Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

viernes, 25 de noviembre de 2016

MIENTRAS CAMINABA. El sentido odológico en la poesía de César Simón


Es uso frecuente calificar ciertas obras poéticas de especial hermetismo como órficas, acaso evocando con esta referencia la visita que el músico hizo al universo de las tinieblas. Creo que, en un sentido muy diferente, pero absolutamente literal, la poesía de César Simón es verdaderamente órfica: como en el mito, el conflicto estalla durante el camino, cuando se contempla el vacío en lugar del rostro amado. El propio poeta, en el texto «Las palabras de Orfeo», lo define con exactitud: «Y avanza a oscuras, / y se detiene y palpa, / y reclama a lo hueco».
   «Y avanza...», esta primera seña de identidad de Orfeo, el estar caminando cuando su destino se traba, también lo es de César Simón: sus poemas tienen un profundo y constante sentido odológico, si se me permite usar este derivación del término griego odos (camino). Los dos primeros versos de Erosión (1971) afirman: «Más noche que en las calles cabe en uno / cuando pasa. ¿A qué andamos?». El primero de Estupor final (1977) sitúa el libro «En el tráfico de caravanas...». En el primer poema, tras el diario inicial, de Precisión de una sombra (1984) se leen tres versos que dan sentido a toda la sección: «Y el viajero recorre con prisa las avenidas, / circunvalaciones desiertas de una ciudad, / camino de algún tren, de algún tren escondido». El sentido órfico —en su significado literal de avanzar a oscuras frente al hueco— de estos tres versos puede considerarse emblemático de la actitud poética de César Simón.
   El sentido odológico está presente en la obra simoniana desde el principio. De hecho un poema de Pedregal (1970), el titulado «Informe ciencia, oh mar», reúne los tres modos más frecuentes de implicar el camino en la esencia del poema. En la tercera estrofa de este poema el camino aparece de una forma explícita: «Yo intenté aquel camino / al mar, a mediodía»; camino que ya había aparecido en la primera estrofa de manera implícita, en la mirada que va avanzando dentro del poema desde el verso «Mar que yo he visto...». Muchos son los ejemplos que se pueden sumar a uno y otro modo. El explícito se lee en poemas como «Paseo de Cantalobos», «Bauernhof» o «Una noche» —por citar un solo poema de cada libro que se recoge en Precisión de una sombra, recopilación a la que se limita este análisis. El implícito se advierte en «Misterio y melancolía de una calle», «La biblioteca» y en general en la serie «El viaje». En el poema, ya citado, «Informe ciencia, oh mar» hay además un tercer modo odológico, el reflejo, cuando el camino se atribuye al objeto y no al sujeto, aunque sea éste quien de verdad camine: «¿Dónde iba la nube, aquella senda, / entre las cañas, junto a acequias...?» No se ha de pasar por alto que esta tercera manera de presentar el sentido órfico está construida con preguntas retóricas, uno de los rasgos de estilo que César Simón va a ir acentuando conforme avance su obra. Y esta obsesión por preguntar, ¿acaso no «reclama a lo hueco», como Orfeo? Esas sucesiones de preguntas retóricas encadenadas, ¿no estarán relacionadas también con la íntima concepción odológica del poema, como si cada pregunta fuera un paso dado frente a las tinieblas?
   Gran parte de los poemas concebidos en el curso del camino, lo son por un sujeto que anda. Complementa esta acción un pequeño conjunto de textos, claramente odológicos, que están ambientados en un tren: sobre todo «Regreso en el trenet», pero también las series «El tren» de Erosión y «El viaje» de Precisión de una sombra. Otros textos están ambientados en un recinto cerrado, pero su avance es claramente odológico, como «Los recintos deshabitados». E incluso mundos abstractos, como la memoria, se piensan con un planteamiento odológico: «Tú vas a lo que eras» empieza una recuperación de la infancia en el poema «Las hierbas». La existencia misma es el camino («voy / —el surco del camino— / hacia los años») y el propio sujeto se concibe como un alto en ese camino («Extraño es esto: yo /—la mágica parada/ en plena noche—»).
   La razón íntima de esta actitud poética seguramente esté recogida en un verso de César Simón, un único verso que recuerda a los viejos adagios y cuya lectura proporciona la clave de la insistencia en el camino en tantos poemas que escribió: andar es condición del poema que no se pone en duda. Un verso de César Simón que exactamente dice, como en los viejos adagios: «Andar es indudable».

La Siesta del Lobo nº 14, Primavera, 2002. «A la memoria de César Simón», páginas 56-67.

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