Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

miércoles, 7 de diciembre de 2022

Las alas de la elegía | «Clamor en la memoria», de Dionisia García





Detrás de Clamor en la memoria de Dionisia García (1929), un libro personal, íntimo, casi un diario en verso, hay dos datos literarios que conviene recordar. El primero es el principio sobre el que se asienta la propia existencia de la poesía, el hecho de que cuanto más particular sea lo que se exprese, mayor significado cobra para el lector. Y el segundo es uno de los títulos fundacionales del arte poético occidental: Rime in vita e Rime in morte de Madonna Laura, en el que Francesco Petrarca convierte vida y muerte en idénticos para la meditación amorosa. El libro que ha escrito Dionisia García podría subtitularse, siguiendo el ejemplo petrarquista, como Versos en la muerte de Salvador. Anoto el nombre del destinatario porque así aparece en una nota preliminar de la autora: «Tú, Salvador, estás aquí con nosotros, en nuestros hijos». Cuanto más singular sea el poema, más plural es su lectura, la paradoja que ilumina este libro.

         Dionisia García divide en tres partes sin ninguna indicación temática el conjunto de poemas que forman esta extensa reflexión elegíaca, pero la lectura advierte por debajo lo que la autora, con excelente criterio, no ha querido subrayar: el curso cronológico del duelo. Así los poemas agrupados en el centro del libro, entre el final de la segunda parte e inicios de la tercera, muestran el sentimiento a flor de piel del acontecimiento.  «Hoy es la despedida / de este mar de nosotros», así se inicia el poema «Exequias» y su expresión no puede ser más afortunada como definición del propio libro, lo que Clamor en la memoria despide es la inmensidad vital de un «nosotros». Pero no va a ser este su argumento, sino solo la constatación de un punto de partida: «Sé que no oyes / las palabras de amor tan repetidas / a través de los años / ahora huecas, sin sentido, / como palomas ciegas». El final de un «nosotros» vital, vivencial, vívido. Una raíz de tantas palabras vividas, de repente, desaparecido. El clamor que emerge de la memoria va a construir y conformar, como argumento propio de este libro, un nuevo significado para la concepción del «nosotros», y este será su valor poético esencial.

         Ante el vacío en el que sume la muerte lo que vivía, la poeta descubre un leve hilo de Ariadna para transitar el laberinto: «Sin embargo, quién sabe… / Recuerdo tu sonrisa». Entreabierta la puerta del recuerdo, el libro empieza a evocar. Un retrato al óleo, obra del pintor José Lucas, conserva la presencia: «cuando yo ya no esté, aquí me tienes». Los libros de uno y de otro, de ambos, los autores con los que se regalaban, las lecturas compartidas… «Cuidaré de los tuyos como nuestros / y dejaré en sus páginas / las miradas aquellas…». El recuerdo ha dado un paso adelante, a través de las páginas de un libro, la transformación de la mirada lo ha convertido en presente. En paralelo, la evocación de los viajes emprendidos a lo largo de la vida no se realiza desde la recuperación de los lugares visitados, sino desde el punto de vista del ausente: «Entrabas con respeto en los lugares santos, / las gentes de Israel llamaban tu atención». Y a partir de esa interpretación del recuerdo se redescubre la esencia del «nosotros» perdido, «Para seguir camino, / tu brazo rodeaste a mi cintura», ahora revivido en el presente: «vimos ponerse el sol de otra manera».

         El presente, sin embargo, no se engaña con los espejismos de lo evocado e interpretado. Asume su condición: «En soledad pregunto y nadie me contesta». El poema «Al despertar» lo expresa con claridad, empieza «He soñado contigo» y concluye: «Un despertar inquiero / me llevó a darme cuenta: / la habitación oscura, / y yo ya estaba sola». Pero a partir de esta constatación, de manera inusitada centellea otro «nosotros». Al regresar al «lugar compartido», la casa junto al mar, súbitamente: «El mar aguarda. / Yo, lenta y temerosa. // De repente te tiras de cabeza». Este gesto ya no es solo un recuerdo del pasado. Ocurre y no ocurre en el presente. Es la virtud de la memoria, cuyo resplandor ya no es una estampa, sino una potencia activa del acontecer: «Has estado conmigo todo el día».

Es la construcción de un «ahora», y su reflejo necesario ha de ser el reconocimiento de un «allí». La relación que se establece entre ahora y allí es un diálogo: «Cuéntame alguna historia / de las allí vividas». Y la persona verbal que reúne un yo y un tú es, de nuevo, un «nosotros», diferente al que transitó por el tiempo tantas décadas, pero con un significado real para la vivencia del tiempo presente, para la transformación también de la manera de amar, epicentro argumental de Clamor en la memoria. El poema «Presentación» lo expone con lucidez. Rememora un homenaje poético donde la ausencia ejerce su protagonismo «En la primera fila no estuviste». En el acto «Leyeron el poema, / el de la Romería, / cuando por vez primera / me cogiste de la mano». Y al salir, «desvío la mirada, / que surge detenida / en la primera fila». Lo que no ocurre existe fundido con lo que ocurre a través de la memoria. De su clamor. Esa vida que, paradójicamente, emerge de la mortalidad. Una vivencia personal que revela, a través de un duelo poético, las regiones insondables del vivir humano.


[Inédito]

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