martes, 9 de octubre de 2018

Joseph Brodsky o la religión del frío



El explorador polar. Joseph Brodsky
KRILLER71, Barcelona, 2018

Joseph Brodsky posiblemente sea uno de los mejores poetas invernales. Sus paisajes helados, la vida cotidiana sobre las calles llenas de nieve sucia, el modo de describir una nevada no solo son precisos sino que, tal vez, los versos hayan convertido el invierno en una religión. En la celebérrima «Elegía mayor a John Donne», tras constatar cómo todo lo que constituye la realidad, en minucioso recuento, «está dormido», queda como única «revelación» en el mundo una profusa nevada. De ahí el acierto del título que han elegido Ernesto Hernández Busto (prologuista y traductor de la obra rusa) y Ezequiel Zaidenwerg (traductor de la obra inglesa) para esta antología, el de uno de los poemas más breves del autor, pero también de los más intensamente simbólicos sobre la vida: un frío que avanza como la «gangrena».
    Voy a empezar la crónica de este libro por donde la he iniciado yo: el volumen Parte de la oración y otros poemas que publicó Versal en 1991 y que leí también como novedad. Su relectura no me ha devuelto a Brodsky, sino a su lector. Cuatro años antes le habían entregado el Nobel y estas noticias entonces aún tenían cierta importancia. He recordado ahora que en aquella época a un poeta admirado y también amigo el premio le había enfurecido. No sé por qué. El caso es que Brodsky se había convertido para él en la bestia. Mejor, en la Bestia. Así que compré en secreto Parte de la oración, y el resto de sus libros, y los leí a escondidas… de mí mismo. Absolutamente dividido entre la devoción y el horror. Durante años no he sido capaz de emitir un juicio de valor sobre Brodsky. Creo que el volumen El explorador polar es un buen momento para salir de ese absurdo armario de las fobias poéticas… solidarias.
    La crítica suele insistir sobre los valores que el exiliado Brodsky incorporó a la poesía rusa. Pero creo que su interés poético crece si se le da la vuelta a la búsqueda y se descubren los valores que incorporaron las traducciones de sus obras a la poesía europea, y en especial a la anglosajona. Brodsky había leído muy pronto a los poetas ingleses, desde Donne hasta Auden, y se había dejado seducir desde el inicio por ellos. Toda la primera parte de la «Elegía mayor…» es un gran poema empirista. Hasta que, de repente, cambia el tono: «Pero, escucha, allá lejos, entre heladas tinieblas / alguien llora y susurra, como atemorizado.» No es nadie conocido: «No, John Donne, soy tu alma». Esta es la primera singularidad de Brodsky, vigente ya en la poesía que había escrito en Rusia: es la semilla trascendente la que cae en campos labrados por el Empirismo, no al revés.
    La segunda tiene que ver con las formas. Y su vigencia cobra sentido cuando se le empieza a leer traducido. Nadie puede dudar (quizá tampoco mi viejo amigo) que Brodsky es un gran poeta del último cuarto del siglo XX. Un mínimo vistazo a los originales rusos, sin que la dificultad del cirílico pese para ello, muestra la fe del poeta en la métrica y en la rima. En castellano —traducido con sentido poético, como ocurre en esta edición de Kriller71— resultan perfectos poemas en verso blanco, como la mayor parte de los poemas coetáneos escritos en Europa. En un momento en el que las formas caminaban aceleradamente hacia su descrédito, Brodsky proporciona una pequeña lección a la poesía que le ampara en el exilio, y que él trae aprendida desde la tradición rusa: la forma es la esencia misma del poema.
    Es difícil leer a Bordsky obviando su «caso». El prólogo proporciona los detalles con solvencia. Lo que ahora sorprende, sin embargo, no es el obvio hostigamiento soviético, sino la capacidad para conseguir situar una obra poética, en tan poco tiempo y con condiciones tan adversas, en el mismísimo centro de la literatura occidental. Un hecho que permite el reconocimiento de una circunstancia que al cabo ha resultado de una extraña fertilidad: la poesía crece cuando es forzada a alejarse de su origen (Walkott, Simic, Heaney...).

[Quimera nº 418. Octubre de 2018]

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