Se suelen
confundir, y en especial los confunden quienes denuestan el término, los
conceptos de «grupo generacional» y de «generación». Formar un grupo para
reivindicar la idiosincrasia de los jóvenes frente al gusto ya instaurado es
una manera de encarnar la generación histórica a la que cada cual pertenece por
vivir en una misma época y reaccionar a los mismos acontecimientos y
circulación de ideas, aunque sea de manera muy diferente, incluso opuesta. Las
generaciones no tienen contenido, los grupos, sí; por eso no conviene confundir
los términos. Hay otras maneras de vivir el mismo tiempo histórico que, en
ocasiones, ni siquiera son visibles en sincronía. Frente a la centralidad que
consigue imponer la fuerza de un grupo, existen otras formas marginales de expresarse, bien por
cuestiones geográficas (autores que escriben o publican lejos de las
capitales), sociológicas (autores que pertenecen a minorías de cualquier rango)
o estéticas (autores que no secundan las ideas literarias dominantes). E
incluso existe una manera oculta de
vivir en la propia generación, dejando su obra inédita, que no por desconocida
ha de dejar de considerarse fruto de su
tiempo histórico.
César
Martín Ortiz (1958-2010) perteneció durante una parte de su vida a la
generación que se manifiesta de modo marginal por razones geográficas, pero
durante toda su vida, ahora se empieza a saber, fue un escritor oculto. Quizá no por decisión firme,
pero sí por falta de voluntad e interés por conseguir un hueco editorial en su
época. Solo algunos datos para demostrarlo. Los tres volúmenes de narrativa que
publicó en vida (todos ellos publicados en Extremadura) suman 301 páginas y 19
relatos (se podrían sumar cuatro relatos más publicados en obras colectivas).
La obra inédita publicada con carácter póstumo hasta el momento, un libro de
relatos (con 82 cuentos) y tres novelas, suma, en su conjunto, 1.944 páginas
que dejó inéditas en 2010, en el momento inesperado y fortuito de su
fallecimiento. Es decir, solo un 13% de la prosa narrativa que escribió se pudo
leer en vida del autor.
El
volumen de Poesía completa que acaba
de publicar la Editora Regional de Extremadura cuenta con 614 página (excluidas
las del prólogo), de las cuales solo 160 se habían publicado previamente. Es
decir, el 75% del conjunto de su obra poética ha permanecido inédito hasta este
año, duodécimo después de su ausencia. César Martín Ortiz, un autor del que la
historia de su generación —la que forman los escritores nacidos, más o menos,
entre 1954 y 1968— no va a poder prescindir, es el primer escritor oculto de su época, por fin desvelado
por entero (solo queda en el cajón una novela que quedó incompleta).
La
doble circunstancia de poesía inédita y de poesía póstuma condicionan el
presente volumen de Poesía completa,
que no posee la uniformidad de un conjunto seleccionado por el autor. A estos
dos condicionantes se suma un tercero, que se deriva de la vía elegida por el
autor para su publicación, única tal vez a su alcance desde la remota comarca
donde vivía, que es la de los premios. Gracias a ellos logró ver impresos su
primer libro Dedicatoria o despedida
(Premio Leonor, 1990) y su segundo libro, Toques
de tránsito (Accésit del Premio Esquío, 1995). Y tal como interpreta el
editor del volumen recopilatorio, José Luis Bernal Salgado, los libros
posteriores posiblemente fueron confeccionados para ser presentados a otros
premios. Un poema titulado «Notas para un autorretrato colérico» esboza un
retrato despiadado «de la tarea inútil» de quien «busca la gloria» y «mide su
tiempo en libros que le faltan, / en versos que le faltan, en envidia / por la
mayor fortuna de otros igual de bajos» al concurrir a premios literarios. Y que
posiblemente coincida con el abandono de esta práctica. Especialmente lúcida
resulta la mención a su hastío por los
versos que le faltan, aquellos necesarios para cumplir con las condiciones
de las convocatorias. Esta circunstancia, el llegar a un elevado número de
versos, es la que también condiciona el modo en que ha llegado a esta edición
de Poesía Completa los ocho libros
inéditos (junto a los dos editados).
A
grandes rasgos se puede decir que se encuentran reunidos en esta obra todos los
poemas escritos por César Martín Ortiz, sin ninguna selección, que no hizo él y
que ahora tampoco nadie puede hacer. Sin embargo, resulta infrecuente asistir
al mismo tiempo a la dimensión artística de un poeta contemporáneo y a su
taller, algo que suele hacerse solo en el caso de autores consagrados. La
lectura descubre, entreverados en casi todos sus libros, dos tipos de poema
diferentes. Uno escrito con una evidente voluntad artística y otros textos que
responden a otra actitud también presente en el poeta, la de utilizar los
versos como diario personal de sus preocupaciones íntimas. Ambos tipos no
difieren en su dimensión temática, porque toda la poesía de Martín Ortiz emerge
de un mismo magma lírico con una idéntica visión aciaga y hondamente pesimista
de la vida.
El
tratamiento y la elaboración de los dos tipos de poemas es muy diferente. En un
caso, el del diario personal, los textos tienden a identificarse con el yo
biográfico del autor desde una perspectiva subjetiva propia del romanticismo
confesional. Pero en su obra artística, el autor claramente elabora un sujeto
poético (o una situación) desde la que mostrar un contenido similar al del
diario, pero con lo que se podría denominar una «distancia contemporánea»,
artística, sobre la desnuda subjetividad de aquel. Esta construcción tiene, en
su caso, una marcada raíz pessoana. El propio poeta lo sugiere en la lucidísima
reflexión que contiene uno de los cuentos de Cien centavos: «Mis libros de poesía son desgarbados, o a mí me lo
parece, y por eso envidio a los autores como Pessoa, capaces de sacar de sí
mismos a un poeta entero con su obra coherente en el curso de una noche, y
luego… olvidarse de él y ponerse a rebuscar otra vez en su interior en busca de
otro poeta…». Este es exactamente el procedimiento usado en su poesía
artística: «sacar de sí mismo a un poeta». Y lo «desgarbado» de sus libros —es
decir, la falta de selección— posiblemente se deba a la necesidad de un número
alto de versos para que fuera concursable.
La
irregularidad (incluso por la variedad de formas métricas) es evidente en el
primer libro escrito y publicado, Dedicatoria
o despedida; que, sin embargo, contiene algunos de los mejores poemas del
autor y, sobre todo, una proyección premonitoria de los asuntos que le iban a
preocupar en el conjunto completo de su obra poética: la vida concebida como
una constante pérdida y la condena al fracaso de cualquier relación amorosa por
el imperativo de la soledad. La distancia que establece en estos poemas sobre
la materia temática es la que se deriva de una situación. El poema extenso
«Cena de matrimonios el viernes» ya la muestra desde el título, está contado en
dos partes por sendos sujetos poéticos, él y ella, ambos dando cuenta de que
«durase tan poco» «el amor [que] era eterno».
Los
dos siguientes libros, uno publicado y otro inédito, responden a un mismo
proyecto poético con dos tratamientos diferentes. Los dos buscan construir una
personalidad de «poeta», es decir, una sensibilidad poética como era el modelo
pessoano de Alberto Caeiro, desde la que escribir poemas que coinciden con la
subjetividad doliente del propio autor. El hecho de hacerlo desde dos puntos de
vista poéticos opuestos permite determinar esta «distancia» con el yo confesional
y acercarlo a la elaboración contemporánea de una sensibilidad artística. En Toques de tránsito los textos se abren a
diferentes contextos y multiplican las situaciones, aunque vinculadas a la
subjetividad creada de un mismo yo.
Pero en el siguiente libro, ya inédito, La
plenitud y la miseria, los textos se cierran sobre sí mismos y se
desarrollan sobre un número reducido de elementos seriales repetidos una y otra
vez (dolor, sangre, herida, lágrimas / mirada, manos, cuerpo, respiración /
tarde, noche, silencio, caída, luz), con precisión casi minimalista.
El
libro que sigue forma parte del taller del poeta, pero a continuación emerge
una voz extraordinaria, y perfectamente definida como personalidad poética autónoma
también desde el título: Versos de hotel.
En el propósito de descubrir el mundo desde la óptica del viajero cosmopolita
se advierte incluso su diseño desde las antípodas biográficas del poeta (como
lo fue Álvaro de Campos de su creador,
Fernando Pessoa), habitante de un pequeño pueblo extremeño, Jaraíz de la Vera.
Y sobre el armazón conceptual este poeta, el autor va reescribiendo su propia
subjetividad: «Cambias de cuarto, / de calle, de cortinas / … / No cambian las
cien caras incoloras / de tu soledad».
A partir de este título, los dos libros inéditos que le siguen, más breves y datados a principios del nuevo siglo, posiblemente hubieran formado parte de un único libro, que sin duda hubiera sido central en su obra. Los poemas alcanzan una perfección formal altísima y una capacidad descriptiva y sugestiva ilimitada. Es el momento más álgido de la escritura poética de César Martín Ortiz. Los libros que le siguen, posiblemente condicionados por la ausencia de publicaciones durante una década, regresan al paradigma del diario poético, ahora más directo, más próximo a la deflagración verbal que a la elaboración literaria de un tema. Y cuando de nuevo regresa la gran poesía, con apertura temática y brillantez verbal, los mejores textos los vuelca después en prosa y los convierte en cuentos breves de ese libro prodigioso, uno de los grandes títulos del siglo XXI, heredero directo de la penetrante mirada poética afinada en cientos de poemas, que es Cien centavos.
[Cao Cultura. 27 de enero de 2023. Enlace]
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