lunes, 30 de enero de 2023

Siete postales para Alberto Tesán | Presentación de «Gente que bebe»






1. POSTAL DE RUINAS ROMANAS O UN POCO DE ARQUEOLOGÍA

Alberto Tesán apareció en el instituto recién inaugurado en Santa Perpètua de Mogoda, su pueblo, en septiembre de 1989. Venía a cursar COU. No era un curso cualquiera el que iba a empezar. Aquel COU culminaba la primera promoción del instituto, que en ausencia de edificio propio se había instalado en la Granja Soldevila. Las aulas eran las salas y habitaciones de la antigua casa señorial, y como tal decoradas. Y aquel COU también era mi primer COU, después de haber acompañado al alumnado desde segundo de BUP. 

         El COU, es posible que muchos lo recuerden y tal vez alguno lo añore, era un instrumento ideal para proyectar al alumnado hacia su futuro. Pero ese no era el caso del alumno Alberto Tesán, que regresaba a su pueblo después de haber sido expulsado de su prometedor y brillantísimo futuro. Lo resumo porque la historia es ya conocida: Tesán había sido un jugador destacado de las categorías inferiores del Barcelona. Capitán de su equipo. Había competido en la selección nacional y en puertas de jugar en el primer equipo (su compañero de habitación en los juveniles debutaría en 1990), una grave lesión de rodilla lo devolvió a la anodina vida de simple estudiante de COU, de la que había salido para triunfar. No fue un alumno fácil. Mientras todos sus compañeros iban avanzando con ilusión, él regresaba de golpe. Recuerdo las infinitas conversaciones que le veíamos mantener con Manuel Santirso, su profe de historia y supongo que tutor aquel año. Había que inundar con palabras el vacío en el que había quedado la vida de aquel joven que (lo diré al modo griego) los dioses, después de premiarle con dos piernas prodigiosas, habían abandonado.

         Aquellas palabras salvaron al alumno Tesán, que acabó su COU, aprobó sin problemas la selectividad y se matriculó en la facultad de historia, ya orientado en la dirección correcta, encaminado hacia un nuevo futuro; diferente, pero suyo. Ah, las palabras. No solo le salvaron. Se quedaron ahí revoloteando y bastó que alguna tarde se sentara en la penumbra de su habitación para que las puertas se abrieran y salieran volando. Un día me entregó, al final de la clase, unos cuantos folios. No era un ejercicio. Eran poemas. Aún quedaba lo más arduo del curso. Así que le dije: «Mira, Tesán, los voy a leer con mucho gusto, pero solo te los comentaré cuando hayan acabado las clases. Te vienes una mañana y charlamos».

Aquel curso tuvo muchas mañanas, y los cursos que le siguieron unas cuantas más. Pero de muy pocas soy capaz de decir algo. Y entre esas, escasas, recuerdo con precisión la mañana de finales de junio en la que apareció por el insti. No había nadie por allí y nos instalamos en la sala de profesores. Aquellos poemas primeros que me había entregado Tesán, no creo que se lo dijera entonces, pero se lo digo ahora, eran conceptualmente los propios de su edad, aunque había algo que excedía en mucho las condiciones de un poeta primerizo. La melodía de aquellos versos incipientes. Eso me impactó, lo recuerdo perfectamente. Como jamás he tenido oído ni para la música ni para los versos, admiré en aquel alumno lo que posiblemente sea el fruto de un oído natural. Sus poemas sonaban con una armonía y una delicadeza extraordinarias. Impecables.

Aquella mañana hice lo que hacen los profesores. Le di una lista de lecturas y le dije que viniera a verme después del verano con los nuevos poemas que escribiera. Y el alumno Tesán leyó no solo aquellos libros de la lista, sino también otros muchos que había encontrado junto a ellos por su cuenta, en las librerías que ahora frecuentaba, ya como un joven que construye su futuro.  En su caso, otro proyecto de futuro que borraba a pasos agigantados el que había perdido.

De los nuevos poemas que me enseñó ya no puedo decir, en absoluto, que fueran primerizos. Eran impresionantes. Alguno de ellos pasaría directamente a su primer libro, El mismo hombre, que publicó Pre-Textos unos años más tarde, en 1996. Y aquellos poemas, que debí de leer hacia 1991 o 1992, tuvieron otra consecuencia inmediata, ya establecieron entre nosotros otra relación. Dejamos de ser profesor y alumno y desde ese mismo momento pasamos a ser lo que seguimos siendo a día de hoy, colegas en la poesía, amigos en lo personal. Desde ese día traté a Tesán como el poeta, el auténtico poeta en el que se había convertido.

 

2. POSTAL DE LA PLAZA MAYOR O VAMOS A TOMAR UN CAFÉ

De la vida del poeta Tesán dan cuenta dos libros, el ya citado El mismo hombre y después Piedras en el agua, de 2003, ambos publicados en Pre-Textos. Veinte años después, hoy, presentamos el tercero, Gente que bebe. Alguien dirá que no es mucho, pero quizá valga la pena no valorar la poesía al peso y quizá muchos poetas de mi generación, que acaso hayan publicado treinta libros, no hayan escrito tres libros de verdad como los que ha firmado Alberto Tesán. Pero ahí no acaba su vida de poeta, sino que empieza.

A partir de la edición de su primer libro Tesán empezó a entrar en contacto con los poetas de su edad. Estableció con ellos amistad y múltiples complicidades poéticas. Empezó a tejer, junto a sus coetáneos que escribían en los lugares más dispersos, una intensa trama generacional. Los años noventa y la primera década del presente siglo, sin embargo, pertenecía a otras generaciones, que son la anterior a la mía y la mía, entonces amas y señoras del panorama poético. A los jóvenes entonces no les importó. Ni siquiera se pelearon con nosotros. La generación de Tesán, lo he escrito en algún otro sitio, descubrió grietas y ranuras en las poéticas generacionales anteriores, el culturalismo trascendente y el biografismo ensimismado, para escabullirse de lo que les molestaba, lo trascendente y lo ensimismado, aprovechar lo que les satisfacía y superar barreras generacionales sin saltarlas por encima. Una poética subrepticia, que, sin que nadie se diera cuenta, o yo no lo he leído, ya estaba en otra parte: la biografía y la cultura para Tesán y sus coetáneos son pasto de la ironía más feroz, y de la desidentidad que esa misma ironía produce como única identidad del poema.

Quiero acordarme ahora, entre los múltiples amigos y cómplices que Tesan ha tenido durante todos estos años, en dos poetas que me parece que forman con él la columna vertebral ideológica de su generación: Pablo García Casado, con quien comparte el descubrimiento del carácter devastador de estructuras ficticias que tiene el yo sociológico, es decir, el asumir como el sujeto lírico del poema no el yo justiciero y romántico que denuncia el mal, sino el mal mismo encarnado por la persona poética que escribe el poema.

Y quiero citar también otra voz esencial para su generación, Raquel Casas Agustí, poeta en lengua catalana, con quien Tesán comparte principios y finales literarios y una práctica poética desinhibida y descarnada. Y a quien Tesán dedica uno de los mejores poemas del libro que hoy presentamos: «Nocturno de Ofelia».

Otros nombres de la época, es cierto, han quedado relegados a la despiadada descripción que realiza el poema «Mis amigos poetas», aquellos que «Son aburridos, predecibles / y mediocres». Pero para contar, algún día tendrá que hacerse, la historia de la generación de García Casado, de Raquel Casas, de Tesán y de Josep Maria Rodríguez, que es el editor de este libro, se tendrá que recurrir a los mejores, y los mejores son siempre los que siguen fieles al propósito indeleble de abrir un camino donde solo hay maleza y tiniebla. Este Gente que bebe marca una nueva cumbre generacional.

 

3. POSTAL DE PROPAGANDA INSTITUCIONAL O DE LOS QUE SE TRAICIONAN A SÍ MISMOS 

De Gente que bebe, creo que hay que decirlo todo, yo había visto, en 2021 una cubierta que no es esta cubierta. Y unas pruebas que no tenían esta tipografía. El libro estaba a punto de entrar en imprenta cuando al editor que lo había contratado se le ocurrió leerlo. Parece que me lo esté inventando, pero es literal. Se sentó a leerlo y, oh, le parecieron inoportunos tres poemas de este libro. Le pidió a Tesán que, para poderlo publicar en su sello, los quitara. Bueno es Tesán para a estas alturas aceptar componendas. Lo retiró al instante. Y como el destino teje a oscuras de los morales, por volverlo a decir a la griega, el libro no tardó en encontrar, por sí mismo, y al completo, el lugar ideal para él. La editorial Milenio que con tanto acierto dirige Josep Maria Rodríguez.

 

4. POSTAL DE ESTATUA ECUESTRE O QUE TAMBIÉN OPINEN OTROS 

Jesús Aguado, que es un poeta de mi generación y que escribe micro-reseñas críticas, acaba de publicar una brevísima que no puedo dejar de leerla ahora, porque es el pórtico perfecto para el libro que presentamos: «Cuánto tiempo esperando un nuevo libro de Alberto Tesán. Y llega este puñetazo, esta autopsia, esa voracidad, este miedo. Llegan estos poemas desolados y lúcidos que se beben al lector sin misericordia, poniéndole zancadillas a las verdades oficiales, a las vidas encorsetadas, a las ideas de rebajas. Un cirujano ebrio sajando la piel del mundo. Qué difícil no temblar».

 

5. POSTAL DE INTERIOR O LAS PÁGINAS DE UN DIARIO

Las vicisitudes editoriales provocaron que de este libro apareciera un primer comentario crítico en 2021, casi dos años antes de su publicación. Lo había escrito en mi diario de 2019, cuando recibí el manuscrito, y nunca pensé que se publicaría antes el diario que el libro. Recuerdo ahora un fragmento de aquella primera impresión:

«Lo fascinante para un lector de poesía contemporánea es que el conflicto central del libro no es el temático, el que se escenifica en una ruptura conyugal, sino el enfrentamiento que se produce entre el sujeto lírico y el sujeto sociológico. ¿Hasta qué punto la sociedad absorbe nuestro yo para convertirnos en estereotipos y hasta qué punto en el estereotipo está, sangrando, la herida del yo? Eso es lo que me ha maravillado del libro, que trenza la vena sociológica (más evidente en los poemas en verso) y la lírica (más arraigada en los poemas en prosa) de modo que la frontera entre ambos desaparece. Resulta deslumbrante esta abolición de límites entre el ser social (el personaje ideado para escribir los poemas y como tal emblema de una masculinidad herida, por decirlo de alguna manera, y de un orgullo vengativo) y el lírico (que trata de comprender desde dentro en qué le ha convertido su propia vida). Un gran libro inquietante, lúcido y desolado. Ojalá haya quien sepa leerlo».

 

6. POSTAL DE LA CRIPTA DE LA CATEDRAL O EL LIBRO QUE SE ESCRIBE HACIA DENTRO

Gente que bebe es la crónica fragmentaria e impertinente de una deflagración que se expone ante el lector fotograma a fotograma, o, literalmente, la explosión de una ruptura conyugal mostrada poema a poema. La condición fragmentaria es la manera que tiene el presente de recoger la historia de modo que evoque no la pérdida amorosa, sino la del propio ser contemporáneo. La impertinencia, lo intempestivo de estos poemas, es una forma de encarnar la propia esencia de lo poético. Tesán lo explica muy bien en el poema «Mis amigos poeta», ya citado: «Saben juntar palabras, ganan premios mediocres / y conocen la fórmula para gustarse entre ellos». Lo que Alberto hace es diametralmente lo opuesto.

         Si uno se detiene sobre la manera de encajar los fragmentos en la historia que el libro evoca enseguida percibe que en absoluto tiene forma de un mosaico, porque cada conjunto resulta incompatible con el resto. Un mínimo gesto formal lo explicita: hay poemas en prosa y hay poemas en verso, por separado y entreverados. Conceptualmente el abismo que los separa es aún mayor. No pueden formar un mosaico porque su distribución no ocupa un plano horizontal, el propio de las historias convencionales, sino que encajan en un imposible plano vertical. Unos fragmentos dentro de los otros. Un puzle que solo puede representar la columna de un estilita. Hay fragmentos que los protagoniza un yo lírico, con una personalidad devastada por su impotencia ante lo que le ocurre; otros encarnan, dentro de este (y no al revés, que sería lo fácil), una época distorsionada por la imposibilidad de los que la viven para saber en verdad quiénes son y qué les ocurre; y aún hay un estrato inferior aún más profundo, que es el lector, incomodado por la lectura, que asiste a lo no dicho por las inercias del presente. Y así unos fragmentos dentro de otros fragmentos evocan el gran estallido las postrimerías.

         Alberto Tesán en este construir la historia de una deflagración, hacia el interior del magma que dio lugar a las piedras que pisa, no olvida que la nuestra, hija de Sísifo, es una época en la que nada acaba con lo que acaba y su finitud es siempre un volver a empezar. Hay una sección del libro en la que quiero fijarme ahora. Se denomina «Alta velocidad». Alta Velocidad es como le llaman en Zaragoza, donde ha vivido mientras escribía este libro, al metro de la ciudad. El metro es, como todos sabemos, el territorio fundacional de los desconocidos. Pero desde que Frank Sinatra cantara «Strangers in the Night», los desconocidos son la fuente privilegiada de las historias de amor. Es lo que cuenta esta serie, una historia de amor, Sísifo que recoge la piedra del pie de la ladera para volver a ascender hacia la cumbre.  Solo tiene tres poemas, que ejemplifican con claridad la fragmentación vertical del libro. El primero traza el punto de vista de la realidad. Alguien que sube a un tren, toma asiento, oye una voz «y el milagro sucede». El segundo recrea no lo que esa voz dice, sino el universo que despierta al hablar en la imaginación de quien al oírlo construye la perfección o la imperfección del mundo. Y ese ya es un punto de vista que desborda al sujeto lírico, lo convierte, como hacían los poetas antiguos, en mito. En este caso, claro, solo construye la perfección del mundo: «Eres feliz dando forma a lo que no es». Y el tercer poema, escrito sobre un sujeto con marcas de género en femenino, representa también al lector que, en el papel de Penélope, como ella: «Desteje los pensamientos con los ojos cerrados». Esta fragmentación, no de mosaico, sino de prospección petrolífera es, aquí simplificada, la que construye todo el libro.

 

7. POSTAL DEL TEMPLO DE ARTEMISA O CATÁLOGO DE LAS NOSTALGIAS

Y acabo con una pequeña fábula, mi regalo al poeta Alberto Tesán. De Monsieur Teste, aquel ser simulado que ideó Paul Valéry —en la misma época en la que Pessoa dirigía su orquesta de heterónimos y poco antes de que Machado empezara la contratación de su banda municipal de filósofos apócrifos—, de Monsieur Teste afirmaba su esposa: «De hecho, el señor Teste piensa que el amor consiste en poder hacer el idiota juntos». Una definición en la que resulta útil detenerse.

El progreso del ser humano se construye a partir de la conquista de la racionalidad sobre el pensamiento irracional. Dentro de este, el amor no se diferenciaba del resto de los impulsos animales de los humanos. Tal vez por eso Platón, al inicio del camino de la racionalidad, no encontró razones para contemplar el amor dentro de su cauce. Lo acumuló al paquete de lo mitológico y lo expulsó fuera de las murallas, junto a sus exégetas, los poetas. Por eso entre la gente todavía recibe el apelativo de poeta quien anda ciegamente enamorado. Es curioso cómo sobreviven estas ideas en el curso de los siglos. Cualquier movimiento filosófico que haya desafiado la racionalidad desde entonces ha esgrimido el amor como arma. Así lo hicieron los medievales con el Amor Cortés frente a la moral religiosa de la época. O los románticos, frente al espíritu pragmático de la Ilustración.

El movimiento cultural más intenso para integrar el amor dentro de las vías racionales lo vivimos a diario en el cine y en los medios de comunicación. La doble exigencia de un final feliz, por un lado, y de la enseñanza positiva, por otro, convergen en una alianza de película entre convenciones sociales y ejemplaridad del amor. Un pacto en el que la sociedad acepta el amor como impulso propio y el amor se deja erosionar las crestas más silvestres.

 No sé si conseguirán liberar alguna vez al amor de su otra cara de la luna. De momento, su impetuosidad ha sido relegada a la marginalidad social, vilipendiada como sexo, mientras en el centro del fenómeno permanece una versión edulcorada por la pureza ideal de los sentimientos. Cómo echo de menos aquella vieja identidad platónica que conectaba a los amantes irredentos con los poetas, y a estos con los vientos de la irracionalidad. Quizá Bukowski, Estellés, Fonollosa o Alberto Tesán sean los últimos intérpretes de aquella música salvaje que impedía el florecimiento de cualquier idea sensata sobre el amor. Cómo añoro la definición de Monsieur Teste. 

 



No hay comentarios:

Publicar un comentario