martes, 11 de enero de 2022

La negación como significado | «No», de Francisco José Martínez Morán




La negatividad arraiga en la poesía casi al mismo tiempo que aparece la conciencia de escribirla. En el siglo XIII, Guido Cavalcanti acaso marque este inicio en el primer cuarteto de la Rima XVIII: «Somos las tristes plumas espantadas, / la tijerilla, el cuchillín doliente, / que con tanto dolor hemos escrito / las palabras que habéis vos escuchado» (en traducción de Rafael Lobarte). Juan Gelman realizó una versión libre de este soneto, cuyo primer cuartero quizá aclare su sentido: «Nadie niegue la pluma consternada, / la negra tinta, la mano doliente, / las que escribieron dolorosamente / palabras que escuchaste distanciada». Los elementos negativos (Nadie, doliente, distanciada) califican no tanto la situación amorosa, como sobre todo su escritura. Cavalcanti tal vez quisiera dejar claro, desde el principio, que la poesía no es un sentimiento, sino su expresión. Y esta implica una distancia, sea la de la amada displicente o la del lector, rara vez más próximo. «Os diremos…» continúa el segundo cuarteto en el que es la mano (la man che ci movea) quien describe «a aquel [que] han destruido de tal modo». Es decir, es la escritura quien expresa (en primera persona), y es el ser quien ha sentido (en tercera persona). Discernimiento, cuya lucidez sorprende, que no siempre los lectores han sabido aplicar a su comprensión de la poesía.

         La negatividad se ha prodigado durante las épocas innovadoras que entran en conflicto con su presente histórico o con su sociedad. Cada una ha acuñado un término para nombrarla, así para el Barroco fue el «desengaño», para el Romanticismo la «noche» y para el Existencialismo la «angustia», que es un término de origen romántico. Para enunciar la negatividad Francisco José Martínez Morán (1981) elige el término más sumario, un adverbio que replica en cada uno de los niveles de lectura: como título del libro, No (Pre-Textos, Valencia, 2021), de sección, de poema y aparece en el primer verso: «Estáis en todas partes, y yo no».  Es el yo quien no, pero también lo es la escritura: «Dónde estará el poema que persigues / desde los dieciséis». Algunos términos que ilustran ambos protagonismos, el lírico (yo) y el poético (poema), colocados al final de cada texto con voluntad climática, son: «rendición», «olvido», «decepción», «inservible», «silencio», «mudo»… El poema que concluye con la palabra «puro» hace mención al roce de una «inacción» con la que «nos conformamos». El adjetivo que más veces se repite es «roto». Se trata de una negatividad seca, estéril, producto de lo que el tiempo deshace y erosiona, pero también de la carencia absoluta de sentido, tanto para el sujeto como para el poema: «soy un cómplice / más de la pantomima».  

         La negación se desarrolla en el libro mayoritariamente desde el punto de vista del pensamiento, con una dicción lacónica, tendente a la sentencia y al latigazo verbal. Una sección, la última, reúne los poemas que contienen pequeñas descripciones. Son paisajes que despiertan una cierta afirmación del mundo. De una estampa de amanecer sevillano que convoca sustantivaciones optimistas («primor», «verdor») se concluye que es un «Camino sin propósito». Es decir, parecen ahí reunidos los ejemplos de cuanto se ha afirmado en las secciones anteriores.

         Uno de los mejores poemas del libro tal vez sea el que lo resume con más acierto. Se titula «Melibea», personaje a quien el autor convierte en el símbolo más certero de su negatividad: «un instante / de vuelo entre la luz y la ceniza»… «dolor / hecho dolor sin límites». A partir de esta concepción de Melibea, quien en otros contextos podría haber sido considerada emblema de una nueva sentimentalidad amorosa, incluso mensajera de una nueva sensualidad (a la que después se denominará Renacimiento), cabe preguntarse por el sentido de esta obsesión por el sinsentido. Por el valor de una visión tan aciaga del presente («un instante de vuelo»). Es cierto que la visión barroca se percibe en estos poemas como todavía no caducada, unida a cierto existencialismo filosófico en cuanto a la preeminencia de la concepción temporal sobre el espacio, pero la estilización de desengaños y angustias en la rotundidad pura del «No» invita a ser interpretado en su singularidad contemporánea. A ello animan las características literarias de un libro espléndidamente escrito, meditado y resuelto, que absorbe la tradición con creatividad y cuya propuesta exige un esfuerzo de lectura poco habitual.

         A diferencia de la estrofa de Cavalcanti, y del propio Martínez Morán que, junto al del desconcierto de su yo, convierte la escritura en tema de No, tal como se ha analizado arriba, uno de los poemas, «Zurcido», describe su obra poética como una multitud de «apuntes» y «tanteos» repetidos, que, sin embargo, forman «un único poema, / zurcido por fisuras / a la piel del autor». Es una declaración que parece cerrar el círculo abierto por Cavalcanti, quien había escindido el poema entre un yo doliente y la escritura. Círculo que, por cierto, había cerrado ya el poeta italiano en el último terceto de su soneto XVIII, que, según se lee en la traducción literal de Lobarte, dice: «Y cuanto más podemos os rogamos, / que vos no os desdeñéis de poseernos / hasta que un poco la piedad os mire». El uso del plural (preghiàn, tenerci noi) marca la reunión del yo y su mano en movimiento con el fin de pedir (a la dama, al destino, al lector) un poco di pietà, una brizna de significado. La antigua esperanza amorosa de Cavalcanti, lo único capaz de suturar el escindido dolor de la escritura con el dolor del poeta, se transforma en el libro contemporáneo en lo que salva también su paradoja esencial entre el pensamiento nihilista y el hecho de continuar escribiendo. No responde a ese mismo ruego de «piedad» que cimentó el primer poeta lírico de nuestra era: lo escrito carece de valor, el yo permanece «destruido», pero aún queda un ápice de sentido, quizá el último, en el gesto de mendigar un poco de comprensión. Tal vez sea lo único que le reste a la poesía como género literario. Esta parece la propuesta de Francisco José Martínez Morán, por decirlo con una paráfrasis barroca: suspiros serán, mas la súplica, aunque solo la nada la oiga, tendrá sentido.


[Inédito]

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