Detrás de
Clamor en la memoria de Dionisia
García (1929), un libro personal, íntimo, casi un diario en verso, hay dos datos
literarios que conviene recordar. El primero es el principio sobre el que se
asienta la propia existencia de la poesía, el hecho de que cuanto más
particular sea lo que se exprese, mayor significado cobra para el lector. Y el
segundo es uno de los títulos fundacionales del arte poético occidental: Rime in vita e Rime in morte de Madonna
Laura, en el que Francesco Petrarca convierte vida y muerte en idénticos
para la meditación amorosa. El libro que ha escrito Dionisia García podría
subtitularse, siguiendo el ejemplo petrarquista, como Versos en la muerte de Salvador. Anoto el nombre del destinatario
porque así aparece en una nota preliminar de la autora: «Tú, Salvador, estás
aquí con nosotros, en nuestros hijos». Cuanto más singular sea el poema, más
plural es su lectura, la paradoja que ilumina este libro.
Dionisia García divide en tres partes sin
ninguna indicación temática el conjunto de poemas que forman esta extensa
reflexión elegíaca, pero la lectura advierte por debajo lo que la autora, con
excelente criterio, no ha querido subrayar: el curso cronológico del duelo. Así
los poemas agrupados en el centro del libro, entre el final de la segunda parte
e inicios de la tercera, muestran el sentimiento a flor de piel del
acontecimiento. «Hoy es la despedida /
de este mar de nosotros», así se inicia el poema «Exequias» y su expresión no
puede ser más afortunada como definición del propio libro, lo que Clamor en la memoria despide es la
inmensidad vital de un «nosotros». Pero no va a ser este su argumento, sino solo
la constatación de un punto de partida: «Sé que no oyes / las palabras de amor
tan repetidas / a través de los años / ahora huecas, sin sentido, / como
palomas ciegas». El final de un «nosotros» vital, vivencial, vívido. Una raíz
de tantas palabras vividas, de
repente, desaparecido. El clamor que emerge de la memoria va a construir y
conformar, como argumento propio de este libro, un nuevo significado para la
concepción del «nosotros», y este será su valor poético esencial.
Ante el vacío en el que sume la muerte
lo que vivía, la poeta descubre un leve hilo de Ariadna para transitar el
laberinto: «Sin embargo, quién sabe… / Recuerdo tu sonrisa». Entreabierta la
puerta del recuerdo, el libro empieza
a evocar. Un retrato al óleo, obra del pintor José Lucas, conserva la
presencia: «cuando yo ya no esté, aquí me tienes». Los libros de uno y de otro,
de ambos, los autores con los que se regalaban, las lecturas compartidas…
«Cuidaré de los tuyos como nuestros / y dejaré en sus páginas / las miradas
aquellas…». El recuerdo ha dado un paso adelante, a través de las páginas de un
libro, la transformación de la mirada lo ha convertido en presente. En
paralelo, la evocación de los viajes emprendidos a lo largo de la vida no se
realiza desde la recuperación de los lugares visitados, sino desde el punto de
vista del ausente: «Entrabas con respeto en los lugares santos, / las gentes de
Israel llamaban tu atención». Y a partir de esa interpretación del recuerdo se redescubre
la esencia del «nosotros» perdido, «Para seguir camino, / tu brazo rodeaste a
mi cintura», ahora revivido en el presente: «vimos ponerse el sol de otra
manera».
El presente, sin embargo, no se engaña
con los espejismos de lo evocado e interpretado. Asume su condición: «En
soledad pregunto y nadie me contesta». El poema «Al despertar» lo expresa con
claridad, empieza «He soñado contigo» y concluye: «Un despertar inquiero / me
llevó a darme cuenta: / la habitación oscura, / y yo ya estaba sola». Pero a
partir de esta constatación, de manera inusitada centellea otro «nosotros». Al
regresar al «lugar compartido», la casa junto al mar, súbitamente: «El mar
aguarda. / Yo, lenta y temerosa. // De repente te tiras de cabeza». Este gesto
ya no es solo un recuerdo del pasado. Ocurre y no ocurre en el presente. Es la
virtud de la memoria, cuyo resplandor ya no es una estampa, sino una potencia
activa del acontecer: «Has estado conmigo todo el día».
Es
la construcción de un «ahora», y su reflejo necesario ha de ser el reconocimiento
de un «allí». La relación que se establece entre ahora y allí es un
diálogo: «Cuéntame alguna historia / de las allí vividas». Y la persona verbal
que reúne un yo y un tú es, de nuevo, un «nosotros», diferente al que transitó
por el tiempo tantas décadas, pero con un significado real para la vivencia del tiempo presente, para la transformación también
de la manera de amar, epicentro argumental de Clamor en la memoria. El poema «Presentación» lo expone con
lucidez. Rememora un homenaje poético donde la ausencia ejerce su protagonismo
«En la primera fila no estuviste». En el acto «Leyeron el poema, / el de la
Romería, / cuando por vez primera / me cogiste de la mano». Y al salir, «desvío
la mirada, / que surge detenida / en la primera fila». Lo que no ocurre existe
fundido con lo que ocurre a través de la memoria. De su clamor. Esa vida que, paradójicamente, emerge de la mortalidad. Una
vivencia personal que revela, a través de un duelo poético, las regiones
insondables del vivir humano.
[Inédito]
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