Para su tercer libro, La cesta
del lobo (Ed. Ya lo dijo Casimiro
Parker, Madrid, 2022), Raquel Ramírez de Arellano (1975) ha
escrito un poema, el primero del conjunto, que alcanza los mil versos. En la
edad del haiku y del aforismo, la propuesta ya es elocuente en sí misma. No es
la extensión, sin embargo, la única reivindicación del poema. Comparte título
con el libro y está escrito a modo de poética, aunque no trata de la manera de
hacer los poemas que defiende su autora, sino sobre la forma que tiene de vivir
la poesía. De ahí que el primer enunciado que se subraya es el de que «esto no
es un poema», porque «un poema es salir contigo / coger juntos un taxi en la
plaza Mayor / y que te bajes a la altura de Sol». La predilección de lo vital
sobre lo libresco señala el epicentro desde donde nace la voluntad de
escritura, su poética. Lo que es y lo que no es un poema entra en un
baile verbal de sugerencias que tiene la virtud de convertir los versos en la
aguja que cose recuerdos, evocaciones y sensaciones con el hilo transparente
del ritmo y de la imaginación, que son las dos grandes propuestas que la autora
lanza a partir del poema emblema de su libro.
La
primera reivindicación, el ritmo, apela a una concepción oral de la escritura.
Todo el libro, no solo este poema, está construido a partir de juegos sonoros
con las palabras, desde las repeticiones hasta la combinación de diferentes
tipos de verso, unos que a veces se despeñan breves y rápidos, y otros que de
repente se remansan en versículos. Estos efectos urden un ritmo que contagia la
lectura. Y que se acentúa con la constante construcción anafórica o a través de
enunciados que van creciendo, o decreciendo, a partir de la repetición de sus
sintagmas («en el bolsillo / en el bolsillo de tu americana / en el bolsillo de
tu americana negra...»), para que favorezcan una textura envolvente y melódica
que convierte la lectura en una experiencia sensual. A este mismo propósito
suman algunos poemas ciertos juegos gráficos de aire caligramático cuyas
disposiciones tipográficas parecen modular también la voz desde una concepción
sinestésica del sonido.
La
segunda gran reivindicación de La cesta del lobo, tanto del poema como
del libro con el que comparte título, es la imaginación. Término que tampoco
tiene que ver con lo libresco, la fantasía, sino con el anhelado predominio de
lo vital, es decir, con la capacidad para relacionar los elementos biográficos
consigo mismo («de la barra de herramientas / a mi sien hay solo un paso»), con
el lenguaje («el deseo se encuentra parcialmente nublado»), o unos con otros en
una sucesión cuya engranaje significativo no se explicita ni se resuelve en el
poema: «el tren sigue la marcha / no hay ceniceros / no hay marcha atrás / te
aprieto / me aprietas / Mary Jo Bang se suicida desde el centro del segundo
verso del poema... / ¿qué vamos a hacer a lomos de esta catástrofe? / voy a
divorciarme». En esta secuencia de versos se advierte un avance climático en el
que se han elidido los resortes lógicos que entrelazan los sintagmas. Permanece
una serie de afirmaciones yuxtapuestas con elementos que, a modo de un collage,
connotan un contenido quizá con mayor dramatismo e intensidad que su dibujo
figurativo, pues es el lector quien debe establecer en la lectura lo que el
poema (que no es) no dice. O dicho de otra manera, la imaginación no
solo implica la escritura, sino también la capacidad que se le exige al lector
para comprender desde la sugerencia y desde el trazo oblicuo del significado.
Si los
mil primeros versos de La cesta del lobo esbozan una poética vitalista,
rítmica e imaginativa, los siguiente mil versos, más o menos, la desarrollan en
diversos poemas con asuntos ahora más concretos, aunque la cercanía de la
escritura a sus límites racionales no siempre facilita su precisión. Antes que motivos, cabría vislumbrar impulsos
y estímulos temáticos que resultan recurrentes. Está muy presente en la
percepción que reflejan los poemas de Raquel Ramírez de Arellano lo negativo.
Bien en forma de sentimiento doliente cuando habla el sujeto («hay un agujero
enorme en el impar de mi esternón») o cuando evoca sucesos lamentables («Un
usurero asoma su nariz / Su nariz pegada contra el cristal / Su cara contra el
cristal / Y tengo náuseas / y miedo». O
bien adquiere una dicción expresionista si afecta, sobre todo, a la descripción
de personajes que desprecia («te crees el ombligo del mundo / cuando bailas un
vals vienés / con un puñado de ratas»). Y se suma a este propósito maligno
cierta sensibilidad social que recorre el libro y surge de vez en cuando como
fuente de matices pesimistas: «Si esto fuera México ya me habrían asesinado».
O, con un carácter más abstracto: «la patria es un escupitajo en el significado
de la soledad».
Cabe
señalar también el uso que la poeta hace de los nombres propios a lo largo del
libro, con intenciones nada trascendentes ni culturalistas. En sus versos, los
nombres se citan con la misma familiaridad con la que se pronuncian las
palabras comunes, adquieren significados léxicos y a través de ellos Raquel
Ramírez de Arellano consigue enriquecer el lenguaje poético. Por poner un
ejemplo, y en sintonía con las ideas del poema inicial, la cita que se copia a
continuación no evoca la figura del poeta francés que nombra, se limita a
añadir un matiz al significado que pretende consolidar la impureza y la mixtura
como único medio de expresión y de pensamiento: «Pulsa la tecla Rimbaud /
devuélvele el verso a la prosa / toma entre tus manos la pértiga de los géneros»
para, añade el lector de La cesta del lobo, huir «del agujero» y «del ombligo del mundo».
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