Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

sábado, 7 de mayo de 2022

Planisferio de la mirada | «La escala de Bortle», de Virginia Aguilar Bautista




Es posible que los lectores de poemas estén familiarizados con los cielos que encuentran entre los versos, pero desconozcan la clasificación en nueve niveles del brillo del cielo nocturno que realizó el astrónomo John E. Bortle en 2001 y que da título a este libro, La escala de Bortle (Bartleby Ed, Madrid, 2021), y también a uno de sus mejores poemas. No es el único elemento científico, o de historia de la ciencia, que el lector encontrará. No debería resultar extraño. Desde que el poeta y astrónomo Omar Jayam en el siglo XI reconociera en un verso que «Nadie ha dominado la rueda del firmamento», la poesía ha reflejado la idea de cada época sobre lo que pueda existir por encima del cielo visible, implícita en su manera de mirar. Lo raro debería considerarse que la poesía actual, que ha asistido al mayor ensanchamiento de conocimientos de la historia gracias a la revolución tecnológica, resulte tan ajena a los modos contemporáneos de comprender el universo. Este es el punto de partida de Virginia Aguilar Bautista (1977) en la escritura de su libro, que, por hacer una paráfrasis del poeta y astrónomo persa, podría ser: «La indómita rueda del firmamento ahora gira más próxima».

         Esta proximidad con el universo se manifiesta en el libro de dos maneras. La primera es explícita.  Bien a través de la evocación de noticas, — como «la oximorónica caída / de Progress / una nave rusa»—, que de repente pasan a formar parte de la vida cotidiana y a ser objeto de la voracidad irónica; bien mediante el recurso de poetizar momentos de la historia del conocimiento científico —como en el texto «Universo observable»—, donde el poema incorpora a su voluntad crítica de juicio del mundo cuanto conoce del espacio exterior.

La segunda manera de manifestarse que tiene la proximidad con lo lejano es implícita. Afecta a la observación del espacio interior, el próximo, el cotidiano, al que de repente se le aplica una lógica diferente. El haiku titulado «O2» es un buen ejemplo de una forma de contemplar el presente que invierte la convención: «En una carta / las palabras se asfixian, / Evite el sobre». Otros poemas reclaman el aire que hurtan los neumáticos o avisan sobre la inexactitud de las palabras con que nombramos realidades. Esta comprensión de lo que parece obvio de una forma diferente, crítica e irónica, es el mejor aprendizaje que deja el tiempo que se ha pasado observando las estrellas. Y prueba de ello es el último poema del libro, que a través de la historia de los viajes espaciales recupera el significado de gestos infantiles en apariencia inanes. Es esta una poética para este libro, que avanza desde los campos «sembrados» contemplados desde el tren hasta «el espacio interestelar» en la «Exosfera», pero también para futuros libros que regresen a la vida en la «Troposfera».

El prologuista del volumen, Vicente Luis Mora, guiado quizá por el entusiasmo, afirma que el «mundo [de la autora] tiene un núcleo que es, con toda seguridad, el que lo hace absolutamente único: su mirada». Es cierto que existe una tradición crítica que subraya la singularidad como el valor más alto de un poeta y no vale la pena discutirlo, pero lo cierto es que esta aspiración a la mirada única resulta compatible con otro valor relevante de la poesía, que es su capacidad para reflejar las inquietudes de un grupo mayor de personas, lectores y a veces también no lectores, que descubren en esa unicidad su propia singularidad. No es frecuente subrayar los aspectos generacionales que un libro transmite (en una operación fascinante que resuelve la poesía al leer a sus coetáneos y mostrarles después un espejo donde comprenderse). La escala de Bortle posee algunos elementos propios de una generación que acaba de alcanzar su madurez en la poesía española —entre los cuarenta y los cincuenta años—, ya con muchos nombres relevantes, pero sin una descripción de la identidad del conjunto. Virginia Aguilar aporta al menos tres de los elementos constitutivos de una mirada que cabría concebir como generacional: en primer lugar, la desaparición de la concepción biográfica del poema, que de existir es meramente funcional («Por la ventanilla del tren… / observo…»), lo que permite desplazar el protagonismo del texto a otros elementos externos al yo y favorece una apertura del campo temático extraordinaria. En este caso: el universo. En segundo lugar, la articulación fragmentaria del conjunto, aunque este, como ocurre en La escala de Bortle, gire en torno a un único núcleo; segmentación en la que cada poema es tratado con artes de miniaturista, cerrado en sí mismo y en sí mismo completo, como un barco dentro de una botella. Y en tercer lugar, un protagonismo esencial de la ironía, utilizada como disolvente de la grandilocuencia de las construcciones poéticas de las generaciones que les preceden (la cultura, la lucha social, el yo biográfico), de las cuales los poemas de la autora huyen «con la misma fuerza / irreductible que impulsa / los astros».


[Clarín nº 158. Marzo-abril, 2022]

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