viernes, 25 de mayo de 2018

Pasen y reescriban los poemas de José Luis García Martín


MUDANZA, de José Luis García Martín 
Pre-Textos, Valencia, 2004 

Como una obra completa, antes que como una antología, presenta José Luis García Martín (1950) el volumen Mudanza, aunque tenga 150 páginas menos (con tres libros más) que su anterior recopilación, Material perecedero (1998). Este mismo título, junto a la suma y descarte simultáneos o al generoso ofrecimiento para que los poemas «puedan ser reproducidos, plagiados...retocados» forman parte de una desacralización del artista que trata de situar al autor en el bando del lector. Hay detrás de esta actitud una discreta broma antimoderna, y tal vez el título, Mudanza (lo opuesto a la eternidad que se le supone a la poesía), participe de la misma impostura. O quizá no, y entonces cabría leer estos poemas esenciales de García Martín como el trazado o la concepción de un cambio. ¿Será así?
    Lo primero que se constata es que los dos pilares donde se sostiene el entramado poético de García Martín han permanecido inmutables a lo largo de tres décadas de escritura. Uno es el tema axial del conjunto: la vivencia del amor como una desposesión. De este tema derivan los asuntos reiterados en todos sus libros: la soledad («mi noche inmensa de hombre solo» declara uno de los poemas últimos del autor), la discontinuidad de la experiencia amorosa, la mitificación de la despedida e incluso la exaltación de la «compañía» de libros y autores clásicos. El otro pilar no alterado por los años es una poética que busca expresar no la experiencia duradera y transmisible, sino aquella otra concreta, fruto de las vivencias personales e intransferibles, que en lugar de argumentos forma una mera yuxtaposición de imágenes en clave privada (la enumeración es uno de los recursos más frecuentes del poeta). En Mudanza hay varios poemas que la hacen explícita con gran acierto: «El ave que traza un círculo en el cielo, / el viento que arrebata las hojas de los árboles / la piedra que cae, la nube que pasa, / el ruido de un insecto, el olor de la yedra /.../ me empuja, me detiene, dicta lo que escribo».
    Frente a lo inmutable en Mudanza, el lector consigna también lo que necesariamente cambia: la edad del poeta, y con ella sus destrezas. Así los tres primeros libros (1972-1982) están escritos bajo el influjo de un lirismo impresionista no exento de encanto. «Adolescencia» se titula el primer poema, pero antes que un mundo adolescente, este periodo inicial evoca su crisis. Más leído y ambicioso, en los tres títulos siguientes (1985-1992) García Martín imposta literariamente una voz lírica. Los poemas tienden a construirse como monólogos dramáticos en clave cultural y anhelan presentarse como la confesión o el testimonio de toda una vida. Más adelante, Principios y finales (1997) consolida un verdadero personaje poético, gracias sobre todo a la sucesión bien cohesionada de monólogos dramáticos («Retrato de un escritor de cierta edad» sería el emblema de este personaje). Al afán de la visión total de la vida en el poema le sustituye ahora el juicio del instante en el que se dirime la existencia, que sin duda ofrece mayores posibilidades de expresión con menor énfasis. Salvo un pequeño paréntesis neorromántico (1998-99), los dos libros últimos, Al doblar la esquina (DVD, Barcelona, 2001), y el inédito incluido en Mudanza, añaden a la obra una curiosa visión de la temporalidad, que lejos de angustiar al sujeto, le proporciona una experiencia de la posesión, aquella que le va a permitir reconciliarse con su vida (la infancia es un asunto que aparece de súbito ahora), con el presente y su carpe diem de amores discontinuos, e incluso con el recuerdo de la desposesión y de sus desesperanzas.

[El Ciervo nº 639. Junio de 2004]

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