Da la impresión de que el editor
de kriller71ediciones, Aníbal Cristobo, quiere convertir Barcelona en el centro
poético del planeta. No es un propósito que le resultó ajeno a la ciudad,
aunque en estos tiempos de decadencia solo quede de aquella época nostalgia o rencor.
Hace quince días presentaba un libro de Richard Jackson y ayer, en la Central
del Raval, otro de Mary Jo Bang, dos poetas norteamericanos de enorme interés. La
antología de Mary Jo Bang, titulada El
claroscuro del pingüino, cuenta como aliciente, además, con cinco poemas de
un nuevo libro, aún inédito.
No es la primera vez que Mary Jo
Bang lee sus poemas en Barcelona. Estuvo en Laie la tarde del 24 de marzo de
2011. Acababa de publicarse la traducción de un libro con una hondura
escalofriante, Elegía (Bartleby
Editores, 2010). Fue presentada por Eduardo Moga. Tengo ahora delante alguna de
las fotografías que le hice ese día. Llevaba anudado al cuello un pañuelo de
cuadrados gris verdosos. Un pañuelo de aire árabe. Con flecos. Tal vez hacía
frío aquella tarde. Mary Jo Bang transmite una sensación de fragilidad que
inmediatamente salta todas las barreras e instala la expectativa del acto en el
terreno de la emoción. Aún más aquel día, en el que presentaba un libro con
poemas que arañan la pizarra impenetrable del sentimiento ante la muerte. Y el chirrido
de las uñas era perceptible entre los versos. Ojeo ahora Elegía. Veo en sus páginas muchas señales a lápiz, y en la última hoja
en blanco indicaciones de páginas, de ideas, de temas, de detalles. Y al final,
en una letra que me cuesta incluso comprender, una frase garabateada, también a
lápiz: «El esfuerzo por dotar de lenguaje a lo incomprensible, a lo inefable».
Es la idea que me quedó de este libro singular. Que posiblemente Mary Jo Bang
hubiera preferido no tener que escribir nunca.
Anoche Mary Jo Bang parecía menos
vulnerable. Camisa roja con cuadros negros. Cuello al aire. Mayo. Sonreía, a
veces. Pero en cuanto empezó a hablar, la melodía casi escultórica de su voz
—volutas de mármol que se extendían a través de la sala— instaló en el acto
inmediatamente la inquietud de una expectativa. La originalidad del momento.
Aun antes de haber oído lo que quisiera contar a las veinte personas que nos
habíamos reunido allí, estoy seguro de que todos éramos conscientes ya y
aguardábamos la relevancia de lo que íbamos a escuchar. Una voz corpórea,
clara, sin vacilaciones ni inflexiones. La voz, se diría, de un oráculo.
Y lo que fue contando a propósito
de las preguntas —a veces anodinas— que le iban formulando resultó fulgurante. Una
auténtica revelación. De cuanto explicó anoche Mary Jo Bang se quedaron
flotando en mi cabeza tres ideas. Tres, creo, rasgos característicos de su
poética y al mismo tiempo tres concepciones de la poesía que convierten este
género ancestral también en contemporáneo. Tres condiciones de la poesía. En la
primera recurrió a un símil. Contó que cuando empezó a hacer cursos de
fotografía, le pedían que sobre un mismo objeto tirara doce carretes de fotos.
El mundo ha cambiado tanto que se vio obligada a especificar que cada carrete servía
para 48 fotos. Tener que dar explicaciones de lo que hasta hace poco era obvio
da cierto vértigo. Los dos o tres primeros carretes, decía, se hacían
fácilmente con los planos convencionales del objeto, pero a partir del cuarto
había que romperse la cabeza para encontrar perspectivas no utilizadas. Y esa
extenuación fomentaba la auténtica creatividad. Y es cierto, su poesía, que
siempre está contemplando la realidad, nace de una visión extenuada de lo real,
en los límites de lo que se puede decir. De ahí la extremada novedad —que
incluso puede sumir en la incomprensión al lector más convencional— de su
escritura. Solo después de agotar todo lo que ella podría decir de un motivo,
Mary Jo Bang escribe. Es decir, no dirá nunca nada de aquello que se espera que
pueda decir. Y al contrario, lo que diga, difícilmente sabremos integrarlo en
un discurso poético previo, protocolario. La poesía que en época contemporánea
no actúe así podrá tener éxito, pero no será poesía. Morirá con el poeta y sus convencionales
lectores.
En respuesta a otra pregunta
contó que cuanto le ha ocurrido, lo que ha oído, lo que ha vivido o leído, todo
está presente en el momento de escribir el poema y todo es siempre susceptible
de aparecer —aquí he estado a punto de colocar el verbo aflorar, aunque al final me ha parecido cursi— en el poema. Incluso
aquellas vivencias que se consideran habitualmente no poéticas. En especial
estas, me gustaría añadir. Esta idea parece obvia, pero no lo es. Aunque se
debata muy poco, el borgeanismo de las poéticas finiseculares ha establecido un
mecanismo de escritura implícito al poema opuesto a lo que confiesa la poeta
norteamericana. En el espejo de Borges, y autores semejantes, se prima la
selección de materiales biográficos, la estilización del tema, la potenciación
y concentración del motivo, a veces hasta el límite de la artificiosidad. De
ahí lo relevante de las palabras de Mary Jo Bang: en los colores de sus poemas
no hay un único y privilegiado pigmento, sino múltiples residuos de otros
colores. De ahí su riqueza. Veta cuya exploración dotará de mineral valioso a
la poesía contemporánea, empobrecida en ocasiones por tanta escritura
arquetípica. Y arquitectónica.
En tercer lugar, la poeta del claroscuro del pingüino nos confesó, a
los escasos reunidos para oírlo, que cuando escribe un libro va dejando que
este crezca dentro de ella, hasta que incluso llega el momento en el que se
siente totalmente sobrepasada por el libro. Sensación que transmite, como un virus
de la creatividad, a sus lectores, que con frecuencia se sienten también absolutamente
sobrepasados por el libro que están leyendo. Sin esta experiencia que rompe y
rebasa los límites de la racionalidad de la época, la poesía no es nada. Apenas
un juego trivial. Sin esta concepción visionaria de la poesía, la poesía
contemporánea se convierte en un pasatiempo.
Tres lecciones de lucidez. Mary
Jo Bang ha pasado un día de mayo por la Central del Raval. La memoria se fragua
en tardes como esta.
[Inédito]
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