Cesário Verde, El libro de Cesário Verde,
Ed. Hiperión, Madrid, 1997
Es interesante indagar por qué motivo Cesário Verde, uno de los poetas imprescindibles de la literatura portuguesa, ha suscitado tan escaso interés en España. Existe entre las historias literarias de los dos países una curiosa asimetría: habiendo transitado ambas por el marco común del pensamiento estético europeo (ilustración, romanticismo, realismo, simbolismo...), en las épocas donde ha brillado, en una de las dos, una figura singular que ha impuesto su forma a un movimiento o corriente, la otra ha dado una nota intrascendente. Por eso tal vez sea tan difícil acercarse a la historia literaria vecina con los esquemas de la propia. Para un portugués, por ejemplo, la vanguardia —que le proporcionó escritores como Fernando Pessoa o Mário de Sá-Carneiro— es una época fundamental; para un español esos mismos años, los del espurio ultraísmo, no fueron más que el pórtico del 27. Y el 27 portugués —la generación de Presença— lejos de ser una edad de oro, fue un momento de clara —y honrada— recesión literaria. Esta puede ser una causa del desinterés: ningún lector español espera grandes cosas de la corriente realista en poesía porque poco ha encontrado en autores como Campoamor o Núñez de Arce.
La obra de Cesário Verde presenta, además, un modo de resolver la crisis del romanticismo en la segunda mitad del XIX —la «crise romanesca» de que habla el primer epígrafe del libro— opuesto a la experiencia española: mientras aquí Bécquer, desde dentro, exacerba la visión intimista y el idealismo amoroso, en Portugal Cesário despliega todas las banderas del realismo, del canto a la intrascendencia y a la trivialidad, de la ironía y del juego verbal. Algo que sólo se atrevió a hacer, ya en otro siglo, Manuel Machado en El mal poema.
Conviene matizar que el realismo de Cesário no fue el fruto de una imitación directa del XIX francés, como sí lo había sido su predecesor, Carlos Fradique Mendes, el poeta inventado con el que Eça de Queirós y Antero de Quental quisieron adecentar la anticuada poesía de su tiempo. El realismo es, en Cesário, una exigencia estética interna. Y la razón principal de esa necesidad es el descubrimiento de la ciudad y su respiración oculta. Esa «ciudad» es, de hecho, algo más que un retrato de la Lisboa rústica y triste del momento; es la intuición de las leyes ocultas que rigen el movimiento de las aglomeraciones urbanas: las multitudes, las diferencias de clase, los encuentros casuales... en los lugares donde la vida de ciudad se dirime: los café, los teatros, las calles comerciales... Álvaro de Campos señaló con lucidez este descubrimiento: «y qué misterioso el fondo unánime de las calles, / de las calles al anochecer, oh Cesário Verde, oh Maestro...». Este vínculo del poeta con la Lisboa de entonces —y también la de hoy—, en un sentido análogo al estudiado por Walter Benjamin para Baudelaire y París, resulta más determinante que cualquier influencia foránea.
«Las relaciones alternantes de los hombres en las grandes ciudades —afirma Benjamin— se distinguen por una preponderancia expresa de los ojos sobre la del oído». Esta es una de las claves también de la poesía de Cesário Verde: la capacidad visual de sus descripciones y de las acciones encarnadas por los personajes de sus poemas. Atractivo al que Cesário Verde suma un estado de gracia verbal insólito que sobrevuela motivos y temas, y otorga a cada estrofa un tono personal y único que fascinó a Pessoa y que creo capaz de seducir a cualquier lector español escéptico con los realismos.
[Clarín nº 11. Septiembre-octubre de 1997]
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