Los cinco títulos que forman la obra de Almudena Urbina (Madrid, 1963) han aparecido publicados en el curso de la primera década del siglo XXI, período en el que su poesía se ha pronunciado, ha trazado después su personal laberinto de símbolos y ha ido ganando en precisión e intensidad. El presente Azar y vuelo se alza como un mirador sobre el territorio de lo escrito en estos años, pero también como la estación de la recolecta, cuando los frutos son contemplados y admirados no en el árbol, sino en los cestos que los cuentan como aciertos. Es, pues, un buen momento para releer y revisar esta obra y someterla al gusto y a la razón crítica.
Hay unos versos de Almudena Urbina que definen con lucidez su poética: «profecía / dominándose en la danza». Una de las secciones de Azar del cielo lleva por título «La danza de la alegría, la danza de la tristeza». No hay mejor metáfora para su escritura que el término «danza». Esa contorsión armónica del gesto corporal, que domina la postura imprevista y sorprendente con su hilatura de signos, explica también la armónica contorsión léxica, sintáctica y simbólica de la poeta. Espacio interior (2000), el libro inaugural, muestra desde el principio esta concepción de la escritura mediante el uso sistemático de la elipsis, que evita y olvida las transiciones descriptivas que acumula la dicción realista y de la prosopopeya, que contribuye a la animación y revitalización significativa de cuanto rodea a la autora. Ahora bien, esta danza verbal no tiene sentido en sí misma, sino porque domina el surgir de la «profecía», es decir, apela a su sentido oracular, aquello que el poema ha de decir sobre el tiempo que le concierne como vaticinio, el que ha de llegar.
En Espacio interior la escritura de Urbina surge con una determinación estilística consolidada, pero la profecía es todavía una intuición, un lugar al que dirigir la mirada, «la vasta claridad recién creada: / incrédula frontera que el cielo nos ofrece». Estancias oníricas (2002) es ya el libro que establece el ámbito significativo y la extensión de la danza verbal que interpreta su caligrafía poética. Lo hace de dos maneras. Una serie de «Estancias» traza el campo temático de aquello de lo que la poeta va a hablar; así, por poner un ejemplo, la «Estancia del océano» empieza con unos versos que resaltan otro aspecto de su estilo, la alteración de la dimensión de los elementos a través de la metonimia, que convierte lo macro en lo micro: «Concebirte como un pez, / ondulante, / libre de las escamas / que muerde la herida».
«Estancias de un inocente futuro», la segunda sección de Estancias oníricas, ofrece un gran interés para cifrar la poética de Urbina. Se trata de un poema extenso y narrativo, el único publicado por la autora con estas características. Recuerda alguna de las leyendas becquerianas. Narra un suceso de su infancia. Los versos desgranan un paseo en el que va descubriendo lugares y motivos secretos que imprimen en su alma los símbolos que el lector reconoce como esenciales de su escritura, hasta que ocurre súbitamente una epifanía, «un suceso tan insólito», una revelación: «enseguida te reconocí. Tú, que me amaste en el laberinto… Te liberó un inocente futuro allí donde se disuelven los paisajes». El lugar y el tiempo donde sitúa Almudena Urbina el nacimiento de este tú revelado son también la precisa ubicación de las coordenadas espaciotemporales de su poesía. El inocente futuro es la «profecía», el profundo sentido oracular que esta tiene. El tiempo poético no es el pasado ni el presente de lo real, pero tampoco es el futuro al que conduce la realidad, que es siempre un proceso de pérdida de la inocencia; el futuro en el que la autora sitúa su universo es aquel que crece hacia la inocencia, es decir, previo a la existencia real del tiempo. Un poema posterior lo definirá con exactitud como «el amanecer que antecede a mi memoria». Este es el tiempo oracular de la poesía de Urbina. Y su espacio es el lugar donde se «disuelven los paisajes» para su reconstrucción a través no de su sentido, que es lo que ha quedado disuelto, sino del poso de su emoción; a través de aquella impresión que ha dejado la experiencia de los paisajes y su belleza.
A partir de esta epifanía, la poeta reconoce en el tú revelado «mi único y verdadero amor». En un poema de Azar del cielo (2003) se lee: «Oh, la luz, / la verdadera luz / que roza tus labios: / olas impares de la dicha». El pronombre de segunda persona va ser, a partir de este título, el tamiz de la experiencia iniciática del poema. Un tú en el que concurren al mismo tiempo cuatro significados, sobreponiéndose, para crear de esta manera una perspectiva móvil e impredecible en la comprensión. Tú es el amado de la tradición lírica; tú es la poesía en la respiración metapoética de los textos; tú es el yo que desdobla al sujeto y tú es también el otro, el elemento en el que se consuma el incesante diálogo con el universo que practica la autora. En estos primeros versos, tus labios, cedazo de la experiencia de la luz, son al mismo tiempo los del amante, los de la propia poesía, los del sujeto que escribe y los del objeto con el que habla. Esta construcción del sentido, o mejor, de su ambigüedad, mediante capas superpuestas de significados es otro de los recursos característicos.
Dos libros posteriores, El corazón del durmiente (2005) y El vuelo (2007), siguen este camino abierto por la danza y el oráculo. El primero ahonda en la complicidad de la presencia, la ausencia y la soledad cuando estos conceptos se combinan de modo imprevisible: «¿Será el vacío o el aire quien se sumerge a lo lejos en tu desaparecida presencia?». El segundo indaga en lo que Novalis denomina «el misterio del amor». En su conjunto, la obra de Almudena Urbina forma un corpus único que se va tejiendo alrededor de ciertos motivos recurrentes que forman nódulos donde el significado se adensa, y que a su vez trazan líneas de conexión semántica —hipertextual casi podría decirse— entre los cinco libros. Los principales motivos fuertes son luz, cielo, vuelo, desierto, olvido, dolor, silencio, lluvia, sol nocturno… A través de ellos se estructura la danza verbal anudándose en cada sección, o suite, a una propuesta temática diferente.
Las citas, espléndidamente elegidas, con las que la poeta salpica sus libros establecen la tradición en la que esta obra aspira a inscribirse y el lector certifica que se inscribe: Novalis, John Keats, Juan Ramón Jiménez, Emilio Prados, Vicente Aleixandre, Dylan Thomas, Octavio Paz, José Ángel Valente y Antonio Gamoneda. Con esta línea de poesía visionaria dialoga constantemente la escritura de Almudena Urbina y a ella se suma con su radical singularidad, su fulgor y su valía. La antología Azar y vuelo es una espléndida puerta de entrada al misterio de su voz.
Hay unos versos de Almudena Urbina que definen con lucidez su poética: «profecía / dominándose en la danza». Una de las secciones de Azar del cielo lleva por título «La danza de la alegría, la danza de la tristeza». No hay mejor metáfora para su escritura que el término «danza». Esa contorsión armónica del gesto corporal, que domina la postura imprevista y sorprendente con su hilatura de signos, explica también la armónica contorsión léxica, sintáctica y simbólica de la poeta. Espacio interior (2000), el libro inaugural, muestra desde el principio esta concepción de la escritura mediante el uso sistemático de la elipsis, que evita y olvida las transiciones descriptivas que acumula la dicción realista y de la prosopopeya, que contribuye a la animación y revitalización significativa de cuanto rodea a la autora. Ahora bien, esta danza verbal no tiene sentido en sí misma, sino porque domina el surgir de la «profecía», es decir, apela a su sentido oracular, aquello que el poema ha de decir sobre el tiempo que le concierne como vaticinio, el que ha de llegar.
En Espacio interior la escritura de Urbina surge con una determinación estilística consolidada, pero la profecía es todavía una intuición, un lugar al que dirigir la mirada, «la vasta claridad recién creada: / incrédula frontera que el cielo nos ofrece». Estancias oníricas (2002) es ya el libro que establece el ámbito significativo y la extensión de la danza verbal que interpreta su caligrafía poética. Lo hace de dos maneras. Una serie de «Estancias» traza el campo temático de aquello de lo que la poeta va a hablar; así, por poner un ejemplo, la «Estancia del océano» empieza con unos versos que resaltan otro aspecto de su estilo, la alteración de la dimensión de los elementos a través de la metonimia, que convierte lo macro en lo micro: «Concebirte como un pez, / ondulante, / libre de las escamas / que muerde la herida».
«Estancias de un inocente futuro», la segunda sección de Estancias oníricas, ofrece un gran interés para cifrar la poética de Urbina. Se trata de un poema extenso y narrativo, el único publicado por la autora con estas características. Recuerda alguna de las leyendas becquerianas. Narra un suceso de su infancia. Los versos desgranan un paseo en el que va descubriendo lugares y motivos secretos que imprimen en su alma los símbolos que el lector reconoce como esenciales de su escritura, hasta que ocurre súbitamente una epifanía, «un suceso tan insólito», una revelación: «enseguida te reconocí. Tú, que me amaste en el laberinto… Te liberó un inocente futuro allí donde se disuelven los paisajes». El lugar y el tiempo donde sitúa Almudena Urbina el nacimiento de este tú revelado son también la precisa ubicación de las coordenadas espaciotemporales de su poesía. El inocente futuro es la «profecía», el profundo sentido oracular que esta tiene. El tiempo poético no es el pasado ni el presente de lo real, pero tampoco es el futuro al que conduce la realidad, que es siempre un proceso de pérdida de la inocencia; el futuro en el que la autora sitúa su universo es aquel que crece hacia la inocencia, es decir, previo a la existencia real del tiempo. Un poema posterior lo definirá con exactitud como «el amanecer que antecede a mi memoria». Este es el tiempo oracular de la poesía de Urbina. Y su espacio es el lugar donde se «disuelven los paisajes» para su reconstrucción a través no de su sentido, que es lo que ha quedado disuelto, sino del poso de su emoción; a través de aquella impresión que ha dejado la experiencia de los paisajes y su belleza.
A partir de esta epifanía, la poeta reconoce en el tú revelado «mi único y verdadero amor». En un poema de Azar del cielo (2003) se lee: «Oh, la luz, / la verdadera luz / que roza tus labios: / olas impares de la dicha». El pronombre de segunda persona va ser, a partir de este título, el tamiz de la experiencia iniciática del poema. Un tú en el que concurren al mismo tiempo cuatro significados, sobreponiéndose, para crear de esta manera una perspectiva móvil e impredecible en la comprensión. Tú es el amado de la tradición lírica; tú es la poesía en la respiración metapoética de los textos; tú es el yo que desdobla al sujeto y tú es también el otro, el elemento en el que se consuma el incesante diálogo con el universo que practica la autora. En estos primeros versos, tus labios, cedazo de la experiencia de la luz, son al mismo tiempo los del amante, los de la propia poesía, los del sujeto que escribe y los del objeto con el que habla. Esta construcción del sentido, o mejor, de su ambigüedad, mediante capas superpuestas de significados es otro de los recursos característicos.
Dos libros posteriores, El corazón del durmiente (2005) y El vuelo (2007), siguen este camino abierto por la danza y el oráculo. El primero ahonda en la complicidad de la presencia, la ausencia y la soledad cuando estos conceptos se combinan de modo imprevisible: «¿Será el vacío o el aire quien se sumerge a lo lejos en tu desaparecida presencia?». El segundo indaga en lo que Novalis denomina «el misterio del amor». En su conjunto, la obra de Almudena Urbina forma un corpus único que se va tejiendo alrededor de ciertos motivos recurrentes que forman nódulos donde el significado se adensa, y que a su vez trazan líneas de conexión semántica —hipertextual casi podría decirse— entre los cinco libros. Los principales motivos fuertes son luz, cielo, vuelo, desierto, olvido, dolor, silencio, lluvia, sol nocturno… A través de ellos se estructura la danza verbal anudándose en cada sección, o suite, a una propuesta temática diferente.
Las citas, espléndidamente elegidas, con las que la poeta salpica sus libros establecen la tradición en la que esta obra aspira a inscribirse y el lector certifica que se inscribe: Novalis, John Keats, Juan Ramón Jiménez, Emilio Prados, Vicente Aleixandre, Dylan Thomas, Octavio Paz, José Ángel Valente y Antonio Gamoneda. Con esta línea de poesía visionaria dialoga constantemente la escritura de Almudena Urbina y a ella se suma con su radical singularidad, su fulgor y su valía. La antología Azar y vuelo es una espléndida puerta de entrada al misterio de su voz.
[Prólogo a]Azar y vuelo. Colección Los Conjurados nº19, Polibea, Madrid, 2011
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