Alberto
Tesán apareció en el instituto recién inaugurado en Santa Perpètua de Mogoda,
su pueblo, en septiembre de 1989. Venía a cursar COU. No era un curso
cualquiera el que iba a empezar. Aquel COU culminaba la primera promoción del
instituto, que en ausencia de edificio propio se había instalado en la Granja
Soldevila. Las aulas eran las salas y habitaciones de la antigua casa señorial,
y como tal decoradas. Y aquel COU también era mi primer COU, después de haber
acompañado al alumnado desde segundo de BUP.
El COU, es posible que muchos lo
recuerden y tal vez alguno lo añore, era un instrumento ideal para proyectar al
alumnado hacia su futuro. Pero ese no era el caso del alumno Alberto Tesán, que
regresaba a su pueblo después de haber sido expulsado de su prometedor y
brillantísimo futuro. Lo resumo porque la historia es ya conocida: Tesán había
sido un jugador destacado de las categorías inferiores del Barcelona. Capitán
de su equipo. Había competido en la selección nacional y en puertas de jugar en
el primer equipo (su compañero de habitación en los juveniles debutaría en 1990),
una grave lesión de rodilla lo devolvió a la anodina vida de simple estudiante
de COU, de la que había salido para triunfar. No fue un alumno fácil. Mientras
todos sus compañeros iban avanzando con ilusión, él regresaba de golpe.
Recuerdo las infinitas conversaciones que le veíamos mantener con Manuel
Santirso, su profe de historia y supongo que tutor aquel año. Había que inundar
con palabras el vacío en el que había quedado la vida de aquel joven que (lo
diré al modo griego) los dioses, después de premiarle con dos piernas
prodigiosas, habían abandonado.
Aquellas palabras salvaron al alumno
Tesán, que acabó su COU, aprobó sin problemas la selectividad y se matriculó en
la facultad de historia, ya orientado en la dirección correcta, encaminado
hacia un nuevo futuro; diferente, pero suyo. Ah, las palabras. No solo le
salvaron. Se quedaron ahí revoloteando y bastó que alguna tarde se sentara en
la penumbra de su habitación para que las puertas se abrieran y salieran
volando. Un día me entregó, al final de la clase, unos cuantos folios. No era
un ejercicio. Eran poemas. Aún quedaba lo más arduo del curso. Así que le dije:
«Mira, Tesán, los voy a leer con mucho gusto, pero solo te los comentaré cuando
hayan acabado las clases. Te vienes una mañana y charlamos».
Aquel
curso tuvo muchas mañanas, y los cursos que le siguieron unas cuantas más. Pero
de muy pocas soy capaz de decir algo. Y entre esas, escasas, recuerdo con
precisión la mañana de finales de junio en la que apareció por el insti. No
había nadie por allí y nos instalamos en la sala de profesores. Aquellos poemas
primeros que me había entregado Tesán, no creo que se lo dijera entonces, pero
se lo digo ahora, eran conceptualmente los propios de su edad, aunque había
algo que excedía en mucho las condiciones de un poeta primerizo. La melodía de
aquellos versos incipientes. Eso me impactó, lo recuerdo perfectamente. Como
jamás he tenido oído ni para la música ni para los versos, admiré en aquel
alumno lo que posiblemente sea el fruto de un oído natural. Sus poemas sonaban
con una armonía y una delicadeza extraordinarias. Impecables.
Aquella
mañana hice lo que hacen los profesores. Le di una lista de lecturas y le dije
que viniera a verme después del verano con los nuevos poemas que escribiera. Y
el alumno Tesán leyó no solo aquellos libros de la lista, sino también otros
muchos que había encontrado junto a ellos por su cuenta, en las librerías que
ahora frecuentaba, ya como un joven que construye su futuro. En su caso, otro proyecto de futuro que
borraba a pasos agigantados el que había perdido.
De
los nuevos poemas que me enseñó ya no puedo decir, en absoluto, que fueran
primerizos. Eran impresionantes. Alguno de ellos pasaría directamente a su
primer libro, El mismo hombre, que
publicó Pre-Textos unos años más tarde, en 1996. Y aquellos poemas, que debí de
leer hacia 1991 o 1992, tuvieron otra consecuencia inmediata, ya establecieron
entre nosotros otra relación. Dejamos de ser profesor y alumno y desde ese
mismo momento pasamos a ser lo que seguimos siendo a día de hoy, colegas en la
poesía, amigos en lo personal. Desde ese día traté a Tesán como el poeta, el
auténtico poeta en el que se había convertido.
2. POSTAL DE LA PLAZA MAYOR O VAMOS A TOMAR UN CAFÉ
De la
vida del poeta Tesán dan cuenta dos libros, el ya citado El mismo hombre y después Piedras
en el agua, de 2003, ambos publicados en Pre-Textos. Veinte años después,
hoy, presentamos el tercero, Gente que
bebe. Alguien dirá que no es mucho, pero quizá valga la pena no valorar la
poesía al peso y quizá muchos poetas de mi generación, que acaso hayan
publicado treinta libros, no hayan escrito tres libros de verdad como los que
ha firmado Alberto Tesán. Pero ahí no acaba su vida de poeta, sino que empieza.
A
partir de la edición de su primer libro Tesán empezó a entrar en contacto con
los poetas de su edad. Estableció con ellos amistad y múltiples complicidades
poéticas. Empezó a tejer, junto a sus coetáneos que escribían en los lugares
más dispersos, una intensa trama generacional. Los años noventa y la primera
década del presente siglo, sin embargo, pertenecía a otras generaciones, que
son la anterior a la mía y la mía, entonces amas y señoras del panorama
poético. A los jóvenes entonces no les importó. Ni siquiera se pelearon con
nosotros. La generación de Tesán, lo he escrito en algún otro sitio, descubrió
grietas y ranuras en las poéticas generacionales anteriores, el culturalismo
trascendente y el biografismo ensimismado, para escabullirse de lo que les
molestaba, lo trascendente y lo ensimismado, aprovechar lo que les satisfacía y
superar barreras generacionales sin saltarlas por encima. Una poética
subrepticia, que, sin que nadie se diera cuenta, o yo no lo he leído, ya
estaba en otra parte: la biografía y la cultura para Tesán y sus coetáneos son
pasto de la ironía más feroz, y de la desidentidad que esa
misma ironía produce como única identidad del poema.
Quiero
acordarme ahora, entre los múltiples amigos y cómplices que Tesan ha tenido
durante todos estos años, en dos poetas que me parece que forman con él la
columna vertebral ideológica de su generación: Pablo García Casado, con quien
comparte el descubrimiento del carácter devastador de estructuras ficticias que
tiene el yo sociológico, es decir, el asumir como el sujeto lírico del poema no
el yo justiciero y romántico que denuncia el mal, sino el mal mismo encarnado
por la persona poética que escribe el poema.
Y
quiero citar también otra voz esencial para su generación, Raquel Casas Agustí,
poeta en lengua catalana, con quien Tesán comparte principios y finales
literarios y una práctica poética desinhibida y descarnada. Y a quien Tesán
dedica uno de los mejores poemas del libro que hoy presentamos: «Nocturno de
Ofelia».
Otros
nombres de la época, es cierto, han quedado relegados a la despiadada
descripción que realiza el poema «Mis amigos poetas», aquellos que «Son
aburridos, predecibles / y mediocres». Pero para contar, algún día tendrá que
hacerse, la historia de la generación de García Casado, de Raquel Casas, de
Tesán y de Josep Maria Rodríguez, que es el editor de este libro, se tendrá que
recurrir a los mejores, y los mejores son siempre los que siguen fieles al
propósito indeleble de abrir un camino donde solo hay maleza y tiniebla. Este Gente que bebe marca una nueva cumbre
generacional.
3. POSTAL DE PROPAGANDA INSTITUCIONAL O DE LOS QUE SE TRAICIONAN A SÍ MISMOS
De Gente que bebe, creo que hay que decirlo
todo, yo había visto, en 2021 una cubierta que no es esta cubierta. Y unas
pruebas que no tenían esta tipografía. El libro estaba a punto de entrar en
imprenta cuando al editor que lo había contratado se le ocurrió leerlo. Parece
que me lo esté inventando, pero es literal. Se sentó a leerlo y, oh, le
parecieron inoportunos tres poemas de este libro. Le pidió a Tesán que, para
poderlo publicar en su sello, los quitara. Bueno es Tesán para a estas alturas
aceptar componendas. Lo retiró al instante. Y como el destino teje a oscuras de
los morales, por volverlo a decir a la griega, el libro no tardó en encontrar,
por sí mismo, y al completo, el lugar ideal para él. La editorial Milenio que
con tanto acierto dirige Josep Maria Rodríguez.
4. POSTAL DE ESTATUA ECUESTRE O QUE TAMBIÉN OPINEN OTROS
Jesús
Aguado, que es un poeta de mi generación y que escribe micro-reseñas críticas,
acaba de publicar una brevísima que no puedo dejar de leerla ahora, porque es
el pórtico perfecto para el libro que presentamos: «Cuánto tiempo
esperando un nuevo libro de Alberto Tesán. Y llega este puñetazo, esta
autopsia, esa voracidad, este miedo. Llegan estos poemas desolados y lúcidos
que se beben al lector sin misericordia, poniéndole zancadillas a las verdades
oficiales, a las vidas encorsetadas, a las ideas de rebajas. Un cirujano ebrio
sajando la piel del mundo. Qué difícil no temblar».
5. POSTAL DE INTERIOR O LAS PÁGINAS DE UN DIARIO
Las
vicisitudes editoriales provocaron que de este libro apareciera un primer
comentario crítico en 2021, casi dos años antes de su publicación. Lo había
escrito en mi diario de 2019, cuando recibí el manuscrito, y nunca pensé que se
publicaría antes el diario que el libro. Recuerdo ahora un fragmento de aquella
primera impresión:
«Lo
fascinante para un lector de poesía contemporánea es que el conflicto central
del libro no es el temático, el que se escenifica en una ruptura conyugal, sino
el enfrentamiento que se produce entre el sujeto lírico y el sujeto sociológico.
¿Hasta qué punto la sociedad absorbe nuestro yo para convertirnos en
estereotipos y hasta qué punto en el estereotipo está, sangrando, la herida del
yo? Eso es lo que me ha maravillado del libro, que trenza la vena sociológica
(más evidente en los poemas en verso) y la lírica (más arraigada en los poemas
en prosa) de modo que la frontera entre ambos desaparece. Resulta deslumbrante esta
abolición de límites entre el ser social (el personaje ideado para escribir los
poemas y como tal emblema de una masculinidad herida, por decirlo de alguna
manera, y de un orgullo vengativo) y el lírico (que trata de comprender desde
dentro en qué le ha convertido su propia vida). Un gran libro inquietante,
lúcido y desolado. Ojalá haya quien sepa leerlo».
6. POSTAL DE LA CRIPTA DE LA CATEDRAL O EL LIBRO QUE SE ESCRIBE HACIA DENTRO
Gente que bebe es la
crónica fragmentaria e impertinente de una deflagración que se expone ante el
lector fotograma a fotograma, o, literalmente, la explosión de una ruptura
conyugal mostrada poema a poema. La condición fragmentaria es la manera que
tiene el presente de recoger la historia de modo que evoque no la pérdida
amorosa, sino la del propio ser contemporáneo. La impertinencia, lo
intempestivo de estos poemas, es una forma de encarnar la propia esencia de lo
poético. Tesán lo explica muy bien en el poema «Mis amigos poeta», ya citado:
«Saben juntar palabras, ganan premios mediocres / y conocen la fórmula para
gustarse entre ellos». Lo que Alberto hace es diametralmente lo opuesto.
Si uno se detiene sobre la manera de
encajar los fragmentos en la historia que el libro evoca enseguida percibe que
en absoluto tiene forma de un mosaico, porque cada conjunto resulta
incompatible con el resto. Un mínimo gesto formal lo explicita: hay poemas en
prosa y hay poemas en verso, por separado y entreverados. Conceptualmente el
abismo que los separa es aún mayor. No pueden formar un mosaico porque su distribución
no ocupa un plano horizontal, el propio de las historias convencionales, sino
que encajan en un imposible plano vertical. Unos fragmentos dentro de los
otros. Un puzle que solo puede representar la columna de un estilita. Hay
fragmentos que los protagoniza un yo lírico, con una personalidad devastada por
su impotencia ante lo que le ocurre; otros encarnan, dentro de este (y no al
revés, que sería lo fácil), una época distorsionada por la imposibilidad de los
que la viven para saber en verdad quiénes son y qué les ocurre; y aún hay un
estrato inferior aún más profundo, que es el lector, incomodado por la lectura,
que asiste a lo no dicho por las inercias del presente. Y así unos fragmentos
dentro de otros fragmentos evocan el gran estallido las postrimerías.
Alberto Tesán en este construir la
historia de una deflagración, hacia el interior del magma que dio lugar a las
piedras que pisa, no olvida que la nuestra, hija de Sísifo, es una época en la
que nada acaba con lo que acaba y su finitud es siempre un volver a empezar.
Hay una sección del libro en la que quiero fijarme ahora. Se denomina «Alta
velocidad». Alta Velocidad es como le llaman en Zaragoza, donde ha vivido
mientras escribía este libro, al metro de la ciudad. El metro es, como todos
sabemos, el territorio fundacional de los desconocidos. Pero desde que Frank
Sinatra cantara «Strangers in the Night», los desconocidos son la fuente
privilegiada de las historias de amor. Es lo que cuenta esta serie, una
historia de amor, Sísifo que recoge la piedra del pie de la ladera para volver
a ascender hacia la cumbre. Solo tiene
tres poemas, que ejemplifican con claridad la fragmentación vertical del libro.
El primero traza el punto de vista de la realidad. Alguien que sube a un tren,
toma asiento, oye una voz «y el milagro sucede». El segundo recrea no lo que
esa voz dice, sino el universo que despierta al hablar en la imaginación de
quien al oírlo construye la perfección o la imperfección del mundo. Y ese ya es
un punto de vista que desborda al sujeto lírico, lo convierte, como hacían los
poetas antiguos, en mito. En este caso, claro, solo construye la perfección del
mundo: «Eres feliz dando forma a lo que no es». Y el tercer poema, escrito
sobre un sujeto con marcas de género en femenino, representa también al lector
que, en el papel de Penélope, como ella: «Desteje los pensamientos con los ojos
cerrados». Esta fragmentación, no de mosaico, sino de prospección petrolífera
es, aquí simplificada, la que construye todo el libro.
7. POSTAL
DEL TEMPLO DE ARTEMISA O CATÁLOGO DE LAS NOSTALGIAS
Y acabo
con una pequeña fábula, mi regalo al poeta Alberto Tesán. De Monsieur Teste,
aquel ser simulado que ideó Paul Valéry —en la misma época en la que Pessoa
dirigía su orquesta de heterónimos y poco antes de que Machado empezara la
contratación de su banda municipal de filósofos apócrifos—, de Monsieur Teste afirmaba
su esposa: «De hecho, el señor Teste piensa que el amor consiste en poder hacer
el idiota juntos». Una definición en la que resulta útil detenerse.
El
progreso del ser humano se construye a partir de la conquista de la
racionalidad sobre el pensamiento irracional. Dentro de este, el amor no se
diferenciaba del resto de los impulsos animales de los humanos. Tal vez por eso
Platón, al inicio del camino de la racionalidad, no encontró razones para
contemplar el amor dentro de su cauce. Lo acumuló al paquete de lo mitológico y
lo expulsó fuera de las murallas, junto a sus exégetas, los poetas. Por eso
entre la gente todavía recibe el apelativo de poeta quien anda ciegamente
enamorado. Es curioso cómo sobreviven estas ideas en el curso de los siglos.
Cualquier movimiento filosófico que haya desafiado la racionalidad desde
entonces ha esgrimido el amor como arma. Así lo hicieron los medievales con el
Amor Cortés frente a la moral religiosa de la época. O los románticos, frente
al espíritu pragmático de la Ilustración.
El
movimiento cultural más intenso para integrar el amor dentro de las vías racionales
lo vivimos a diario en el cine y en los medios de comunicación. La doble
exigencia de un final feliz, por un lado, y de la enseñanza positiva, por otro,
convergen en una alianza de película entre convenciones sociales y ejemplaridad
del amor. Un pacto en el que la sociedad acepta el amor como impulso propio y
el amor se deja erosionar las crestas más silvestres.
No sé si conseguirán liberar alguna vez al
amor de su otra cara de la luna. De momento, su impetuosidad ha sido relegada a
la marginalidad social, vilipendiada como sexo, mientras en el centro del
fenómeno permanece una versión edulcorada por la pureza ideal de los
sentimientos. Cómo echo de menos aquella vieja identidad platónica que
conectaba a los amantes irredentos con los poetas, y a estos con los vientos de
la irracionalidad. Quizá Bukowski, Estellés, Fonollosa o Alberto Tesán sean los
últimos intérpretes de aquella música salvaje que impedía el florecimiento de cualquier
idea sensata sobre el amor. Cómo añoro la definición de Monsieur Teste.
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