No sé si el volumen cuya edición nos ha
reunido esta tarde es el que ha tardado más en imprimirse desde que fue ideado,
pero sin duda es el más lento de la pequeña historia de la editorial Polibea.
No puedo afirmar que haya tardado 100 números en aparecer, es decir, 14 años
desde que Días impares, un precioso
libro de Isabel Bono diera inicio a Los Conjurados (hoy El Levitador) el día 4
de octubre de 2008. No ha tardado 100 números, es cierto, pero sí 95. Tras la
edición del número 4, en junio de 2009, ya empezamos a hablar de la edición de
un libro titulado «Rafael Pérez Estrada antes de Rafael Pérez Estrada» que
reuniera la obra más que dispersa, inencontrable, escrita por el poeta antes de
su propia revolución copernicana en 1985. Podría haber sido el libro que hoy
presentamos el número 5 de la colección, pero quien tenía que reunirlo ni
siquiera lo empezó. Pudo ser el 20, el 40, el 70, todos ellos proyectos que se
encargaron y nunca se entregaron, pero ha tenido la paciencia de esperar a ser
el número 100. Y la verdad, no podía haber sido de otra manera Dos cosas deja
claras este libro: no tenía ninguna prisa por aparecer, pero quería, cuando le
tocara, hacer historia. Y la ha hecho situándose en el epicentro del catálogo
de una pequeña y hermosa editorial de poesía, hoy ya centenaria en títulos.
En vida, Rafael Pérez Estrada, publicó
sus libros de tres formas diferentes. Su preferida fue las ediciones que cuidaba
él mismo y se imprimían (cito) «en Sur, hoy Dardo, Alameda Principal, 37, de
Málaga, por los hermanos Andrade», como rezaban los colofones de la época.
Aquellos volúmenes en tipografía manual y papel verjurado que se distribuían
solo entre conocidos fueron los que Rafael eligió para las primeras ediciones
de sus libros más importantes: El libro
de horas, Jardín del Unicornio o Bestiario de Livermoore.
Otros títulos aparecieron en ediciones
similares. Cuidados cuadernos que formaban selectas colecciones de poesía con
la misma exquisitez gráfica que Rafael elegía para sus títulos y que
proliferaron en los años 80 y 90 a lo largo de toda la geografía peninsular con
una distribución que hoy denominaríamos de proximidad. Y, en tercer lugar,
claro, las ediciones convencionales, de tirada más amplias y presencia habitual
en librerías. Esta complejidad editorial presentaba una cartografía imposible
para los lectores interesados, con títulos agotados casi desde su publicación e
infrecuentes también en las librerías anticuarias por los vínculos que
estrechaba el lector de Rafael con sus libros por la dificultad de
conseguirlos.
Esta caótica situación cambió en 2020
con la edición del volumen Poesía, primero
en aparecer de la Obra Reunida de Rafael Pérez Estrada, compendio de todos los
libros poéticos del autor al cuidado de Francisco Ruiz Noguera y en edición de
Renacimiento. Un volumen extraordinario, de más de mil páginas y un kilo
ochocientos gramos de peso. En su conjunto se trata de la reunión de 24 títulos
de obra poética publicada durante los quince años más fértiles y geniales de su
biografía, entre 1985 y 2000. Poesía contiene
la obra que se considera canónica desde la propia opinión del poeta, que otorgó
a la edición del Libro de Horas, en
1985, en edición de Sur, ayer Dardo, hoy Centro Cultural Generación del 27, el
papel de refundación definitiva de su escritura.
¿Y dónde se encuentra la poesía
anterior a 1985 escrita por el poeta malagueño? Pues desde hoy esta es la
pregunta más fácil de responder. Está en este libro, en Santuario, Rafael Pérez Estrada antes de Rafael Pérez Estrada, 1972-1985. Y este volumen nace con la
voluntad de convertirse en el punto de referencia del primer Rafael Pérez
Estrada.
Los orígenes poéticos de Rafael se sitúan
a la sombra de sus dos primeras vocaciones literarias, como narrador y como
dramaturgo. En 1968, cuando publicó su primer libro, Rafael tenía 34 años.
Dibujaba y pintaba desde la adolescencia y, presumiblemente, también
escribiera. Pero su inicio literario no era fruto de juventud, sino un texto
perfectamente pensado, conjuntado y escrito, Valle de los Galanes, una serie de narraciones poéticas que
evocaban el ambiente de la vida malagueña en los años de su infancia, recién
acabada la guerra civil. Una delicada selección léxica, un tono intensamente
lírico y párrafos brevísimos acercan lo poético a estos textos narrativos con
vocación de evocar un mundo perdido.
En las bibliografías de la época el
autor señala como su primer libro de poesía Informe,
publicado con 38 años, en 1972. El volumen antológico que hoy se presenta
mantiene aquella voluntad de arranque poético perezestradiana, pero hay que
empezar afirmando que Informe no es
un libro de poemas. Sí contiene, en sus ocho secciones, cuatro textos en verso,
es decir, cuatro poemas, y desarrolla asuntos relacionados con un poeta. No es
un libro de poesía, pero sí es un libro singular. Si se puede hacer la analogía
con las artes plásticas, se diría que este libro no es pintura ni escultura,
sino una instalación verbal, incluso una perfomance
textual, donde se realiza la simbiosis del lenguaje técnico —un informe
policial— con una combinación de elementos literarios narrativos, dramáticos y
poéticos.
El primero de los poemas de Informe es también el que abre Santuario, que recoge no solo el poema,
sino el capítulo completo donde aparece en forma de instalación artística con lenguajes diversos. Las
características de este poema extenso los son también de la primerísima época
perezestradiana, y que incluye otros cuatro poemas insertos en una pieza
teatral, Nana para asesinar a Yocasta.
Es una poesía que conserva algunos acentos lorquianos, pero no los más evidentes.
Escrita para ser declamada, encuentra en los juegos repetitivos y en una
imaginería levemente surrealista una manera de significar propia de la
vanguardia de los años 70, con la que se muestra en perfecta sintonía, pese a
no corresponderle por generación.
Entre
1972, fecha de arranque de la poesía perezestradiana, y 1985, en esos trece
primeros años de evolución, publicó seis títulos; tres de una dimensión
convencional, y otros tres de extensión reducida. El primero fue Testal Encíclica, con diez poemas, que
se recoge íntegro en la presente antología —como los otros dos de extensión
semejante. El libro se publica también en el fértil año de 1972, pero ya no
comparte atributos con los poemas escritos a la sombra de la narración o del
teatro. Para su primera poética autónoma, Rafael elige una manera de escribir
completamente diferente. Da un giro hacia la oscuridad, en busca de un
hermetismo significativo de raíz claramente barroca. Y entre la profusión de
imágenes, metáforas, términos inesperados se advierte un tema dominante,
intensamente lírico, que es el asombro y la incandescencia emocional ante el
amor erótico.
Entre
los seis títulos y los poemas publicados de manera aislada o inéditos, en el período
que abarca la antología, el corpus conocido de la obra perezestradiana alcanza
los 138 poemas, una pequeña parte de ellos con una extensión notable, de
centenas de versos; la mayoría poseen una extensión media, entre los veinte y
los sesenta versos; y hacia el final del período aparecen los poemas breves,
con menos de veinte versos. De estos 138 poemas conocidos, Santuario selecciona 88 textos, que son los que propone para la
lectura actual de esta época. Es decir, un 63 por ciento, casi dos tercios del
total de poemas escritos por el autor. Una proporción que resulta
suficientemente representativa.
Cabría
preguntarse ahora en qué se diferencian estos poemas anteriores a 1985 de la
obra que el poeta emprende a partir de esta misma fecha. Hay una diferencia en
la esencia de su escritura, y, después, diversas diferencias concretas.
Empecemos por la esencial. Antes de 1985, Rafael Pérez Estrada era un autor
literario en diversos géneros. Publicó, como ya se dicho seis títulos de
poesía. Pero en sincronía envió a la imprenta ocho libros de narrativa (unos de
relatos, otros con un formato experimental pero que se podría considerar
novelístico) y escribió —entre las que se publicaron y las que quedaron
inéditas— dieciséis piezas teatrales de diversas extensiones, unas de un solo
acto, pero otras con un desarrollo dramático completo para una representación
convencional. Es decir, escribió, siempre con una vocación estética de
vanguardia, poesía, narrativa y teatro. Pero a partir de 1985, la revolución
consiste en escribir en un único género literario, donde incorpora elementos narrativos
y dramáticos, pero siempre bajo un claro amparo de lo poético. Un género
poético singular, ajustado con exactitud a su medida creativa, de una gran
feracidad y que fue evolucionando desde 1985 hasta el año 2000 a la par que iban
sucediéndose esos veinticuatro títulos que recoge el volumen Poesía de la Obra Reunida.
Al inicio de los años 80 los poemas perezestradianos muestran una nueva transformación. La oscuridad se abre, el protagonismo lingüístico se relaja y los textos pasan a reflejar un mundo que le rodea, que el poeta describe, aunque nunca se contenta con la mera descripción, sino que interviene en el texto a veces con una voluntad moral, otras veces con ironía, pero siempre con la intención de descubrir los sentidos ocultos y verdaderos de la feria de vanidades en la que transcurre la vida. El amor erótico sigue siendo un tema germinal de sus poemas, pero ha sido desplazado del centro exclusivo de interés del poema por esa voluntad de juicio del mundo y de especulación en su naturaleza, como sugiere el título de un libro de aquella época, del que elijo un texto emblemático de su escritura con el que cierro esta mínima lectura cuyo único propósito ha sido despertar el interés por este territorio poético inicial, extraño, intenso y quizá desconocido para muchos de los lectores incondicionales del gran Rafael Pérez Estrada.
[Inédito] [Enlace con la editorial]
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