Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

miércoles, 30 de junio de 2021

Los círculos baldíos | «En la tierra desolada» de Fermín Herrero

He andado mucho, pero
bien sé que en círculo
F.H.

En la tierra desolada (Ed. Hiperión, Madrid, 2021) es un título que extiende su gesto pesimista desde las raíces del  The Waste Land eliotiano. No se puede afirmar que sea como su referente un poema unitario, pero tampoco es una combinación de poemas sueltos. Se parece, en verso, a lo que en prosa formaría un diario: una diversidad de asuntos unificados por una única mirada. O, expresado de otra manera, teselas que al ser contempladas en su conjunto muestran una imagen. En este caso, un autorretrato. Quizá el autorretrato de la desolación. Tal vez sea esta la forma que tienen los poemas de mostrarse unitarios en el presente, a través de su fragmentación.

         El título, desalentado, condiciona la lectura. Presagia, quizá, un juicio del mundo, un dedo acusador de cuánto va mal. El lector no tarda en encontrarlo: en la página 12: «simplemente por crueldad / como ahora, a menudo, pisoteo a los débiles». O en la página 14. «Hay muchas formas de comprar / un silencio… /… sé de sobras que existen porque / las he probado». Tal vez sorprenda que un juicio moral no tome la forma de acusación, sino de autoinculpación. Pero Fermín Herrero (1963) lo que afianza en el umbral del gran poema desolado que empieza a escribir es la fe en su raíz lírica: no existe juicio del mundo en poesía, sino solo juicio del yo. La desolación en la tierra lo es solo de quien la habita «mientras oscurece y se muestra / sin elegía lo que cae». O: «Ahí están / las ramas, lo arrancado. Ni sienten ni padecen», porque el padecimiento es solo de quien lo anota en el cuaderno.

         Por acercarlo al paradigma de otro gran poema sobre la desolación, el Infierno de Dante Alighieri, se podría afirmar que el libro está formado por «círculos» en los que sopla insistentemente el viento. El primero, ya mencionado, es «la confusión / del mundo» y de aquello que lo descarría. Otro poema para consolidar la perspectiva es el que acoge la página 54: «También las picarazas han emigrado / a la ciudad…» empiezan los versos que describen, en primera persona, un ser solitario en un bar de imaginería hopperiana, «bebiendo solo», frente a la prevención de «la cocinera», certero símbolo de un destino urbano: «que se enfría la sopa».

         El segundo círculo de la desolación es la vida en contacto con la naturaleza. Al igual que pasaba con el primer círculo, no aparece marcado por la denuncia del abandono, aunque en algunos momentos surja explícita («Los aperos vencidos por el óxido / en las eras: su insomne deterioro»), lo esencial es la ininteligibilidad del yo ante el mundo: «sé / que algo está sucediendo, pero qué». O: «Debo dejar / constancia, aunque no sepa de qué». El conocimiento de la naturaleza se encierra en sí mismo ante el deseo de hallar algún vaticinio, alguna suerte de trascendencia que salve con su sentido la mera descripción: «Si digo simplemente lo que hay / es porque no doy más de sí, me temo».

         Derivado de este, el tercero, nutrido de matices, es el propio oficio de quien mira y se dice: «has de escribir / el nombre, o un nombre, siquiera». No hay un verso más desolado sobre la ambición del poeta en el mundo: siquiera un nombre. El autor que ha descrito con la minuciosidad del paisajista exigente las tierras altas de Castilla esboza su poética con una amargura que desazona: «sólo / en lo indecible, hurgo, habito». Porque, de hecho, «Lo decible / es tan poco». Una poética que descubre en el nihilismo su razón de ser: «apenas pienso lo que nombro / se abrasa y desvanece».

En un recodo de este amplísimo círculo de la escritura no se olvida Fermín Herrero de anotar sus penas como poeta en un tiempo descreído y, quizá por eso, mal comprendido: «A buen / seguro no saldrás en la foto de tu generación». Es posible que el pronóstico tenga algún fundamento: tal vez a las «fotos de generación» les ocurra lo mismo que a «las piedras pulidas del lavadero [donde] hace / muchos años que nadie se arrodilla». Es decir, el futuro quizá se desentienda de colectivos; igual que ahora cada cual lava en su casa, los poetas solo se recordarán en fotos individuales. Y la de Herrero resulta imprescindible.

Son los tres primeros círculos del mundo desolado, pero no los únicos. No sé si se podrían estirar hasta nueve. Quizá. En la tierra desolada recoge algunos más de similar importancia: la preocupación por la edad, el deambular de lo biográfico («Qué equivocado estaba»), la fragilidad de la memoria, los propósitos de vida («decido / desleírme de las olas sin pretender / abarcarlas. Y así con todo lo que importa»). Tal vez todos estos matices formarían un cuarto círculo: la «confusión» de la existencia.

Y se vislumbra un postrer círculo, no sé si quinto o noveno, eso tampoco importa, diseminado en las cuatro secciones del libro (cada una de 15 poemas, casi cada poema con diez versos —solo unos pocos no alcanzan esos versos, y ninguno los sobrepasa— y una métrica muy efectiva formada por la combinación aleatoria de hemistiquios de diversas medidas), que es el círculo del amor. Parte de un espléndido poema erótico en la página 20: «Clara a punto de nieve por tus pechos… /… Nuestro amor». Y el poema sigue: «Mas seamos triviales / por si acaso, la carne acaba». Y en este verso prende una lúcida y estremecedora reflexión —en los poemas de las páginas 50, 57, 66— sobre la relación amorosa que sobrevive al enamoramiento carnal, un asunto esencial en la vida de las personas que, a veces, los poetas parecen olvidar. No es el caso de Fermín Herrero: «Sin mirarse a los ojos cómo no distanciarse / incluso estando al lado». Y que concluye con una declaración de amor que emerge de la desolación temporal pero que alcanza la altura de cualquier idealización amorosa que le salga al paso: «Por mi parte, aunque me ha de faltar / el tiempo, como a todos, sin estar a tu arrimo ya / no sabría qué hacer». Quizá, el broche del postrer círculo de la tierra desolada.

[Inédito]

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