RIMAS, de Gabriel de Henao
Edición e introducción de Carmen Riera.
Fundación Jorge Guillén, Valladolid, 1997
La poesía lírica en romance castellano –esa lengua vulgar que en la oralidad había abandonado siglos atrás la casa del padre, el latín, pero que en la escritura balbuceaba como un bebé— tardó doscientos años más en implantarse en la corte de Castilla que en los reinos vecinos. Recuérdese sólo que Alfonso X, impulsor de la prosa en castellano, escribió su abundante obra poética en lengua galaico-portuguesa. Sin embargo, cuando la moda poética se introdujo entre los cortesanos del altiplano, en el siglo XV, los eruditos cuentan un número asombroso de poetas, el más alto de todo occidente. No siempre la cantidad acompasa calidades, y en el XV ya es demasiado tarde para que nazca una poesía cortesana de importancia. Lo que el cedazo del tiempo en ese siglo no ha devuelto a la corriente del vivir es un único poema sobre lo que realmente les obsesionó: las Coplas de Jorge Manrique.
Dos siglos después la calidad poética se impone a cualquier criterio cuantitiativo, aunque, tal como afirma Carmen Riera, “la poesía era una moda arraigadísima en la España barroca y el género que atrajo un número mayor de aficionados y advenedizos”. Quevedo, Góngora, Lope, Villamediana... han oscurecido esa abundancia de poeta epigonales, muchos de los cuales nunca merecieron ni siquiera el premio venial de aparecer impresas. Este es el caso del poeta Gabriel de Henao, que nació en Valladolid en 1589 y murió en Madrid en 1637. Ahora, con 360 años de retraso, Henao ha conseguido, de la mano de Carmen Riera, que ha realizado una edición modélica, que sus Rimas obtengan el refrendo de la imprenta.
Carmen Riera ha rastreado los escasos datos que deja una vida sobre la corriente del tiempo. Gabriel de Henao fue caballero de la Orden de Santiago, legó una importante biblioteca y tuvo seis hijos; “legión de niños me grita” dice el poeta con alguna razón. Su obra poética —87 composiciones entre sonetos, romances, décimas y otras estrofas— se conserva en un único manuscrito que ha permanecido inédito hasta este libro, salvo cuatro poemas, profusamente impresos, que los críticos atribuyeron a don Juan de Tassis, conde de Villamediana. Max Aub dejó escrito que «entre miles llamados [poetas] menores existen algunos que escribieron un poema, tal vez dos o tres, tan buenos como los mejores», y éste es también el caso de Henao, cuyos mejores poemas nadie creyó —tal vez ni siquiera en su tiempo— que fueran suyos y se los apuntaron a otros. Sobre las poesías robadas dice el poeta con dolor que «unos las refirieron por suyas y otros por mías las olvidaron». Tal vez ésta sea la virtud primera de esta edición: devolverle a Henao lo que es suyo mediante acreditados argumentos filológicos.
Sobre la poesía de Gabriel de Henao poco se puede añadir al certero análisis que esboza Carmen Riera. Con ella se comprueba que se trata de un poeta que aspira al garcilasismo un siglo después de Garcilaso. Por eso tal vez su valor primordial sea el inmovilismo («En quieta posesión el pensamiento / se logra sin temores de perderos») en medio del siglo de la mudanza, el arrebato, el desmoronamiento y la agitación perpetua... el siglo barroco. Henao forma parte de esa clase de poetas que cuando los tiempos cambian drásticamente se empecina en los hábitos caducos.
En estas Rimas se reúnen todos los tópicos del petrarquismo despertando pocas complicidades. Hay un momento sin embargo en que Henao olvida las convenciones cortesanas y asume una vena satírica que logra al menos que el lector esboce una sonrisa casi cuatro siglos después de haber escrito el chiste: «Quejas, celos, desdenes, desengaños / cesaron, cuando en gratos himeneos, / también arrebatado de alegría, / el tálamo con ellos se movía».
[El Ciervo nº 567. Junio de 1998]
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