Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

viernes, 12 de marzo de 2010

Federico Abad no olvida su siglo

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La noche del siglo veinte Col. Los cuadernos de Sandua, 44.Córdoba, 1999.
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La figura literaria de Federico Abad (Córdoba, 1961) no está exenta de ciertas rarezas. Externas unas, como lo es la escritura lenta y los largos silencios editoriales; e internas, otras, las más significativas, como lo fue en 1990, en plena pugna entre figurativos y abstractos (o poetas de la experiencia y poetas del silencio) dar a imprenta un libro como Viaje al marsupio, tan insólito en su asunto estructural —la infancia de los canguros— y tan sorprendente en la voluntad de su lengua poética por hallar tonos originales al margen de los modos más trillados. Cuando un verso de este libro afirmaba «Has llegado a estas líneas y no sabes de qué hablo» parecía decirle a su época lo mismo que han sentido aquellos escritores (Kafka, Pessoa, Cernuda...) que se han apartado de la senda de su momento. Y no deja de ser rareza, también, que haya coincidido en el tiempo una antología de coetáneos de Federico Abad, pomposamente denominada «Generación del 2000», y este libro que ya desde el título decide mirar hacia la otra parte.


«La noche del siglo XX sueña con la luz eléctrica»: este verso ha sido elegido como emblema del libro, y en la metáfora se advierten dos actitudes emboscadas. La primera es el gusto (sin énfasis y sin programa) por reunir en su voz cuanto ya es herencia del siglo que declina, aunque muchos rasgos procedan de escuelas que en su momento se enfrentaron. Así, mientras el primer poema evoca a Eliot (el April is the cruellest month se reescribe por Abad como «Tristes ojos de la primavera»), o las menciones de la tarde adensan el recuerdo de Machado («la tarde intensa como la noche»), otros poemas recuperan un sujeto poético de claro aire vanguardista («proseguí con mi labor / de dibujar el viento con los pinceles narcóticos del anocheciendo»), que a su vez se enfrenta a otros sujetos de imaginación existencial («No se inquietan mis ojos. Son estanques / que abriga la noche»). Y hay además poemas donde el sujeto lírico desvela una clara alteridad: «Me dijeron que era muy tarde / para volver del parque sola». Algo parecido ocurrió hace cien años en el modernismo, que supo reunir influencias opuestas en el XIX, como las parnasianas y las simbolistas. La lucidez de la poética que afirma Federico Abad reside en tomar la tradición del siglo para trascenderla mediante la simbiosis de todo lo valioso que en ella ha descubierto, dejando que el olvido se haga cargo de énfasis, programas y apriorismos (por desgracia aún tan presentes).
Por otra parte, al nombrar la noche que «sueña» con la luz eléctrica el autor apela a uno de los factores que más ha condicionado la mirada del siglo. Al mismo tiempo que desecha la tiniebla, la lámpara crea un cerco intransitable alrededor de lo iluminado, un cerco de una oscuridad mayor que la emanada por la propia noche: crea una «orilla para un cielo oceánico» en palabras del poeta. Dentro cae la razón que da perfiles naturalistas a las cosas, y fuera de la luz crece la irracionalidad más enconada. Los poemas que escribe Federico Abad buscan ubicarse en un punto intermedio entre el realismo –la luz eléctrica— y el surrealismo –la oscuridad—. Su inteligibilidad anda siempre por debajo de la lengua sin matices de las convenciones, y por encima de la crepitación verbal del irracionalismo. Un punto raro para observar el mundo en este siglo de polos opuestos. Así su mirada puede ser al mismo tiempo narrativa (poemas como «Convéncete») y derivada de la imaginación más pura (poemas como «El entonces»).


Merece la pena subrayar ahora la capacidad de Federico Abad para combinar planos de escritura. «Rondó de naufragios», por ejemplo, parte de una observación objetiva y narrativa: «Ella dibuja, sus labios sobre un espejo de mano», que en el segundo verso ya se
enriquece con una impresión subjetiva y moral: «Olvida por un instante la innatural simetría...» para sin tránsito desembocar en una imaginería connotativa: «En el carmín no han de soplar los alisios». De repente el verso siguiente regresa a las condiciones del inicio:
«Guarda el espejo en el bolso». Narración, moralidad e imaginación han convivido en el escueto espacio de un cuarteto.
El tema de La noche del siglo XX aparece enunciado en un verso sin concesiones: «sólo humilla la huella del abandono». El abandono, que en ocasiones se enmascara de olvido («un cuerpo borrado por el viento del olvido») y en otras cobra el pulso de las sentencias más lacerantes: «llega a escocerte la esperanza. / Y se te vuelve espera», da razón de existir a un buen número de poemas de este libro que «un soldado de la soledad azul de mayo» ha escrito para nombrar desde dentro un siglo áspero, doliente y hermoso, con una lengua poética hermosa, doliente y dulce.
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Cuadernos del Sur, 11-11-1999, pág. 10
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1 comentario:

  1. me encanta su libro, : qUINCE nosotras la jovenes nos sentimos muy atraidas y reflejadas con Noelia

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