produce porque vida cotidiana y aspiración ideal comparten un mismo paisaje, y es ésta una sutil y lúcida percepción de la realidad
    Y esta tensión, en tercer lugar, afecta a la propia historia de la ciudad: «donde se cree / que acaba la ciudad y donde, en cambio, / recomienza, enemiga, recomienza / millones de veces, con laberintos / y puentes, obras y zanjas». De estas cosas habla «La riqueza», sin duda el mejor libro de cuantos forman La religión de mi tiempo, al hablar del tema fundamental de la vida de ciudad: la pobreza.

[Inédito, 1997]

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