Una nota
de contracubierta informa de que Laberinto
(Renacimiento, Sevilla, 2022), «culmina este ciclo indagatorio». Se refiere,
sin duda, al ciclo de poesía reflexiva que inició Arabesco (2018), libro donde se desarrolla la metáfora del arte
como comprensión de lo intrincado: «Cierro los ojos para ver mejor». Continuó
el ciclo con Realidad (2022), cuyo
título era ya una declaración de intenciones: «Si miras con ojos entornados, /
si sostienes esa mirada anómala, / pierde la realidad su consistencia sólida,
sus perfiles precisos / y todo tiende a disolverse». El tercer paso y
conclusión lo acaba de dar Laberinto con
una cadencia cronológica bianual. Un simbólico final de trilogía que parte de abrir
los ojos al mundo (que se habían cerrado para sentir y que se entornaban para verlo
transformado): «A la vez que avanzábamos, íbamos discutiendo: / ¿no sería
forzoso / reconocer que estábamos perdidos?». Es decir, si se habían cerrado
los ojos «para ver», y se habían entornado para comprender, ahora se abren al
completo para no ver ni entender. Esta triple actitud de la mirada (cerrada,
entornada, abierta) traza el marco simbólico en el que se desarrolla este
importante ciclo poético sobre la percepción de la existencia que acaba de
«culminar» José Manuel Benítez Ariza (1963). Un hito en la poesía
contemporánea.
El título, Laberinto y su intrínseca ceguera derivan del descubrimiento vital
de una incógnita, lo que el volumen indaga: la puerta de salida del laberinto
comunica con la puerta de entrada, ambas son la misma. Lo que se había
interpretado ontológicamente como camino rectilíneo, a cierta edad se descubre que «el
laberinto no era más que un círculo». La edad es, para Benítez Ariza, poeta que
en los versos siempre ha sido fiel a su propia biografía, la suya: «Al filo ya
de los sesenta, / me da por preguntarme qué vendrá / después, cómo será / el
tiempo que me queda». Las dos primeras secciones del libro son la respuesta a
esta cuestión biográfica. «Buenos días» es el título del primer poema. Una
recreación anafórica y costumbrista de los días del poeta. Un inocente saludo a
lo que, durante treinta y cinco años ha sido la materia de su poesía, «la razón
de ser de que yo venga aquí a dar fe de ello», que, de repente, descubre en el
propio ejercicio de contarlo una amenaza: «¿Os veo mañana?». Poco después se
sucede un escalofriante «Abecedario» de muertes y una emocionante elegía en
memoria de la madre: «y, al fin y al cabo, da igual, / en la nada que seremos,
/ quién fue antes, quién detrás».
El descubrimiento del libro es la otra
respuesta que le proporciona la sección que titula también el conjunto:
«Laberinto», cuya puerta de salida coincide, «cuando resuena en la memoria /
—la distancia más corta—», con la que fue de entrada («y en la tiniebla emerge
/ mi padre niño con un pájaro…»). Acercarse al final del laberinto implica
descubrir el sentido que tuvo… su inicio. Porque los significados, y esta es la
lección que cierra el ciclo sobre la percepción, solo se encuentran por detrás,
hacia la puerta de entrada al laberinto, también los que ocultan el sentido de
la puerta de salida.
En este marco reflexivo general, el
libro incluye dos secciones que completan el ciclo desde otro punto de vista y
añaden, a su trazado metafísico como teoría de la percepción, el de gran
mosaico de las percepciones. Así, publica ahora un «Tercer cuaderno irlandés»,
que sumados al «Tríptico irlandés» de Arabesco
y a la «Segunda suite irlandesa» de Realidad,
ofrecen un libro singular dentro de los libros sobre la experiencia y las
visiones de Irlanda. Si en la primera entrega los poemas irlandeses son
eminentemente descriptivos, en la segunda predomina el carácter valorativo y
crítico, en el tercero, en coherencia con el conjunto, son sobre todo
nostálgicos: «Nosotros, desde el barco, le decimos adiós / a este empeño de
todo por disolverse en todo, / del que sólo resulta vencedora la niebla». Uno
de los poemas finales del libro define la niebla como lo que sustituye la
belleza de un paisaje frente al cual los ojos han sido deslumbrados, cuando «la
propia luz acaba por destruirlos».
La parte tercera, «Interludio: pájaros», y algunos poemas del conjunto enriquecen las pequeñas meditaciones a partir de elementos de la naturaleza, un tipo de poema, casi una acuarela verbal, que abunda en la trilogía y en los que Benítez Ariza se muestra como un maestro capaz de sugerir lo más complejo a partir de la visión en apariencia más fugaz. Destaca, en este aspecto, el poema «La primera», la evocación de un instante cotidiano, la salida del redil de un rebaño de ovejas, contemplado durante un itinerario por carretera por un grupo de amigos, que de repente quedan ensimismados con la estampa: «Nosotros, desde el coche detenido / al paso del rebaño, / más que verlo pasar, lo entresoñamos». Versos que ofrecen una hermosa metáfora de la percepción poética como epifanía. Esta inesperada revelación detiene el paso del tiempo con una densa trama de sugerencias y evocaciones que permiten el tránsito entre las puertas del laberinto, desde la de salida, que no se ve con los ojos abiertos, hacia la de entrada, que con los ojos cerrados se contempla pletórica de los significados que le proporciona el arte.
[Letras 21 | nuevatribuna.es | 24 de enero de 2023 | Enlace]
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