sábado, 5 de noviembre de 2022

Noción de la letra A | «Tanto es así», de Antonio Méndez Rubio



De Antonio Méndez Rubio dijo Eduardo Milán que «proviene de una tradición de poetas-pensadores, poetas conflictivos con el lenguaje». Y de Tanto es así (Vaso Roto, Madrid, 2022) se podría empezar diciendo que se trata de un libro que proviene de una extensa bibliografía —es el decimotercer título del poeta— y, como tal, fruto de un incesante conflicto de la escritura consigo misma. A diferencia de la mayor parte de los autores, que estabilizan estilo y tono en el tiempo para abordar asuntos diversos en publicaciones diferentes, la poética de Méndez Rubio sufre en cada libro la erosión, temporal y vivencial, tanto de la manera de expresarse como del mundo reflejado en esta. De modo que la descripción significativa, tan concreta y pormenorizada en sus primeros libros, en los años 90, ha llegado hasta el presente como una dicción abstracta donde resta todo lo ya expresado y merma lo que queda por decir. 

Por poner un ejemplo, si en 1998, el poema «Detalle» describía «Algunas hojas muertas se reúnen / al pie del eucalipto. Puedo olerlas / todavía. Oír su contingencia…» con el fin de revelar la sorpresa de su germinación; el poema «Hacia ningún interior» empieza «Hojas que ni yo / veo crecer de la nada / hasta más allá: os pertenece / cualquier palabra / que no quise decir...» y concluye: «es justo lo que me falta / sentir para seguir / viviendo». De modo implícito este poema muestra la condición de la escritura como un destino sometido a su propio desgaste, pero también con la conciencia clara de lo que le falta aún por decir. Tanto es así es, en primer término, el reflejo poético de ambas circunstancias: «luz que / desiste de más luz».

La erosión afecta a la manera de significar. Al desaparecer los contextos retóricos y descriptivos, ya expresados en otros libros, los poemas apenas contienen las nervaduras del pensamiento que resisten. La poesía cobra un tono adusto, descarnado, incluso coloquial, pero sin los meandros de lo coloquial. Se intensifica su valor gnómico, el lector encuentra en los poemas adagios como piedras preciosas que han quedado, de repente, a la intemperie: «No escribo, te leo los labios». O «una ausencia de agua en la que la sed no exista». O «El miedo al vacío ayuda a seguir dentro». O «Los cuerpos se esconden de sí mismos». Frases con una extrema densidad de contenido en sí mismas, que el poema acoge, pero no desarrolla.

Pero el desgaste también afecta a la noción misma de significado. Un breve poema de la primera sección invita a pensar «lo peor» para el destino de «una flor / cualquiera / al ser intercambiada / por su significado». Tal vez por ello Méndez Rubio considera, en su habitual manera aforística de denotar, «Que el significado es una palabra / de menos». O descubre que «un símbolo» ya no es capaz de significar («Y / no es eso») cuando «pone / juntas dos / cosas sin / mencionarlas». Por otra parte, el primer poema del libro se pregunta si las estrellas se alegran de que sepamos «que ya no están / donde las vemos», y se responde que la única respuesta es si «una pregunta así / es para ti suficiente». Lo que supone una enmienda solipsista a la totalidad del conocimiento objetivo, y también al predominio de lo temático en los versos. Las consecuencias de esta pérdida de las convenciones literarias tampoco se le escapan al poeta, que convierte en motivo recurrente la práctica de una escritura sin escucha: «Tú hablabas para no ser oído». 

La conciencia de todos estos procesos de extenuación del lenguaje incrementa la atención lectora sobre Tanto es así, pero no anula su dimensión temática, que no se expresa de modo ordenado en un devenir denotativo de la escritura, sino a través de connotaciones que surgen de manera centelleante en textos que parecen tratar otros asuntos. Destellos de significado que, aquí y allá, tejen la densidad temática de las nervaduras a la vista que recorren el conjunto. Desde el inicio el libro se interroga sobre la evanescencia: «¿Es de verdad / necesario que todo / esto desaparezca?». Lo que al principio parece un concepto, se expande a través de los poemas sin concretarse, o mejor, siendo la inconcreción su raíz: «a la espera de un final sin doctrina». 

La última sección del libro, «Diván de A», es un único y extenso poema de tintes elegíacos —«Una luz se / queda en nada / sin que se diga para qué»—, donde lo que desaparece se erige en el centro de una agria meditación existencial sobre las pérdidas: «Ya asoma la huella / desprovista / de ti…». Se trata de una reflexión elegíaca que no padece el final de un cauce vital («Que no te han enterrado es evidente»), sino una alteración análoga, una «separación» del curso de la vida. «Un árbol / por arrancar» que escapa a los designios de las convenciones retóricas, mientras escudriña entre el «vacío» y la «nada» la letra del abecedario que se queda sin nombre al que nombrar. 


[Letras 21 | nuevatribuna.es | 4 de noviembre de 2022 | Enlace]

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