Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

domingo, 12 de febrero de 2012

TRATADO DEL ALMA. «Mañana», de Carmen Borja

Caspar David Friedrich, Mañana de Pascua (c. 1930)
En castellano, el vocablo «mañana» posee una interesante homonimia. Como sustantivo indica el tramo inicial de la jornada; como adverbio apunta hacia el día que sigue y también hacia los venideros. En un mismo término confluyen los tres tiempos, el pasado —como recuerdo, «la mañana de ayer»—, el presente —«la mañana de hoy»— y el futuro. No es extraño que los artistas proclives a la representación simbólica de la realidad persigan esta misma avenencia temporal. Hacia 1835 el pintor romántico alemán Caspar David Friedrich (1774-1840) concluyó un lienzo de pequeño formato titulado «Mañana de Pascua» en el que aparecen tres mujeres de espaldas en una senda que, entre dos árboles sin hojas, contemplan un crepúsculo matutino bajo la luz de la luna y entre nieblas de una noche aún no concluida. No es difícil interpretar los elementos del cuadro como esa confluencia temporal, del día y de la noche, del pasado —los árboles secos—, del presente —las tres mujeres— y del futuro presentido en el amanecer. En el poema «Primero» de Mañana Carmen Borja (1957) explícitamente afirma: «Entro en Mañana de Pascua, la luna en lo alto. / Voy con esas figuras, mujeres que caminan. / Un poeta es eso y lo sabe». Título, evocación de Friedrich y versos convergen o «eligen el camino difícil / donde está la gran intuición, la semilla. / El amor es sin muerte». Es decir, se asoman al tránsito que trasciende lo concreto y temporal.
Con el amparo de la enigmática pintura de Friedrich que funde todos los tiempos, Carmen Borja ha escrito un pequeño tratado poético en el que también aparecen fundidas y entreveradas las tres dimensiones del alma: la creación artística, la moral y la ética. O dicho con sus atributos: «donde nace la esperanza y el sentido / y la verdad que lleva a la armonía». La «esperanza» es la columna vertebral de la ética: «La esperanza se alimenta de palabras», y «las palabras / apuntan a veces al tirano». «Dar testimonio» y «Comprender» —que «es sumergirse / y tratar de respirar un aire ajeno»— son sus convicciones. Hay en Mañana una preocupación por armonizar el ser humano con su mundo, con su alteridad: «Es hora de volver a lo justo». La «verdad» es la esencia de la moral: «Dentro, aquella soledad en carne viva, / el ritmo de la propia respiración, / el latido». La verdad es el modo de adentrarse en sí mismo o «en una conciencia que ríe, llora y fantasea», es decir, es la imbricación en ella del amor, de la belleza, del silencio y de la muerte, citando los conceptos recurrentes del libro.
El atributo del alma más relevante en este singular tratado poético es el «sentido», que se presenta como la aspiración no solo del poema, sino de la propia vida. El «sentido» complementa a los otros dos atributos —o acaso sea complementado por ellos—. En el ámbito ético porque «Perseguir el sentido nos hace humanos», en el moral porque «te permite crear tiempo propio» y en el creativo porque es el principal argumento de la obra: «Instantes y paisajes del alma, / relato, sentido». La reflexión sobre la escritura poética recorre Mañana, pero con la pretensión de dar un paso más allá se presenta como una reflexión sobre la vida, de la que depende y deriva siempre el poema, y no al revés: «El decir fluye desde el vivir». O «Creación y acción dicen lo ausente». Y este vivir y escribir que convergen —como los tiempos en el título y en el cuadro de Friedrich— cumple dos condiciones: la transformación —viaje, mutación— y la transparencia —cuando vida y poema confluyen—.

El Ciervo nº 731, febrero 2012
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