A
observar cómo la angustia penetra en el lenguaje dedicó Maurice Blanchot
(1907-2003) el primero de sus títulos de crítica literaria, y aunque el
conjunto de trabajos parciales que reunió con este propósito no realizó
descubrimientos notables, si anotó en el preámbulo al libro la que tal vez sea
la sutil diferencia que existe entre torpeza y literatura: «El escritor no
escribe para expresar el desvelo que es su ley. Escribe sin meta, en un acto
que posee, sin embargo, todas las características de una composición meditada y
cuyo desvelo requiere, en todo momento, su realización». Ha de ser tenida en
cuenta esta observación en la lectura de Sacrificio,
cuarto título de poesía de Marta Agudo (1971). Un libro que no trata, no
ilustra, no argumenta su desvelo;
este se realiza en el curso de la
escritura.
A la enfermedad la poeta había dedicado
su libro anterior, Historial (2017),
en el que el asunto central cobraba corporeidad casi narrativa: «El día quince
de mayo a las doce y media salió de la consulta con las palabras “enfermedad
sin tregua”». Así empieza el primer fragmento del libro; el segundo, «Y me
nombras, enfermedad», convierte el asunto central en personaje de una
dramatización. Sacrificio da un paso
más allá, en el sentido que Blanchot había sugerido para el modo cómo la
angustia se manifiesta en el lenguaje: «No es un estado, es una condición. /
Estar enferma. / Puro centro, puro milímetro donde asentir lo humano». La
escritura ha dejado de ser el objeto de una estrategia poética; ahora es la
encarnación misma del desvelo, de la
«enfermedad».
Esta «condición», que por serlo no
distingue entre «estar enferma» y escribir, tiene desde la primera frase del
libro otra dimensión: «Volcada hacia fuera: extensión de la forma». La forma
remite a la escritura, pero la actitud que la anima procede desde «fuera». Este
exterior se remonta, en los poemas siguientes, al origen mismo («aquel soplo
inicial», «Uno a uno lloramos al nacer»), hasta la afirmación calderoniana de
la ascendencia: «Sin más juicio que nacer…» (la primera de las citas que
amparan el libro es, claro, de Calderón: «que delito cometí / contra vos
naciendo…»). La dimensión en la que se inscribe Sacrificio es la de la tragedia clásica, donde el héroe trágico es inocente del mal que padece. Aunque la
mitología contemporánea prefiera desatenderlo, la enfermedad continúa siendo el
eslabón que actualiza a los grandes clásicos griegos: la ferocidad de una
condena que es enteramente ajena a la responsabilidad individual, la gran
innovación de la civilización cristiana.
El libro avanza fiel a esta condición
en la que enfermedad y escritura se funden, o mejor, se cumplen. El recorrido es arduo y Marta Agudo lo realiza con una
clarividencia inapelable: «Habito en la circunscripción del miedo». Los motivos
esenciales del desvelo se suceden con
lúcida sequedad, desde la transfiguración de la experiencia que padece el
enfermo («aquí una vía no es rumbo, sino maniobra para pretenderte / inmóvil»),
hasta el aprendizaje y la convivencia con las postrimerías: «Dame la postura de
la muerte, su estudio preparatorio». Sacrificio
es una estremecedora meditación en la que su autora, Marta Agudo, encarna en la
escritura poética la esencial fragilidad y desamparo frente a su naturaleza del
ser humano.
[Clarín nº 154. Julio-agosto, 2021]
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