Li Bai A punto de partir
Traducción de Anne-Hélène Suárez Girard Pre-Textos, Valencia, 2005
«No tienen rival los versos de Li Bo. / Fuera de lo común son su elegancia y su talento. / Puros y frescos…» así empieza un poema de Du Fu (712-770) —que se cita en la traducción de Clara Janés y J. I. Preciado Idoeta—, contemporáneo de Li Po (701-762) y fundador de una estirpe inagotable de poetas que ha convertido al maestro chino en tema de su poesía, siempre con el mismo espíritu del primer discípulo: «¿Cuándo volveremos a vernos, / para hablar de poesía, / ante un vasito de vino?» Si hay un poeta para el que siglos, dinastías, civilizaciones… incluso malas traducciones importen poco para establecer un contacto directo, fraternal, íntimo con él, ese milagro se llama Li Po.
En estas pocas líneas de reseña escritas ya han aparecido dos maneras de nombrar al gran poeta chino, y ahora, al mencionar el título de la obra —A punto de partir. 100 poemas de Li Bai— aparece la tercera, que es la más correcta en relación a la transcripción oficial de la lengua china, que impone la “B” y prescinde de la “o”, que sería efecto de una pronunciación arcaizante. Cuando el lector abra por vez primera este volumen quizá piense que va a ser difícil, pese a la falta de corrección, extirpar de su memoria e imaginación el nombre anómalo aunque tan próximo de Li Po; pero cuando lo cierre es muy posible que la experiencia de esta lectura le aconseje pensar a partir de entonces en Li Bai. Si bien es cierto que las malas traducciones no han impedido que se intuyera su grandeza poética, estas versiones realizadas por la sinóloga Anne-Hélène Suárez Girard aportan una nueva dimensión, hasta ahora ausente, que engrandece su lectura: la latencia de la forma poética original.
En las traducciones habituales realizadas desde el chino de la Dinastía Tang (618-907) los textos se presentan con un aspecto de poemas en verso libre contemporáneo, sin marcas métricas de relieve que transmitan una intuición de la forma original, ausente en general de las ediciones. De hecho no es extraño encontrar que los célebres e impresionantes cuartetos chinos —los Jueju— se traduzcan en más de cuatro versos (ver, por ejemplo, el cuarteto «A Wang Lun» que el hispanista Chen Guojian traduce en seis versos en su edición publicada por Icaria en el 2002). Resulta evidente que entre el chino y las lenguas románicas hay un trecho muy difícil de saltar con solvencia, pero ¿hasta qué punto esta dificultad justifica que se prescinda de las marcas formales de origen? A nadie se le ocurriría traducir un jaiku en cinco versos, ¿por qué entonces traducir un cuarteto en seis?
Esta es la primera característica de las versiones de Anne-Hélène Suárez, que ha preservado con empeño lo que se podría denominar la latencia de la forma poética original. Incluir los poemas en chino, mérito compartido con un editor que se atreve a ello, proporciona la primera pista para la necesaria comprensión formal del texto, sin la cual la poesía pierde una buena parte de su esencia. La segunda está en sus comentarios, en los que la traductora no olvida dar informaciones también sobre la estructura métrica del poema original: el uso del pentasílabo o del heptasílabo, o de los versos quebrados de tres sílabas, aporta matices nada despreciables. Pero lo decisivo es que su traducción se ciñe con fidelidad al esquema métrico original, y si bien no es posible una regularidad en verso castellano, sí resulta factible una aproximación; así, un poema que alterna trisílabos y heptasílabos en chino es traducido en torno a las 7 sílabas el verso breve y las 14 el extenso. De esta manera ya no se lee un texto sin referentes métricos, sino que la versión reconstruye también la estructura que sostiene el significado que se pretende reproducir.
Con ser importante preservar la construcción métrica original —imaginemos sólo la impresión que causaría un soneto de Petrarca traducido en dieciséis versos—, hay otro aspecto formal de la poesía china aún más esencial: «Las estrictas reglas prosódicas del nuevo estilo —recuerda Anne-Hélène Suárez— imponían esquemas de paralelismo, de contrapunto tonal y de rima». Que una traducción renuncie a la rima resulta aconsejable, pero nada impide que se reproduzca el tercer aspecto prosódico, el paralelismo, que además tiene una intensa tradición en occidente desde las Cantigas de Amigo galaicoportuguesas. El paralelismo en la poesía china va más allá de lo sintáctico y lo léxico, juega también con lo conceptual y «puede ser afín u opuesto». El esmero por conservar en castellano este aspecto y su acierto al hacerlo son la característica principal de esta traducción. Leamos los cuatro primeros versos del poema «Canción para Yuan Danqiu» como ejemplo: «Amigo Yuan Danqiu, / afín al inmortal, / al amanecer bebes el agua del Ying, / al ocaso vas a las nieblas púrpuras del Song». Lo primero que se advierte es que la versión se ajusta al esquema métrico original, trasluce perfectamente el juego entre un dístico quebrado inicial y otro extenso. Inmediatamente después se comprueba que el poema en castellano no se limita a informar de un significado; el audaz paralelismo que la traducción consigue lo transmite también a través de una forma concreta: la identidad creada entre «amigo» y «afín» gracias a su simetría estructural refuerza la identidad entre el nombre y la cualidad de «inmortal». El dístico que sigue contiene un espléndido paralelismo, en el que el calco sintáctico engloba, a través de las oposiciones (amanecer-ocaso / beber-caminar / agua-niebla / río-montaña), una visión completa de la vida (amanecer-beber-agua-río) y de la muerte (ocaso-caminar-niebla-montaña). Y esta sucesión de opuestos simétricos connota la afirmación de los dos primeros versos: la cualidad de inmortal convierte al amigo en señor de la vida y de la muerte al mismo tiempo.
Sin duda la maravilla de estos versos que acabamos de leer está en el original, pero si se puede recrear perfectamente en una lengua tan diferente es porque antes alguien la ha percibido y se ha esforzado por reproducir con fidelidad todos los aspectos que se conjugan en ese milagro de formas que encarnan emoción que es la poesía. Y sólo de esta manera se alcanza a comprender de verdad la grandeza de Li Bai, el poeta que frente a un vaso de vino habla a los lectores como a estos sólo les han hablado su sombra y la luna.
[Clarín nº 59. Septiembre-octubre, 2005]
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