Es
común que ambos motivos, muerte y ausencia, contribuyan por inercia a cerrar el
campo de visión del poema. A cegarlo. Por el contrario, la poesía de Corina
Oproae imprime a los versos el movimiento opuesto, ambos conceptos avanzan «abriéndose
camino / hacia la eternidad», «Desde un determinado punto del universo», «en la
saliva de este beso cósmico» y «sabiendo que el círculo es infinito». En este
marco que adquiere la laxitud máxima —donde el tiempo es «eternidad» y el
espacio «infinito»— se inscribe una conciencia, de estirpe barroca, que concibe
como «muerte» cualquier impulso vital, tanto en lo cotidiano («aprendes a morir
día a día»), como en la vivencia singular («fue cuando sentimos la muerte /
disfrazada de pájaro o de atardecer»). Incluso como condición existencial: «el
anhelar la muerte / para poder seguir viviendo».
Estas son las coordenadas donde la vida
se resuelve como sueño: «entendí al instante que todo había sido un sueño». Si
lo cósmico traza las dimensiones de la conciencia, el sueño le proporciona al
conocimiento la profundidad de campo. El sueño es la perspectiva con la que se
comprende la huella que tuvo el pasado en el sujeto y el sujeto mismo cuando
logra reconocerse: «Es en sueños / que remiendo mi vida». Las reminiscencias
barrocas de este paradigma que iguala los tres conceptos (vida=muerte=sueño)
potencian su sentido contemporáneo, pero también lo contrastan. Solo un poema
posee una referencia mitológica, «La agonía de Eros», y resulta esencial para
comprender la diferencia. «Tú que tienes tantas caras», empieza con alusión a
la polifonía barroca, «ahora me enseñas sólo una / … / —niño que se cae del
árbol / en el momento preciso / de morder la fruta». Es decir: «jamás tuve un
primer amor». En contraste con la dimensión barroca, el paradigma contemporáneo
nace desde el interior de una única subjetividad lacerada.
La poética de Corina Oproae cabe interpretarla como una sinfonía. Cada concepto es un instrumento y el resultado es una melodía. El acorde de un presente condicionado por las ausencias, por la progresiva indefinición de los opuestos («que el amor y el desamor / son la misma muerte»), por una identidad resquebrajada cuyo significado se desconoce en cada gesto que busca desvelarlo, y también por una violencia oculta que ha arrasado la infancia con el «miedo», cuarto concepto del paradigma. Un escalofriante poema, «Recuerdo una casa abandonada…», alude mediante un delicado uso de los recursos poéticos al suceso padecido por la «niña / que se quedó atrapada» en «un verano / que pensaba perpetuo». Un poema cuyo valor trasciende el infausto hecho concreto y se sitúa en el epicentro de la experiencia contemporánea, una suerte de pérdida de la inocencia atemporal que relega lo vivido al sueño, única «eternidad» vacía («Tu ausencia / cielo infinito») desde donde amar, es decir, desde donde escribir.
[Clarín nº 156. Noviembre-diciembre, 2021]
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