También en la historia de la poesía
portuguesa la fecha de 1927 se ha convertido en un hito. Aquel año de
celebraciones gongorinas en España, en Portugal aparecía una revista, Presença, que acabó por vertebrar desde Coimbra la
generación central del siglo XX. Esta coincidencia sin embargo resulta
meramente cronológica, pues presenta sentidos poéticos radicalmente opuestos.
Mientras en el 27 español se sitúa el punto de apertura de la tradición poética
hacia la vanguardia, el 27 portugués señala el momento en el que la poesía le cierra
la puerta a la vanguardia —la seguida por la generación anterior, la de
Fernando Pessoa— y se rearma de tradición. De hecho el ámbito intelectual de Presença tiene más elementos en común
con el 98 que con las ideas de sus coetáneos españoles. En 1927 Miguel Torga,
que aún no había decidido adoptar este seudónimo, tenía 20 años y era un
estudiante que aspiraba a entrar en la Universidad. Su paso por la revista fue
breve, aunque la huella que dejó en la época resultó bastante más intensa. No
era Torga sin embargo amigo de grupos y comunidades. Desde el principio sabía
que la suya era una senda no transitada: «Dejen pasar al que va en su camino».
Es el verso inicial de su Diario y
emblema de un arte poético solitario, «Que va lleno de noche y de desgarro».
Amador
Palacios reúne en Los primeros poemas del
Diário / Odas (Ed. Regional de Extremadura, 2018) los 46 textos en verso que
Miguel Torga incluyó en el primer volumen su célebre Diario, de cuya prosa existe una amplia selección traducida al
castellano por la editorial Alfaguara. Este colocar los poemas entre las
páginas de una escritura memorialista abre inmediatamente vasos comunicantes
entre verso y prosa. Muchos de los poemas están en relación con lo ocurrido en
la vida del autor durante un día. «Vine a ver…», es una perífrasis que se
repite, aunque este tipo de estructuras no introducen la esperada descripción,
sino una idea: «Vine a ver lo que soy». Escritos en un diario que retrata las
circunstancias cotidianas del autor, estos versos construyen un contrapunto
conceptual, una manera de condensar el significado de lo vivido. Y este papel
de los poemas en el Diario
proporciona de paso una pequeña lección: esa comprensión abstracta de lo real
mantiene la identidad poética frente al oleaje de la prosa, capaz de arrastrar
detalles, anécdotas, historias… Mientras el poema proporciona el tono: «Sin
ninguna razón, / El día puso un manto de tristeza».
Por
el contrario, muchos poemas que empiezan con un concepto existencial («La vida
está hecha de nadas»), continúan con precisas descripciones («Como una madre
haciéndole una trenza a su chiquilla») que entregan al lector una realidad que de
repente ha cobrado la dimensión de una metáfora. Y esta es también otra función
de la poesía desde la escritura diarística, la de mostrar la densidad simbólica
de lo real, actividad que Miguel Torga realiza con extraordinaria generosidad.
El
volumen se cierra con la traducción de otro de los primeros libros poéticos de
Torga, Odas, un título que connota la
poética generacional de redescubrir en el clasicismo argumentos que amurallen
la tradición frente a los vientos de la vanguardia. Un prólogo del traductor,
Amador Palacios, completa el volumen con lúcida información sobre el contexto
de este primer período literario de Miguel Torga.
[ABC Cultura, 4 de septiembre de 2018. Enlace.]
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