domingo, 30 de abril de 2023

Sonido de teclas | «La cesta del lobo», de Raquel Ramírez de Arellano






Para su tercer libro, La cesta del lobo (Ed. Ya lo dijo Casimiro Parker, Madrid, 2022), Raquel Ramírez de Arellano (1975) ha escrito un poema, el primero del conjunto, que alcanza los mil versos. En la edad del haiku y del aforismo, la propuesta ya es elocuente en sí misma. No es la extensión, sin embargo, la única reivindicación del poema. Comparte título con el libro y está escrito a modo de poética, aunque no trata de la manera de hacer los poemas que defiende su autora, sino sobre la forma que tiene de vivir la poesía. De ahí que el primer enunciado que se subraya es el de que «esto no es un poema», porque «un poema es salir contigo / coger juntos un taxi en la plaza Mayor / y que te bajes a la altura de Sol». La predilección de lo vital sobre lo libresco señala el epicentro desde donde nace la voluntad de escritura, su poética. Lo que es y lo que no es un poema entra en un baile verbal de sugerencias que tiene la virtud de convertir los versos en la aguja que cose recuerdos, evocaciones y sensaciones con el hilo transparente del ritmo y de la imaginación, que son las dos grandes propuestas que la autora lanza a partir del poema emblema de su libro.

La primera reivindicación, el ritmo, apela a una concepción oral de la escritura. Todo el libro, no solo este poema, está construido a partir de juegos sonoros con las palabras, desde las repeticiones hasta la combinación de diferentes tipos de verso, unos que a veces se despeñan breves y rápidos, y otros que de repente se remansan en versículos. Estos efectos urden un ritmo que contagia la lectura. Y que se acentúa con la constante construcción anafórica o a través de enunciados que van creciendo, o decreciendo, a partir de la repetición de sus sintagmas («en el bolsillo / en el bolsillo de tu americana / en el bolsillo de tu americana negra...»), para que favorezcan una textura envolvente y melódica que convierte la lectura en una experiencia sensual. A este mismo propósito suman algunos poemas ciertos juegos gráficos de aire caligramático cuyas disposiciones tipográficas parecen modular también la voz desde una concepción sinestésica del sonido.

La segunda gran reivindicación de La cesta del lobo, tanto del poema como del libro con el que comparte título, es la imaginación. Término que tampoco tiene que ver con lo libresco, la fantasía, sino con el anhelado predominio de lo vital, es decir, con la capacidad para relacionar los elementos biográficos consigo mismo («de la barra de herramientas / a mi sien hay solo un paso»), con el lenguaje («el deseo se encuentra parcialmente nublado»), o unos con otros en una sucesión cuya engranaje significativo no se explicita ni se resuelve en el poema: «el tren sigue la marcha / no hay ceniceros / no hay marcha atrás / te aprieto / me aprietas / Mary Jo Bang se suicida desde el centro del segundo verso del poema... / ¿qué vamos a hacer a lomos de esta catástrofe? / voy a divorciarme». En esta secuencia de versos se advierte un avance climático en el que se han elidido los resortes lógicos que entrelazan los sintagmas. Permanece una serie de afirmaciones yuxtapuestas con elementos que, a modo de un collage, connotan un contenido quizá con mayor dramatismo e intensidad que su dibujo figurativo, pues es el lector quien debe establecer en la lectura lo que el poema (que no es) no dice. O dicho de otra manera, la imaginación no solo implica la escritura, sino también la capacidad que se le exige al lector para comprender desde la sugerencia y desde el trazo oblicuo del significado.

Si los mil primeros versos de La cesta del lobo esbozan una poética vitalista, rítmica e imaginativa, los siguiente mil versos, más o menos, la desarrollan en diversos poemas con asuntos ahora más concretos, aunque la cercanía de la escritura a sus límites racionales no siempre facilita su precisión.  Antes que motivos, cabría vislumbrar impulsos y estímulos temáticos que resultan recurrentes. Está muy presente en la percepción que reflejan los poemas de Raquel Ramírez de Arellano lo negativo. Bien en forma de sentimiento doliente cuando habla el sujeto («hay un agujero enorme en el impar de mi esternón») o cuando evoca sucesos lamentables («Un usurero asoma su nariz / Su nariz pegada contra el cristal / Su cara contra el cristal / Y tengo náuseas / y   miedo». O bien adquiere una dicción expresionista si afecta, sobre todo, a la descripción de personajes que desprecia («te crees el ombligo del mundo / cuando bailas un vals vienés / con un puñado de ratas»). Y se suma a este propósito maligno cierta sensibilidad social que recorre el libro y surge de vez en cuando como fuente de matices pesimistas: «Si esto fuera México ya me habrían asesinado». O, con un carácter más abstracto: «la patria es un escupitajo en el significado de la soledad».

Cabe señalar también el uso que la poeta hace de los nombres propios a lo largo del libro, con intenciones nada trascendentes ni culturalistas. En sus versos, los nombres se citan con la misma familiaridad con la que se pronuncian las palabras comunes, adquieren significados léxicos y a través de ellos Raquel Ramírez de Arellano consigue enriquecer el lenguaje poético. Por poner un ejemplo, y en sintonía con las ideas del poema inicial, la cita que se copia a continuación no evoca la figura del poeta francés que nombra, se limita a añadir un matiz al significado que pretende consolidar la impureza y la mixtura como único medio de expresión y de pensamiento: «Pulsa la tecla Rimbaud / devuélvele el verso a la prosa / toma entre tus manos la pértiga de los géneros» para, añade el lector de La cesta del lobo, huir «del agujero» y «del ombligo del mundo».

[Letras 21 | nuevatribuna.es | 30 de abril de 2023 | Enlace]

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