miércoles, 22 de diciembre de 2021

El espejo roto | «Desde dónde amar», de Corina Oproae



Dos versos de la sección final de Desde dónde amar (Pre-Textos, Valencia, 2021), escritos en el poema que da la clave de interpretación del título («desde dónde escribir»), lo cierran con una rotunda declaración: «porque jamás tuve un primer amor / porque jamás escribí un primer verso». El primer libro de Corina Oproae (1973) fue una intensa elegía a la desaparición de la madre, Mil y una muertes (2016), que es, en efecto, un no primer libro, una realidad en ausencia. Junto a los poemas concretos de la elegía («Murió de noche…»), aquel libro inicial, que iniciaba nada, deja algunas pistas que se han convertido en la poética de la autora: «De buena mañana / la muerte camina cogida de mi mano…». O, más diáfana: «Hace poco que han descubierto / que mi adicción es a la muerte». Su libro siguiente, Intermitencias (2018), abría en su escritura un paréntesis hacia el sueño como interpretación de la realidad, pero también hacia una concepción metafísica de la escritura: «Escribir hoy / es vivir a sorbos tu ausencia», poema donde el «tu» actúa como testaferro del yo. Los dos conceptos apuntados en los libros iniciales, la muerte como vida y el yo como ausente, constituyen el centro temático de este nuevo título en el que la autora alcanza una madurez creativa patente en la coherencia y capacidad de indagación, y en la sobriedad expresiva. 

         Es común que ambos motivos, muerte y ausencia, contribuyan por inercia a cerrar el campo de visión del poema. A cegarlo. Por el contrario, la poesía de Corina Oproae imprime a los versos el movimiento opuesto, ambos conceptos avanzan «abriéndose camino / hacia la eternidad», «Desde un determinado punto del universo», «en la saliva de este beso cósmico» y «sabiendo que el círculo es infinito». En este marco que adquiere la laxitud máxima —donde el tiempo es «eternidad» y el espacio «infinito»— se inscribe una conciencia, de estirpe barroca, que concibe como «muerte» cualquier impulso vital, tanto en lo cotidiano («aprendes a morir día a día»), como en la vivencia singular («fue cuando sentimos la muerte / disfrazada de pájaro o de atardecer»). Incluso como condición existencial: «el anhelar la muerte / para poder seguir viviendo».

Estas son las coordenadas donde la vida se resuelve como sueño: «entendí al instante que todo había sido un sueño». Si lo cósmico traza las dimensiones de la conciencia, el sueño le proporciona al conocimiento la profundidad de campo. El sueño es la perspectiva con la que se comprende la huella que tuvo el pasado en el sujeto y el sujeto mismo cuando logra reconocerse: «Es en sueños / que remiendo mi vida». Las reminiscencias barrocas de este paradigma que iguala los tres conceptos (vida=muerte=sueño) potencian su sentido contemporáneo, pero también lo contrastan. Solo un poema posee una referencia mitológica, «La agonía de Eros», y resulta esencial para comprender la diferencia. «Tú que tienes tantas caras», empieza con alusión a la polifonía barroca, «ahora me enseñas sólo una / … / —niño que se cae del árbol / en el momento preciso / de morder la fruta». Es decir: «jamás tuve un primer amor». En contraste con la dimensión barroca, el paradigma contemporáneo nace desde el interior de una única subjetividad lacerada.

         La poética de Corina Oproae cabe interpretarla como una sinfonía. Cada concepto es un instrumento y el resultado es una melodía. El acorde de un presente condicionado por las ausencias, por la progresiva indefinición de los opuestos («que el amor y el desamor / son la misma muerte»), por una identidad resquebrajada cuyo significado se desconoce en cada gesto que busca desvelarlo, y también por una violencia oculta que ha arrasado la infancia con el «miedo», cuarto concepto del paradigma. Un escalofriante poema, «Recuerdo una casa abandonada…», alude mediante un delicado uso de los recursos poéticos al suceso padecido por la «niña / que se quedó atrapada» en «un verano / que pensaba perpetuo». Un poema cuyo valor trasciende el infausto hecho concreto y se sitúa en el epicentro de la experiencia contemporánea, una suerte de pérdida de la inocencia atemporal que relega lo vivido al sueño, única «eternidad» vacía («Tu ausencia / cielo infinito») desde donde amar, es decir, desde donde escribir.

[Clarín nº 156. Noviembre-diciembre, 2021]

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