Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

sábado, 8 de enero de 2011

INFINITO. «Bajo la piel, los días», de Eduardo Moga

Ciertos libros cuestionan la adscripción al género que les otorga su edición, y a veces hasta su autor. Bajo la piel, los días aparece en una colección denominada «Poesía» y Eduardo Moga (1962) habla de «versos» donde el lector encuentra párrafos que en ocasiones superan las quinientas palabras. El lector que ojee su maquetación quizá piense que se trata de una novela, o al menos a eso se parece. Su autor afirma que escribe poemas; pero, el lector desliza su vista por una página de prosa —una prosa excelente— que contiene un caso (como aquel inaugural del Lazarillo): un poeta que asiste perplejo al desmoronamiento. Si se trata de un libro de poesía o de una novela no es, en este momento, un debate baladí. El carácter fronterizo de la escritura de Bajo la piel, los días, donde convive el poema en prosa y la anotación de dietario, la descripción narrativa y la reflexión metapoética, inclinará su adscripción a aquel género que sea capaz de admitir una mayor inflexión, una renovación más amplia y un mestizaje más abrupto. ¿Lo es la hierática poesía —como piensa implícitamente Moga— o lo es la novela, capaz de metamorfosis constantes? Aunque tal vez la pregunta de nuestra época ya no sea ésta, sino otra: ¿lo será la libérrima poesía que nadie atiende o lo será la novela en la jaula de oro de su vida comercial? No es, pues, un debate sin sustancia.

Suele ocurrir que los libros que rompen convenciones sólo admitan descripciones paradójicas; de éste se podría afirmar, por ejemplo, que es un monólogo polifónico. O una polifonía monologada, pues su pretensión es armonizar todas las voces y sonidos que existen en el yo. El medio es, según Moga, «Abrir incisos en los puntos que me despierten asociaciones»; es decir, obrar en sentido opuesto al hábito de la escritura: no por selección y depuración del estilo, sino por asociación de elementos estilísticamente heterogéneos. El resultado, como en una cata geológica, rechaza la uniformidad de la obra creativa en favor de capturar la verticalidad del proceso creativo: el poema en prosa del que siempre se parte, junto a la realidad que lo ha evocado, las condiciones del lugar donde se escribe, las dudas de la escritura, los desaciertos y correcciones, los recuerdos evocados por alguna palabra, las lecturas que emergen de la memoria… Cada uno de estos factores se escribe en su propio lenguaje literario, de modo que la simbiosis tonal dé cuenta, mejor que la unidad de estilo, del tema que el libro persigue: la vivencia de una transformación. Si los alemanes hablan de Bildungsroman o novela de formación; Bajo la piel, los días es la cara opuesta de este concepto: el poema de la deformación que imprimen el paso del tiempo y el dolor en aquellas ilusiones (la vida, la escritura, el amor) que se habían formado en la juventud.
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Este libro de Eduardo Moga recoge dos descripciones sobrecogedoras de sendos hospitales, reflexiones sobre la tristeza, el dolor o la conciencia de la muerte, alguna divertida crónica de la vida cultural, ciertos recorridos por Barcelona que refundan en su mirada verbal la ciudad y multitud de observaciones que enjuician el presente con una ácida lucidez, pero también late una profunda voluntad metapoética: comprender por qué se escribe si la escritura significa siempre angustia, y el anhelo de su final. Así impulsado, imagina cómo podría dejar de escribir: mediante un poema «que no tendría fin: la abolición del tiempo requeriría la apoteosis del tiempo». Acaso este libro sea el ensayo de ese poema apoteósico que permita al escritor dejar de escribir poemas.
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El Ciervo nº 718, enero de 2010
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