
Nueva temporada de lecturas en La Cigale
En su lectura Toni Montesinos desmontó uno de los tópicos más arraigados que existen en la literatura contemporánea, tan prendido a ella que casi nadie piensa que sea un tópico: el hecho de que los espacios geográficos implican un tono literario. Uno mismo, si se deja llevar, piensa en Puerto Rico como una isla que impregnará de colorido, olor, sonido y vivacidad a los poemas; y sin embargo, evocará Islandia con un verso ensimismado, reflexivo, trascendente... Toni Montesinos destrozó todas nuestras expectativas de seres previsibles. Leyó una serie de poemas ubicados en Puerto Rico, muy bien titulados, por cierto, meditativos, hondos, de escritura adusta y gesto serio. Como si Puerto Rico fuera el lugar donde uno llega para ver los paisajes últimos de la naturaleza que le descubran el límite de sí mismo y de su experiencia de la vida, que no siempre ha sido grata, y de cómo ese poso de lo vivido arde cuando el sentido de la vida cambia y le recompensa con la gratitud sensorial de la isla de los prodigios. De cómo lo que se vive, sólo se puede vivir desde la vida que se ha vivido. Y eso nos hace más sabios también ante la alegría de las islas del Caribe.
Luego parte a Islandia y cuando esperábamos que ese echar el cubo al pozo de sí mismo podría llegar aún más lejos ante los paisajes extremos de la isla gélida, Toni Montesinos nos cambia de nuevo las previsiones. Y los poemas islandeses son un prodigio de ironía, de distancia, de desprendimiento, de humor casi inglés. Un no tomarse en serio la trascendencia de lo que está contemplando, y fijarse en los detalles nimios, divertidos, paradójicos. Nada de lo que se esperaba. Definitivamente, los espacios no implican tono. El tono es patrimonio exclusivo del poeta. Los espacios sólo acumulan una memoria tonal que los hace previsibles. El genio del poeta se mide también por su capacidad para darle la vuelta a las expectativas.
Luego tomó la palabra Jesús Aguado. Empezó con el elogio de Toni Montesinos, que a estas alturas del acto, tras su lectura, el público se tomó en serio. Las presentaciones deberían ser siempre a posteriori de las lecturas, así atenderíamos más al presentador y sabríamos cuándo tiene razón, cuándo exagera y cuándo se queda corto.

Jesús Aguado y Toni Montesinos
La lectura de La Cigale se celebra en vísperas de la publicación de la obra completa de Jesús Aguado, un tomo de 500 páginas que nos revelará bien armonizada la dimensión poliédrica y en constante refundación de este poeta. Y aunque no haya un Jesús Aguado, sino una multitud de fugitivos que huyen de cada una de las impresiones que de su sombra ha quedado sobre un papel, Jesús Aguado ha elegido para esta noche su versión más nostálgica. Yo pensaba en Walter Benjamin: si alguien le hubiera pedido que le leyera algo mientras trabajaba en las bibliotecas de París por la mañana y leía las inquietantes noticias de los diarios alemanes por la tarde, sin duda Benjamin hubiera elegido alguno de los relatos que escribió en Ibiza, esa especie de interregno en su ajetreada lucha entre su formación intelectual y las estrechuras de la sociedad de su tiempo. Jesús Aguado eligió Benarés. A Benarés fue, nos dijo, a leer y a escribir, a pasear y sobre todo a no hacer nada (nada de lo que hacemos en occidente constantemente no se sabe muy bien para qué). En ese no hacer nada está, claro, convertirse en un experto en poesía devocional de la India y en poesía de las tribus, hecho cultural completamente desconocido aquí, y acaso también allá. Leyó en La Cigale su poema de la tribu apócrifa que deslizó entre sus traducciones. Un texto que se manejaba bien en los intersticios de los géneros tradicionales: un marco épico, una salmodia sagrada, una interpretación intensamente lírica. Nos regaló al final dos jugosos jaikus de Benarés, cuyo zumo exprimió y con ello nos dio una lección de poética que raras veces se imparten en ninguna universidad: cómo se transforma la experiencia de lo cotidiano en intensidad literaria.
El público, arrellanado en los sillones y sofás del altillo de La Cigale aplaudió a los dos poetas. Un lunes de octubre, al anochecer, no parecía que la realidad diera mucho más de sí. La expectativa cotidiana dicta para esas horas y para estos días un poco de televisión y darle cuerda al despertador. Toni Montesinos y Jesús Aguado hicieron como que nos paseaban por el planeta, pero eso no era nada más que un espejismo, en verdad nos abrieron las puertas de algo más hondo y fascinante: la intimidad de sus maneras de mirar el mundo.
[Inédito, 18 de octubre de 2011]
No hay comentarios:
Publicar un comentario