Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

martes, 13 de diciembre de 2022

Inestable infinito | «Falla la noche», de Noni Benegas




Decía Pascal que no es conveniente desacreditar a «quienes se hacen honrar por cargos u oficios, puesto que no se ama a nadie sino por sus cualidades prestadas». Unos versos de este libro parecen retornar a la idea de la identidad social, pero desde el otro lado del espejo: «Y a veces estoy tan lejos / que no me reconozco, / pero me hablan, y miran, / y ahí me encuentro». La figura de Noni Benegas (1947) posee diversas «cualidades», en este caso propias, por las que se la reconoce y admira en sociedad. Primero como activista por los derechos y libertad sexuales, y después como pionera en las reivindicaciones feministas dentro de las estructuras poéticas y artísticas. La temporada pasada una exposición en Madrid, Ciudad Adentro, mostraba las caras de esta relevancia de la poeta en la configuración de la modernidad en el último tramo del siglo XX. De ninguno de estos aspectos sociales, salvo su reflejo diurno en los versos citados, se hablan en este libro. La poesía de Noni Benegas indaga en los territorios personales, en jirones de conversación que regresan, en fugaces imágenes que permanecen, en esquinas de tiempo fútil que de repente significan y, sobre todo, allí donde está «tan lejos que no [se] reconoce», en el insomnio —la noche que «falla» en sus propósitos de olvido—, el punto más álgido del volumen. 

         Las tres primeras secciones de Falla la noche (Bartleby Ed. Madrid, 2022) conforman sendos collares de reflexiones breves que brillan desde el destello de una sintaxis desdibujada y desde el apunte rápido, casi gestual, de los pensamientos. La cuarta sección, que titula también el conjunto, es un poema extenso, elaborado con las artes opuestas, una escritura ahora detenida en sus significados y subrayada por las repeticiones y pormenores. En todo el conjunto, la escritura se amolda a la agilidad y dinamismo de un verso blanco muy breve, en el que el ritmo no depende de las sílabas, sino de las palabras, que se ordenan con una cadencia media de tres por verso (a veces, tres palabras léxicas), lo que crea una escansión encabalgada que despeña la dicción por el poema como agua por cascada, por ejemplo: «En estos desiertos / perder la piedra. // No hay eco / solo pasar // Atrévete a pasar. // Paz, pura paz…». Esta sucesión en golpes de dos o tres tónicas, actúa incrementando el ritmo, como ocurre en las canciones

         Entre los poemas breves hay algunos escuetos autorretratos. Uno de ellos empieza: «Soy salvaje, / el tiempo / es una pulsera que llevo / acodada a la barra de un bar, / donde ni Dios habla». La imagen da un rápido giro hacia su dimensión filosófica: «El tiempo es esta espera infinita / o que el infinito acabe». Esta disyuntiva abre la puerta a la poética de Noni Benegas. Sus poemas dan la impresión de ser vibrantes razonamientos que se oponen a la idea de un tiempo que no acaba, es decir, que consignan el momento en el que la espera concluye: «Acostumbrada a una masa verbal / de repente esta tan real… / Oscura vegetación / mi semejante».  Y se inicia el poema, que se define en otro texto con una acertada paradoja, lo heterogéneo y dispar emparentado por la escritura: «(Enhebrar una aguja / de ojo largo / en donde entran / como en un mantel / objetos desperdigados / en cierto orden)».

         «Falla la noche» es un extenso poema que no solo cierra el libro, sino que proporciona una dimensión más honda y compleja a lo leído. Una cita de Marina Tsveteava (lo copio tal como lo transcribe la autora) da clave del texto que precede: «y en la noche oscura / nada se cierne más oscuro sobre nosotros / que nuestros propios ojos». Versos que suponen la cara oculta de «las cualidades prestadas» (o sociales) que mandaba respetar Pascal, y que es el epicentro de Falla la noche. El poema escenifica un insomnio en cuyo ámbito la autora realiza un arduo camino de introspección. Su inicio in media res («La culpa es un argumento / para sentirse vivo…») alude a la interrupción de donde parte. No es una meditación diurna, organizada, sino una acumulación de ideas y sensaciones que aparecen con la ferocidad de autoacusaciones, «Es la hora en que los lobos / salen a aullar a la naturaleza / inhóspita». Y desaparecen ante el protagonismo que de repente reclama el cuerpo, inhábil para el sueño. Una simbiosis que desborda la mente de quien la padece, «Nada tiene sentido», pero que la escritura «enhebra» mediante un proceso de reconocimiento que ya no es el social (el de quienes le «hablan» y «miran»), sino el de la soledad ante sí misma: «a la culpa que me hace sentir viva / de mala manera». Surgen también las preguntas de una vida, «¿No has pensado tener hijos / amiga?» y la discutida precariedad de las respuestas. El cuerpo, siempre presente, «Y sigue el frescor en la espalda»; la oscuridad convertida en la luz del pensamiento: «La noche es un campo / de fosfenos y alambradas / que empieza en el lóbulo frontal». La noche se alza como el emblema del sujeto concebido como pura inestabilidad, es decir, frente a la más recóndita verdad.

[Letras 21 | nuevatribuna.es | 5 de diciembre de 2022 | Enlace]

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