La negatividad se ha prodigado durante las épocas innovadoras que entran en conflicto con su presente histórico o con su sociedad. Cada una ha acuñado un término para nombrarla, así para el Barroco fue el «desengaño», para el Romanticismo la «noche» y para el Existencialismo la «angustia», que es un término de origen romántico. Para enunciar la negatividad Francisco José Martínez Morán (1981) elige el término más sumario, un adverbio que replica en cada uno de los niveles de lectura: como título del libro, No (Pre-Textos, Valencia, 2021), de sección, de poema y aparece en el primer verso: «Estáis en todas partes, y yo no». Es el yo quien no, pero también lo es la escritura: «Dónde estará el poema que persigues / desde los dieciséis». Algunos términos que ilustran ambos protagonismos, el lírico (yo) y el poético (poema), colocados al final de cada texto con voluntad climática, son: «rendición», «olvido», «decepción», «inservible», «silencio», «mudo»… El poema que concluye con la palabra «puro» hace mención al roce de una «inacción» con la que «nos conformamos». El adjetivo que más veces se repite es «roto». Se trata de una negatividad seca, estéril, producto de lo que el tiempo deshace y erosiona, pero también de la carencia absoluta de sentido, tanto para el sujeto como para el poema: «soy un cómplice / más de la pantomima».
La
negación se desarrolla en el libro mayoritariamente desde el punto de vista del
pensamiento, con una dicción lacónica, tendente a la sentencia y al latigazo
verbal. Una sección, la última, reúne los poemas que contienen pequeñas
descripciones. Son paisajes que despiertan una cierta afirmación del mundo. De
una estampa de amanecer sevillano que convoca sustantivaciones optimistas
(«primor», «verdor») se concluye que es un «Camino sin propósito». Es decir,
parecen ahí reunidos los ejemplos de cuanto se ha afirmado en las secciones
anteriores.
Uno
de los mejores poemas del libro tal vez sea el que lo resume con más acierto. Se
titula «Melibea», personaje a quien el autor convierte en el símbolo más
certero de su negatividad: «un instante / de vuelo entre la luz y la ceniza»…
«dolor / hecho dolor sin límites». A partir de esta concepción de Melibea,
quien en otros contextos podría haber sido considerada emblema de una nueva
sentimentalidad amorosa, incluso mensajera de una nueva sensualidad (a la que
después se denominará Renacimiento), cabe preguntarse por el sentido de esta
obsesión por el sinsentido. Por el valor de una visión tan aciaga del presente
(«un instante de vuelo»). Es cierto que la visión barroca se percibe en estos
poemas como todavía no caducada, unida a cierto existencialismo filosófico en
cuanto a la preeminencia de la concepción temporal sobre el espacio, pero la
estilización de desengaños y angustias en la rotundidad pura del «No» invita a ser interpretado en su singularidad
contemporánea. A ello animan las características literarias de un libro
espléndidamente escrito, meditado y resuelto, que absorbe la tradición con
creatividad y cuya propuesta exige un esfuerzo de lectura poco habitual.
A
diferencia de la estrofa de Cavalcanti, y del propio Martínez Morán que, junto
al del desconcierto de su yo, convierte la escritura en tema de No, tal como se ha analizado arriba, uno
de los poemas, «Zurcido», describe su obra poética como una multitud de
«apuntes» y «tanteos» repetidos, que, sin embargo, forman «un único poema, /
zurcido por fisuras / a la piel del autor». Es una declaración que parece
cerrar el círculo abierto por Cavalcanti, quien había escindido el poema entre
un yo doliente y la escritura. Círculo que, por cierto, había cerrado ya el
poeta italiano en el último terceto de su soneto XVIII, que, según se lee en la
traducción literal de Lobarte, dice: «Y cuanto más podemos os rogamos, / que
vos no os desdeñéis de poseernos / hasta que un poco la piedad os mire». El uso
del plural (preghiàn, tenerci noi) marca la reunión del yo y
su mano en movimiento con el fin de pedir (a la dama, al destino, al lector) un poco di pietà, una brizna de
significado. La antigua esperanza amorosa de Cavalcanti, lo único capaz de
suturar el escindido dolor de la escritura con el dolor del poeta, se
transforma en el libro contemporáneo en lo que salva también su paradoja esencial
entre el pensamiento nihilista y el hecho de continuar escribiendo. No responde a ese mismo ruego de
«piedad» que cimentó el primer poeta lírico de nuestra era: lo escrito carece
de valor, el yo permanece «destruido», pero aún queda un ápice de sentido,
quizá el último, en el gesto de mendigar un poco de comprensión. Tal vez sea lo
único que le reste a la poesía como género literario. Esta parece la propuesta
de Francisco José Martínez Morán, por decirlo con una paráfrasis barroca: suspiros serán, mas la súplica, aunque solo
la nada la oiga, tendrá sentido.
[Inédito]
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