Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

lunes, 11 de enero de 2010

EL POEMA COMO ENCARNACIÓN DE LA MUERTE en la obra de Toni Montesinos

En una de las primeras salas del Museo Picasso de Barcelona hay colgado un cuadro de grandes dimensiones que fiel a la perspectiva académica desarrolla el tema de la visita médica al enfermo. Obra notable, sin duda, vista desde el canon de la pintura decimonónica, y de una perfección figurativa que acaso no consiguieron muchos pintores del XIX, Picasso la concluyó en la adolescencia como un mero ejercicio escolar. Pocos meses después empezaba, en sus lienzos, el siglo XX. Este ejemplo ha dejado un modelo de aprendizaje que se ha convertido ya en tópico: el artista con formación académica que ha de subvertirla para fundar la vanguardia. A finales del siglo XX los modelos de prestigio en la formación del artista son precisamente aquellos que impusieron los vanguardistas, pero se sigue pensando que el arte subvierte aún los viejos valores académicos de la excelencia decimonónica. No hay otro modelo de aprendizaje que parezca merecer la atención, y sin embargo el modo cómo el joven artista encuentra su camino personal sigue siendo una de las aventuras lectoras más interesantes.
El primer libro que publicaba Toni Montesinos Gilbert (Barcelona, 1972), con el título —que con el tiempo ha de llegar a ser el emblema de su anhelo poético— de Atlas de la memoria (Caracas, 1998) se cerraba con dos versos entre paréntesis:

(Hace falta tener mucha paciencia
para meter la vida en un poema.)

Al final de un primer libro, este singular aparte confirma una poética, pero es también el reconocimiento de un íntimo fracaso, tal vez el que todo artista ha sentido alguna vez ante la creación. Si Toni Montesinos hubiera pedido consejo a un poeta de mayor edad, no resulta extraño pensar que éste le hubiera aconsejado que borrase el paréntesis, que entre otros inconvenientes tenía el de impedir que los dos versos finales del libro fueran otros con mucha más fuerza retórica:

Y no hay ni nostalgia. Ni un ensueño.
Sólo existe el presente irrespirable.

El paréntesis, a continuación de estos dos versos, declaraba un fracaso creativo: la vida en la que se vive un «presente irrespirable» no se veía representada por este verso, sino acaso por otros cuya escritura exige aún mayor «paciencia». Hoy, algunos años y libros más tarde, el lector celebra que el autor mantuviera ese paréntesis final que tantos inconvenientes presentaba; acaso sea el dístico que mayor intensidad significativa posee en el conjunto del Atlas de la memoria, allí donde realmente la vida (la duda que el joven poeta manifiesta sobre su escritura en relación a su poética) ha entrado –ha sido metida- «en un poema».
Hoy también el lector sabe que aquella paciencia intuida en el libro de 1998 ha debido esperar hasta su volumen más reciente, La muerte escondida (Ávila, 2004). Éste último título enlaza con el primero y convierte los dos que le preceden —Labor de melancoholismo (Alcalá de Henares, 2000) y La ciudad gris (Cuenca, 2001)— en etapas del camino de paciencia que había establecido Montesinos como poética: la de meter la vida en el poema. Y este camino, en sí mismo, resulta A Portrait of the Artist as a Young Man.
La muerte escondida contiene una doble elegía. Por una parte es el planto desgarrado por la muerte de la madre y por la vida del padre viudo (los poemas de la madre se alternan con los del padre en una estructura que crea una tensión extrema sobre el lector, reflejo fiel a la tensión extrema con que han sido escritos). Por otra parte, el libro es la elegía de la juventud; no como el final de un período pleno de la vida, sino al contrario como la constatación de que finalmente ha muerto una parte del sujeto lírico que éste anhelaba ver muerta. Un poema de Atlas de la memoria lo anunciaba:

Regrésame —muerte— al polvo, a la nada.
(La tristeza no es propiedad de nadie;
sólo vuela; a veces cae como lluvia
y empapa la vida; a veces la usamos.)
Tráeme la muerte, mi buena Muerte

Entre los dos versos que encuadran esta patética exhortación, preñada de la misma fuerza retórica que los versos penúltimos antes citados, aparece otro lúcido paréntesis. En él se advierte el nivel inicial de una aventura estética: algo que se ha vivido ha producido un sentimiento que el texto trata de evocar mediante una imagen poética (la tristeza que cae como la lluvia y empapa la vida). Es decir:

Poema: [vida] } [sentimiento] } imagen poética

Este es un esquema próximo a lo que fue para el joven Picasso el academicismo decimonónico. Es el esquema de una poética tradicional. Si se compara ahora con el deseo formulado por el autor (poema= vida), enseguida se ha de comprender la lucidez de aquel paréntesis final del primer libro que recomendaba la paciencia.
El volumen siguiente, Labor de melancoholismo, está planteado como una experiencia literaria que en su conjunto encarna la simbiosis anhelada entre poesía y vida. Escrito bajo la sombra de José María Fonollosa, en fértil diálogo creativo, Montesinos elabora un interesante ejercicio de despersonalización y disgregación lírica que abre la puerta a un sujeto cuya fragmentación, poema a poema, le permite dramatizar todas las situaciones y los matices del amor. La estela de cierta vanguardia histórica se adivina detrás (Pessoa, Eliot…), pero no como revulsivo, sino como, digamos, técnica poética. Una técnica, de hecho, al final del siglo XX, ya casi académica. El esquema podría ser el siguiente:

Poema: [vida + sentimiento] } vida y sentimiento de un sujeto-otro

Si la ecuación que persigue el joven poeta es la que identifica vida y poesía, la tradición de la poesía despersonalizada le ofrece un atractivo espejismo: vida y sentimiento emergen en el poema, aunque no sean directamente las del poeta, sino las de su correlato dramático. Es interesante subrayar que la experiencia poética desarrollada por Montesinos en este libro se circunscribe exactamente a este título, es decir, su aportación en la formación del artista y en la búsqueda de su camino es limitada. Se trata de un paso más en el itinerario de paciencia del poeta que persigue el ideal de su poética.
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La ciudad gris comparte esta última cualidad del libro anterior, también está escrito como una experiencia concreta, tanto estética —con el uso sistemático de la elipsis— como temáticamente —la recreación de la ciudad de Dublín como trasunto de una vida:

Estás, ciudad, sujeta a mi destino.
Aquí mi alma me pertenece entera.
Por eso no soy nada, no soy nadie
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El tema —la identidad del sujeto con la «ciudad gris» (Gris el cielo como la monotonía de morirse a diario)— emparienta el libro con la misma herencia de una vanguardia que con el paso del siglo ha sufrido la erosión en sus aguijones amenazadores y se ha convertido en un repertorio convencional de técnicas y temas, herramientas a disposición de los poetas jóvenes que necesiten ir más allá de la imagen poética tradicional. El esquema podría ahora ser el siguiente:

Poema: [vida + sentimiento] } vida y sentimiento en un trasunto (la ciudad)

Sería interesante apuntar en este momento dos consideraciones: primero, que esta constatación de relaciones con la tradición no constituye en sí misma ninguna valoración crítica (con la misma herencia finisecular escribieron Juan Ramón Jiménez y Francisco Villaespesa sus obras con resultados estéticos dispares, y aun opuestos); y segundo, las observaciones que se han hecho sobre los libros de Toni Montesinos no agotan su interpretación. Se ha tratado sólo de descubrir lo que hay en ellos de indagación, de itinerario de una voz que se busca a sí misma, y en este tránsito establece un interesante paradigma de la formación del poeta contemporáneo.
Los distintos aprendizajes realizados en Atlas de la memoria, en Labor de melancoholismo y en La ciudad gris confluyen en La muerte escondida, libro en el que se puede afirmar que Toni Montesinos ha alcanzado finalmente la ecuación exacta de su poética:

Poema: [vida] } muerte encarnada en poesía

El tono confesional en el que está construido el libro es sólo uno de los aspectos de esta poética. Convendría, a la hora de enjuiciarlo, saber que es un tono de llegada (culminación de un proceso), no de inicio (o preliterario); es decir, que se asume como el resultado de una conquista estética que ha superado los modelos más representativos de la poesía contemporánea (la otredad, la elipsis…) en el curso de un paciente viaje en busca de sí mismo. Este tono confesional, decididamente lírico, recupera la condición íntegra de un sujeto dispuesto a prescindir ahora tanto de los convencionalismos de la imagen poética como de los juegos despersonalizadores de una objetividad imposible. Esta confesión íntima encarnada en poesía es la apuesta estética de Toni Montesinos a la poesía de la contemporaneidad. De hecho es su respuesta a las distintas corrientes de la objetividad, también contemporáneas pero ajenas a su talante artístico y a su ideal de poesía.
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Desde un punto de vista temático, La muerte escondida podría también titularse la «vida escondida». El poso biográfico de tristeza, desgarro y soledad que había alimentado los tres primeros libros bien a través de una imaginería poética, bien a través de una labor despersonalizada, ahora emerge como tema central del libro: la muerte de la madre y la vida mortecina junto al padre viudo. Esta es la vida escondida que finalmente el sujeto lírico asume como su más alta experiencia poética. Los poemas de esta sección, fechados en 1998 (la voluntad de fechar los poemas más significativos de la elegía es un signo inequívoco de su íntimo vínculo biográfico), remiten a un tiempo anterior (He recibido sepultura esta noche en la década sin madre), una época en la que el autor estaba escribiendo sus libros anteriores, aquellos en los que la inclusión de la vida en la poesía era un anhelo entre paréntesis.
La muerte agazapada en tantas menciones a la muerte, la soledad y orfandad esenciales que encontraban amparo entre los versos eran La muerte escondida, eran la vida que se quería meter en los poemas y sólo conseguía aproximaciones, reflejos poéticos.
En el conjunto de la obra de Toni Montesinos, este libro tiene la rotundidad de una epifanía:

Anoche, que es hoy, y es mañana, y es esta noche
yo hubiera sentido el mismo miedo en el abrazo
que los que no están me dan al otro yo de antes:
el que llegó hasta aquí para reclamar los años
que han pasado desde entonces: desde los ausentes.

En el vértice en el que estética y tema se unen, se revela también el sentido esencial del libro: el yo de ahora, frente a aquel yo de antes, descubre su vida en la poesía, y la poesía en su propia vida, y este descubrimiento «reclama» un sentido para «los años que han pasado desde entonces», tanto para la vida transcurrida como para la poesía escrita; el sentido que tuvo la temprana exhortación a la muerte, la soledad alcohólica y el exilio dublinés, que desde entonces, «desde los ausentes» se ido extendiendo agazapado, escondido, como «muerte escondida».


Telhados de Vidro nº 5, Lisboa, novembro de 2005
[Texto inédito en castellano]
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