domingo, 27 de mayo de 2018

Contribución a una antología de la falacia


LA OTRA JOVEN POESÍA ESPAÑOLA, de Alejandro Krawietz y Francisco León. 
Igitur, Montblanc, 2003 

En un alarde juvenil, los autores de esta antología, con poco más de 30 años, consideran que «la escena de la poesía española... se halla influida... por el legado de tres décadas de confusión y falacia crítica». Para ser la primera línea del prólogo, no está mal. Pero en cuestión de falacias, mejor ir por partes. Gil de Biedma recordó que toda antología es una operación publicitaria de un grupo de poetas jóvenes en el intento de darse a conocer. No hay palabras más exactas para definir La otra joven poesía española, y esta pequeña falacia implícita sólo merece un adjetivo: encomiable. En efecto, se trata de un grupo de poetas canarios quienes han ideado esta ingeniosa trama al presentarse junto a algunos nombres destacados de la poesía última, bien conocidos por la crítica, como Vicente Valero o Ada Salas, y también acerarse a otros con un papel destacado en revistas o editoriales, con el aval de sentirse una nueva generación. Excelentes poetas canarios siguen en el olvido por no haber ideado una trama así con la que vencer las inercias y ensimismamientos peninsulares. Encomiable, pues.
    Sobre la «falacia crítica» de las últimas tres décadas cabe sólo hacerles una objeción a la totalidad de la afirmación: la única referencia crítica en todo su extenso prólogo es José María Castellet, citado directamente en su antología de los Nueve novísimos e indirectamente como impulsor del proyecto realista de la poesía de posguerra en Veinte años de poesía española. Con ser importantes ambos libros, reducir la escena de la poesía española a su estrecho legado es, siquiera, un poco falaz.
    Otra falacia menor del prólogo es el concepto de «literatura de excepción», que trasluce bien el orgullo del diferente, pero que aquí se presenta como la única visión auténtica de la historia de la literatura: sólo existen las excepciones. Es difícil aceptar de buen grado tal programa literario, ¿no sería más interesante esforzarse por encontrar un paradigma crítico capaz de reunir todos los fenómenos literarios, el canon y la excepción? A uno le parece tan insolvente la canónica ignorancia de la singularidad como el rechazo en bloque desde el margen de lo que realmente ha ocurrido.
    Con todo, estas cuestiones resultan menores frente a la mayor falacia de esta antología, que coincide exactamente con su pronóstico inicial: «la confusión» que saetea la poesía contemporánea, y a la que Krawietz y León no son ajenos. Su prólogo es una encendida defensa de la modernidad y una denostación igualmente apasionada del realismo. Nada que objetar a esta proclama, pues es bien sabido que lo moderno es un valor en occidente desde el siglo X. La confusión surge al leer los poemas de los antólogos –que inmodestamente se incluyen en la antología—, que poseen evidente interés. En uno de Francisco León, elegido al azar pero no excepcional, se lee: «El camino entre huertas / hasta la casa, sus columnas / de madera esculpida / por las lluvias... / acaso el débil canto / de una fuente de mármol/ presentida en silencio, / las aguas estancadas que en su fondo / de apelmazados limos / custodian las voces...» ¿Qué tienen que ver estos versos con las vanguardias históricas, la crisis del lenguaje y cuantos conceptos convoca su autor en el prólogo? ¿No están más próximos del realismo que tanto censura? ¿Por qué ensalza a Juan Ramón y escribe como Machado? Melchor López redacta: «Trabaja enfrente. / La camisa entreabierta. / Se llama Águeda.». Me pregunto si este texto también puede «considerarse heredero de los lenguajes de la modernidad». Lo falaz siempre es, en efecto, la confusión.

[El Ciervo nº 640-641. Julio-agosto, 2004]

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