martes, 1 de junio de 2021

Días de cine: un diario de Carlos Losilla


Carlos Losilla (1960) se pelea con su nuevo género en Deambulaciones. Diario de cine, 2019-2020 (Ed. Muga, Gijón, 2021). Al «diario» llega de otra pelea aún más profunda, que se menciona en contracubierta: «¿Por qué un diario? Pues quizá porque quien aquí se pone a escribir ya no confía en los demás discursos, ni en la crítica de actualidad, ni en el artículo académico, ni en el ensayo especulativo». El diario como única alternativa no al agotamiento de los géneros discursivos al uso, que ya han renunciado a una escritura noble, sino al silencio. El diario como última posibilidad. 

No es una ocurrencia, aunque el autor lo dude en muchos momentos. Y se agradece que no haya borrado las entradas donde cuestiona lo que por inercia se había puesto a hacer: la crónica del tiempo extraño que había irrumpido —el confinamiento— nada más iniciado su libro rebelde. La rara cotidianidad parecía alejarle de su propósito: escribir sobre cine. Un propósito que el diario convertía en imposible, si la cotidianidad le alejaba de su objetivo, su objetivo le alejaba del diario. El conjunto queda dividido por esta cuestión en tres bloques. (1) La meditación inicial sobre la elección del diario, (2) el abandono de la cotidianidad diarística y (3) el regreso a la digresión sobre el género utilizado. La parte central es, de hecho, un monolítico ensayo de cinefilia partido de manera arbitraria en días, sin que lo que ocurra en los días aparezca por ninguna parte. El lector puede entrar también, por esta puerta, en el debate que el autor no consigue dirimir: ¿ha acertado al escribir su libro en forma de diario? Mi opinión no admite dudas: si no hubiera regresado a la escritura que el paso de las fechas moldea con la incidencia directa del presente en lo expuesto, no hubiera llegado mi lectura hasta el final. El gran acierto de Deambulaciones es descubrir el valor del diario para crear conocimiento en un ámbito humanístico al fundir ideas sobre cine, noticia de la subjetividad que las piensa y retrato fidedigno de su avance y discusión a través de la escritura día a día.  

El núcleo cinéfilo del diario lo constituye un análisis de la evolución del cine en sus décadas fundamentales, los 50, 60 y 70. Es decir, desde «el esplendor formal de los años 50» y la fragilidad de los 60 hasta la agonía del cine en los 70. Y tras la «muerte del cine», la irrupción del relato sin fisuras, en los 80, el triunfo del espectáculo clónico del cine, la reedición de sus «orígenes idealizados». No sé si este trazo en el tiempo de la evolución de las ideas sobre el cine admite comparación con las ideas sobre la poesía. Salvando la dificultad de comparar la breve historia del cine frente a la milenaria historia poética, se puede observar cierto paralelismo, debido sin duda al talante de las décadas. También la poesía supuso en los años 50 un «esplendor formal» que acabó por situar un punto y aparte en su evolución. Y los 60 iniciaron la senda del desmoronamiento sereno de lo monumental en la construcción poética, hasta llegar a unos 70 dispuestos a arrasar con todo a su paso, turbados por el germen de las postrimerías.

Me ha sorprendido la visión póstuma que Carlos Losilla ofrece del cine en los 80. Resulta reveladora su idea de una vuelta al relato, al «falso relato» especifica. La poesía de los 80 también regresa al relato, pero este relato, salvo para quienes lo defienden, se percibe siempre como falso. Es el gran debate de la poesía de los 80 e implica una concepción más amplia, que incluye la actitud artística en general: el relato contra la vanguardia; la vanguardia que desprecia el relato. Es precisamente esta oposición la que crea el magma de los 80. También la que condena a unos y otros contendientes. El relato como anti-vanguardia conduce directamente a la autoayuda. La vanguardia (tras la devastación de los 70) sin la voluntad de recuperar el relato se pierde en sí misma. Los artistas que emergen con valor en esta década son quienes funden ambos conceptos que el pensamiento había convertido en irreconciliables: Juan Muñoz o Miquel Barceló son sus emblemas más reconocibles. En poesía tal vez continúe pendiente la lectura de la década con la suficiente distancia, porque las crónicas escritas hasta ahora solo son ejemplos fehacientes de las insondables dimensiones de la ignorancia.

Para volver al diario diré que para un lector que ama el cine sin ser cinéfilo tal vez lo que más aprecie sea el carácter efímero de la película. Mis películas las he visto en salas, grandes o reducidas, luego en televisión, con anuncios de por medio y ahora disfruto en la plataforma que me las ofrece y me encanta borrarlas cuando acabo. Verlas sin tener ninguna necesidad de «poseerlas» es para un bibliófilo aficionado una bendición. Por eso me ha resultado revelador entrar en el detalle de la cinefilia, esas confesiones menudas que solo el diario es capaz de recoger con entidad de escritura: «He intentado evitar por todos los medios esa extraña sensación que me asalta cuando me sitúo ante una película que ya no me pertenecerá cuando llegue a su final, que no podrá regresar a su estantería o a su lugar…del disco duro». Desazón que comparto cuando leo un poema que me impresiona y no tengo el libro en las estanterías.


[Inédito]

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