Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

domingo, 31 de octubre de 2021

Presentación de José Manuel Benítez Ariza el sábado 23 de octubre

No es esta la primera vez que José Manuel Benítez Ariza lee sus poemas en Barcelona. Hace tres años vino a presentar su libro anterior, Arabesco, yo no me enteré de la convocatoria, pero entre los poetas que acudieron a escucharle estuvo José Carlos Cataño, que hoy ya no está con nosotros. O tal vez sí, quién sabe.

         Benítez Ariza está estos días de paseo por Barcelona. Hay cosas que pasan de padres a hijas y también existen cosas que pasan de hijas a padres, como el gusto de venirse de vez en cuando a pasear por Barcelona. Y me ha parecido una buena idea apartarle una mañana de su afición acuarelista y obligarle a que nos lea unos cuantos poemas.

         Antes de presentarle me vais a permitir que hable un poco de mí. Le conocí una tarde en su ciudad, en Cádiz. No recuerdo el año, pero no andaría muy lejos de 1980. Los dos veinteañeros. Él más veinteañero que yo, pues es mucho más joven. Tres años. Me lo presentó una amiga común, gaditana, y estuvimos toda la tarde en una terraza charlando. ¿De qué hablaríamos? No tengo ni la más remota idea. Desde entonces no he vuelto a verle ni a tratarle hasta la primavera pasada, casi cuarenta años después. Había venido a pasear a Barcelona, ya convicto del virus filial. Hablamos por teléfono y quedamos en Sant Andreu, que es su barrio de adopción y, curiosamente —será que no hay barrios en Barcelona— también en el que nací yo. De la conversación de aquella tarde recuerdo una expresión mía que se convirtió en un concepto «Y yo también». Nos pusimos al día de los cuarenta años que habíamos estado sin vernos, pero no sin leernos, y fue sorprendente comprobar que los dos habíamos cultivado los mismos géneros literarios y de la misma manera: con un epicentro en la poesía (José Manuel con once títulos y dos antologías), una excursión temporal hacia la narrativa (ha escrito cinco novelas), sobre todo como manera de testimoniar su época, como queda patente en su emblemática Trilogía de la transición, un acompañamiento de prosa memorialista en forma de diarios y una dedicación a la crítica literaria durante años en revistas y periódicos y también a la traducción. Y compartiendo las mismas editoriales: Pre-Textos, Paréntesis, La Isla de Siltolá o Cypress. Aunque allí donde yo he publicado un título, él ha sacado tres o cuatro. Wikipedia le atribuye le atribuye 32 títulos y a mí 29. Pero, en conjunto, no creo que haya ningún otro escritor contemporáneo con el que mantenga tantas coincidencias.

         Luego José Manuel me habló de su padre, y le dije, «y el mío también», me preguntó dónde guardaba mi biblioteca, si me cabía toda en casa, y le dije que no, que estaba repartida en tres lugares: en Barcelona, en una casa de campo y en la que fue mi habitación en la casa de mis padres; y al devolverle la pregunta me devolvió mi misma respuesta. Pero cuando empecé a sospechar que las vidas paralelas que habíamos llevado en la distancia tenían una extraña materialidad fue al ver una foto del interior de su casa en Puerto Real que me dejó de piedra. O mejor, de mármol. Porque certificaba que los dos caminamos en zapatillas a diario por un pavimento idéntico. Por eso cuando a principios de octubre llegó a Barcelona y se quejó de un esguince en el brazo izquierdo, que es exactamente el mismo esguince que padezco yo en el brazo del mismo lado, pero en el mío, ya ni siquiera le di importancia a la casualidad.

         Hace unos meses, cuando apareció Realidad, el libro que este mediodía ha venido a presentarnos, aproveché la ocasión para leer su libro anterior, Arabesco, que se me había pasado por alto. Y sobre los dos le escribí una carta que me gustaría recordarla ahora como preámbulo a su lectura.

He disfrutado más leyendo Arabesco y Realidad juntos que si los hubiera leído por separado. Son hermanos, claro, pero como muchos hermanos cada uno lo es a su manera y no se parecen en nada. Tienen un aire de familia, que es el estilo poético de Benítez Ariza, ya bien asentado en el poema meditativo y en una métrica depurada que conduce al lector como una barca sobre las aguas de un lago, sin oscilaciones.

¡Pero son dos libros tan distintos! De los dos, el primero parece escrito para contradecir a Alberto Caeiro. Caeiro decía «yo no tengo metafísica, yo tengo sentidos». Arabesco le replica: «como tengo sentidos, tengo metafísica». En la mayoría de poemas destaca su propósito de encontrar el pensamiento que contiene cualquier observación de lo real. Una metafísica leve, sencilla, cotidiana, pero nuclear. Casi se diría, una verdad. La verdad que contiene lo que observamos como mera disposición del mundo. Es un libro hermoso en el que los grandes poemas se suceden sin que el lector lo perciba.

La parte central del libro, una treintena de poemas en prosa, no tiene nada que ver con el resto. Está perfectamente en él como contraste, pero su propósito es diferente. Y en el momento de leerlo me produjo una sensación paradójica sorprendente: con qué facilidad en la prosa (poética, sin duda alguna) se desliza la descripción de lo real hacia sus fronteras, de un modo casi visionario, mientras los versos, en especial los de este libro, y por su propósito de destilar pensamiento, presentan una realidad sustentada en su concepción, digamos para entendernos, canónica. Pensé: con qué facilidad la prosa vuela y el verso se queda pegado al suelo.

Lo que no sabía entonces, y ahora ya lo sé, es que «Cuaderno de campo», ese conjunto de poemas en prosa, presagiaba los poemas que aún no habían sido escritos, o tal vez sí, pero aún no se habían publicado. Anunciaba: Realidad. Es curioso, siendo el mismo estilo y parecidos motivos, no hay libro más opuesto a Arabesco que el que le sigue. Ahora es al autor de Arabesco a quien el autor de Realidad replica: «porque tengo sentidos, puedo cerrar los ojos y olvidarlo, o reírme de mí mismo».

Ahora los poemas carecen de metafísica. Tienen ironía. Una ironía profunda, implicada en la existencia de las cosas. Y buscan dibujar con palabras no la Realidad, sino sus fronteras, allí donde se escapa. Es el carácter propio del hermano menor: más movido, más gamberro que el estudioso hermano mayor. De un libro a otro se pasa del clasicismo a la modernidad. A mí me gustan los dos. De hecho, no sabría elegir uno. Son dos caras de una misma moneda.

[Inédito]

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