LIBRO DEL DESASOSIEGO, de Fernando
Pessoa
Pre-Textos, Valencia, 2014
En algún momento de su desordenada vida laboral como corresponsal extranjero en varias empresas y de su tempestuosa vida mental como escritor, Fernando Pessoa (1888-1935) miró el ingente volumen de papeles manuscritos que los años y su indomable grafomanía habían reunido. Pensó que el libro soñado durante décadas —Pessoa soñaba libros sin cesar, pero siempre con la pluma en la mano— estaba ahí. Solo tenía que ordenarlo y coser unos con otros los cientos de fragmentos conforme a la idea que tenía de su libro. Eso ocurrió en septiembre de 1932. El día 16 de aquel mes entregaba en la secretaría del Museo-Biblioteca Conde de Castro Guimarães, en Cascais, un currículum con el propósito de ocupar una vacante de bibliotecario que le solucionase su economía y le proporcionara lejos de Lisboa el sosiego necesario para rehacer su obra. Los méritos aducidos por Pessoa estremecen: desde el Premio Reina Vitoria de estilo inglés logrado en su adolescencia hasta su participación en las revistas de vanguardia. No obtuvo el puesto. Prefirieron a otro candidato. Y los días de quien podría haber desentrañado el laberíntico enigma del Libro del Desasosiego se despeñaron, como solían, entre oficinas y tabernas. Y los papeles quedaron amontonados en un arcón.
Este es el tercer Libro del Desasosiego diferente que puede leer traducido el lector español. El portugués ha conocido cinco versiones distintas en número y orden de los fragmentos. ¿Fue consciente Pessoa en algún momento de que los cientos de textos abandonados de su gran libro encarnarían la heteronomía que él había imaginado para el autor? Porque el Libro del Desasosiego no es un libro, son —por ahora— cinco libros distintos. Y podrían llegar a ser innumerables. O quizá pensara también a los 45 años lo que escribió a los 25: «¡Qué sublime… no ejecutar una obra que sería bella a la fuerza!»
El Libro del Desasosiego que ha preparado el profesor Jerónimo Pizarro y traduce Antonio Sáez Delgado tal vez sea el que se ajuste más al único hilo de Ariadna que nos legó su autor: la cronología. A partir de la datación de cada uno de los fragmentos, el resultado es un conjunto que gana en homogeneidad, la que se deriva de ir siguiendo la ruta que trazó Pessoa al escribirlo. Las dos partes (y sendas atribuciones heteronímicas) presentan dos respuestas contrapuestas ante la radical pérdida de sentido de la vida y la sustitución de este vacío por el sueño. La primera (1913-1920) muestra al joven ensimismado, ajeno a cuanto no sea escrutar las singularidades del alma. En la segunda, reiniciada una década después, Pessoa busca en el espacio reflejo de la ciudad los referentes para comprender los latidos de su sueño. Y ese abrir los ojos hacia los otros, el discurrir de los días y la cotidianidad, aun con la vista puesta en su interior, descubre la exacta dimensión de una realidad sin anclajes.
El Ciervo nº 752. Mayo-julio de 2015
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