24 de octubre de 2023. Salón de los Espejos del Ayuntamiento de Málaga
Es la tercera ocasión en la que
nos reunimos en este perezestradiano salón de los espejos para celebrar la
emotiva memoria del amigo, del conciudadano, del escritor, del poeta, del
dibujante, del artista total y hoy también del dramaturgo Rafael Pérez Estrada.
No puedo seguir adelante sin evocar la ocasión en la que conocí este salón. De
paseo por el Parque, hace ya algunas décadas, Rafael me dijo: Te voy a
enseñar algo que te va a gustar. Encaramos el edificio, habló con alguien,
subimos las escaleras y entramos en este sueño de espejos. Estaba vacío. En
penumbra. Me gustaría conservar qué hablamos aquel día mirando cómo nos miraban
tantos ojos, pero el tiempo solo admite una lectura, la del presente. Es lo que
recordé unos años más tarde, menos de lo que a todos nos hubiera gustado, un
lunes de mayo cuando acudimos a este salón a despedirlo y a escuchar el eco de
su voz ya solo en el interior de nuestra memoria.
Aquí se
han presentado los dos volúmenes previos y con este que hoy festejamos, el
tercero, se culmina la Obra Reunida
de Rafael Pérez Estrada. Quisiera empezar explicando el sentido que presenta
este proyecto, cuyo desarrollo no ha sido fácil. Una vez consolidada la
Fundación que lleva su nombre, surgió la necesidad de reunir los títulos
publicados en vida, un número que supera ampliamente la cincuentena. Unos habían
aparecido en editoriales convencionales, otros habían sido impresos en cuidadas
ediciones de autor y muchos eligieron pequeñas colecciones donde cada ejemplar
de cada título encarnaba un acto de amor hacia la literatura. La necesidad de
ofrecer una vía de acceso a cuadernos, plaquettes
y libros resulta obvia. La primera decisión que se tomó, siguiendo lo que había
sido un deseo del autor expresado en múltiples ocasiones, fue recoger la obra
publicada a partir de 1985, fecha en la que existió, nadie lo duda, una
auténtica refundación de su poética, tanto en el estilo, con la creación de un
género literario personal que le identifica y singulariza entre los poetas del
siglo XX, como en el propósito temático de la escritura, que resultó al cabo
tan singular como las innovaciones estilísticas. Y con esta orientación se
presentó en esta misma sala, hace ahora tres años, en vísperas de un
confinamiento, el volumen Poesía 1985-2000, el primero en
aparecer por la urgencia de recuperar lo más valioso de su obra, y el tercero
en la numeración de la serie. Un libro cuya extensión, que superaba ampliamente
la frontera de las mil páginas y se acercaba a los dos kilos de peso, hubiera provocado
en Rafael, de haber podido recibirlo de la imprenta, un en absoluto menor grito
de entusiasmo.
Pero no
existe decisión sencilla vinculada a la obra de Rafael, que es la encarnación
de la complejidad en sí misma. El segundo volumen, publicado el año pasado,
compilaba el feraz retorno del poeta a la narrativa, en 1997, que al cabo
resultó un renacimiento literario de similar importancia en la obra
perezestradiana al ocurrido en 1985. Ambos volúmenes dejaban fuera del ámbito
de la Obra Reunida las publicaciones poéticas y narrativas anteriores a ambas
fechas. Este conjunto no está exento de interés, como demostró en 2022 la
antología Santuario, Rafael Pérez Estrada antes de Rafael Pérez
Estrada que reunía un 60 por ciento de los poemas escritos por el
poeta entre 1970 y 1985, entre los que brillaban muchos textos con luz propia.
Algo semejante podrá realizarse pronto con la narrativa perezestradiana del
primer período, donde algún título, ciertas piezas de extensión media y varios
relatos merecen una relectura en una edición actual.
Esta
breve crónica bibliográfica resulta necesaria para comprender la dimensión que
tuvo el teatro en la obra y en la vida del poeta. A diferencia de lo descrito
para los volúmenes previos, el teatro asimiló los diversos planteamientos
estéticos que el poeta experimentaba e incorporaba en el curso del tiempo con
continuidad, es decir, no existieron interrupciones significativas ni tampoco
reformulaciones estilísticas, desde 1970 hasta el último período creativo
perezestradiano. Si bien es cierto que los títulos publicados sugerían lo
contrario, con piezas teatrales solo en los primeros años de escritura y en las
postrimerías de su actividad literaria, las obras inéditas durante décadas que
se han incorporado al conjunto que hoy presentamos tienen la virtud de
establecer un brillante acueducto entre un momento y otro. Una dedicación a la
creación dramática que ahora ya se percibe como constante a lo largo de tres
décadas. Y una obra, en suma, de la que la historia del teatro español en el
siglo XX no va a poder prescindir.
Este
carácter casi secreto de la escritura dramática, subrayado por lo recóndito
editado, por lo inédito y también por la ausencia de representaciones, plantea
una cuestión de relieve: ¿qué descubrió en el teatro el joven autor que tanto
le atrajo entonces y cuya atracción no cesó nunca? En primer término, sin duda
Rafael Pérez Estrada sintió siempre el vértigo y la seducción de la oralidad.
Gran conversador, como muchos de vosotros recordáis, permanecía sobre todo
atento a la conversación de los demás y procuraba desarrollar la suya con el mayor
brillo. El teatro, de repente, le regala al inquieto escritor una posibilidad
de permanencia de aquello que normalmente se lleva el viento y además le ofrece
una vía artística para sublimar el arte de la conversación.
Por otra
parte, el espíritu de vanguardia con el que Rafael Pérez Estrada se incorporó a
su época, y el anhelo por interpretarla desde una actitud contemporánea, le
condujo al interés por el teatro del absurdo. En su momento el teatro del
absurdo supuso una revolución en el lenguaje dramático análoga al cubismo que a
principios de siglo había liquidado la imaginación figurativa. El teatro del
absurdo, que Rafael interpreta en sus primeras obras con claros acentos de la
tradición contemporánea propia, tanto la lorquiana como la valleinclanesca, le
ofrecía una atractiva propuesta: indagar en la irracionalidad del diálogo que,
en adaptación perezestradiana, se podría formular mejor así: ahondar en el
imaginario inagotable de la conversación.
Son ambos
motivos relevantes, pero tangenciales. Posiblemente la razón de fondo que
acercó la escritura perezestradiana al teatro fuera, aunque de una manera
intuitiva al principio, la propia poesía, tal como la formuló su obra última,
como un género de todos los géneros, como la expresión del arte literario
total. Hay en el joven que inicia su obra una clara voluntad de asumir la
literatura como una totalidad. Es antes una intuición que un programa. Una
voluntad cuya primera expresión es la escritura en todos los géneros mayores.
Recordemos que en 1972 publica al mismo tiempo una obra teatral, un ejercicio
narrativo y un libro de poemas. Pero existe también en estos tres libros otra
expresión del mismo impulso global más significativa: están escritos con una
clara simbiosis de géneros. Por otra parte, el modelo poético con el que
arrancan sus versos es el del hermetismo barroco de la tradición culta
andaluza, que es su interpretación del anhelado espíritu de vanguardia en aquel
momento. Pero el modelo de escritura dramática lorquiano le permite no
renunciar a otra poesía, vinculada también a la tradición andaluza, la de
raíces populares, presente en diversos poemas entreverados en su primera gran
obra dramática. Y si en los inicios el hecho de asumir las dos tradiciones, la
culta y la popular, mantiene una divergencia de género, el camino creativo que
emprende tiende de inmediato hacia la fusión de ambas tradiciones, tanto en la
poesía como, en especial, en la escritura dramática. Lo culto y lo popular se
funden en el texto teatral a través de la cada vez más poderosa inspiración
poética del diálogo. Escribió poesía entonces, pero al mismo tiempo aspiraba a
una ampliación de lo poético hacia la totalidad literaria, camino en el que el
teatro desempeñará un papel protagonista.
Y aún
queda un postrer elemento de seducción teatral que le cautivó durante todas sus
décadas creativas. Puede parecer paradójico, pero al poeta siempre le atrajo la
escenificación que por definición implica cualquier texto teatral. Para un
autor que desde el principio era consciente de que escribía obras que no iban a
ser representadas, ¿qué sentido cobra darle importancia a su escenificación? En
esta paradoja se oculta una de las características más singulares de su teatro,
porque cada una de estas treinta piezas que conforman el presente corpus
dramático está compuesta para una escenificación, tan evidente como la que
encarnan los actores sobre las tablas, pero en este caso situada en la mente de
Rafael Pérez Estrada. El teatro, así concebido, se convierte en una de las tres
columnas que sostienen el templo de la creatividad total, junto a la escritura
y a la expresión plástica a través del dibujo y la pintura. Esta tercera
columna lo es porque expande, a través de dinamismo del diálogo, su universo
imaginativo. La representación mental, su dramatización en el pensamiento, le
otorga al conjunto creativo la cualidad de la profundidad, es decir, mantiene
la voluntad de creación total, una aspiración utópica que late en todo lo
practicado por el genial escritor que fue Rafael Pérez Estrada.
Un poeta
que nuestro añorado Rafael apreciaba mucho, William Carlos Williams, publicó
hace ahora exactamente cien años un librito en edición de escasísimos
ejemplares, como las que prefería el poeta malagueño, donde el norteamericano
se preguntaba “¿A quién le importa nada de lo que hago? ¿Y eso qué me importa?”
Y unas líneas después, a otra pregunta aún más decisiva él mismo se responde:
“¿A quién entonces me dirijo? A la imaginación”. La imaginación es el escenario
mental de estas obras teatrales y es también, como intuye William Carlos
Williams, el público que ocupa los asientos de platea en el teatro
perezestradiano. La imaginación se escenifica a sí misma ante la propia
imaginación, esta es la auténtica vanguardia que ampara estos textos. Un
asombroso prodigio al que estamos invitados con solo abrir alguna de las
páginas de este libro. Y leer.
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