Cháchara, de Juan
Bonilla
Renacimiento, Sevilla,
2010
Ciertos títulos
proclaman ya una poética. Así lo hizo cien años atrás El mal poema (1909) de Manuel Machado (1874-1947), y en su estela así
lo propone Juan Bonilla (1966) con Cháchara,
término que parece presentar la escritura lírica a propósito devaluada
—frívola, inútil—. Hace cien años el contexto al que el «mal poema» servía como
contrapunto estaba claro: la «buena» poesía modernista, ornamental y huera.
Hoy, cuando tantas corrientes de signo diverso conviven en las librerías, tal
vez parezca un entorno más difuso, aunque su vigencia se descubre nada más leer
el poema inicial. Empieza: «Mi dni…» y
sigue con la lista de datos que identifican al poeta: tarjetas de crédito,
números clave, contraseñas… «Creo que nunca antes un poeta / había puesto tanta
intimidad / al alcance de sus lectores». El valor irónico de «cháchara» como
revulsivo frente a ornamentos y trascendencias vanas no se refiere a la
escritura, sino al escritor, al «Yo»; término que descompone, con una hilarante
parodia de la filosofía posmoderna, en: «La Y es un tirachinas / la o una
piedra». Y lo que cree que se ha de hacer con el «Yo» queda claro en los dos
últimos versos: «Arrójala contra tu propio tejado / y deshazte del arma». Que
es, además, la descripción literal del argumento de este libro.
Las
maneras de desvirtuar este «Yo», emblema de un individualismo ensimismado y
sacralizado por la época contemporánea, constituyen la trama de Cháchara. Un modo es la ironía inmisericorde,
en la que Bonilla es un maestro, como queda claro en el poema inicial. Otro
camino es la intensa actividad desmitificadora de su poesía, capaz de corroer
cualquier tópico bienintencionado relacionándolo con las imágenes más crudas.
Hay un ejemplo diáfano de su estilo: «Y de repente el cielo / —como un
exhibicionista— / se abre su gabardina gris / y nos enseña a todos / un
pornográfico rayo de sol». Estas son dos maneras de desacralizar el «Yo» desde
fuera del yo, externas. Cháchara añade
otra vía, ahora interna, que se puede formular con el título de un poema:
«¿Quién soy si soy yo?». Es decir, la descomposición del «Yo» desde el propio
yo. El texto así titulado realiza una interesante relectura pessoana y entiende
la biografía como «una carrera de relevos» en la que cada edad esgrime una
identidad que nace y muere: «La sucesión de extraños: mi equipo». Otro poema,
«Anfield Stadium», busca la identidad del sujeto en las gradas abarrotadas de
un campo de fútbol: «y somos una multitud de unos que suman uno: / un alma
falsa». A partir de esta paradoja a Bonilla no se le escapa ninguna de las
contradicciones que asolan la vida del sujeto en la sociedad de masas: desde
los sueños y aspiraciones hasta el olvido, desde el «abrigo» de la muchedumbre
hasta «el regreso a casa / con las manos hundidas en los bolsillos llenos de
cosas / que no pueden compartirse». Porque, en efecto, la existencia de ese
«Yo» desmesurado es el impedimento esencial para la comunicación.
Si
utiliza el poder corrosivo de la ironía, la parodia y el sarcasmo contra el
«Yo» hiperbólico y sacralizado del arte y la literatura modernos; si ensalza
los lugares detestados por su ensimismamiento intelectual, como son los
estadios y los centros comerciales —«Vida. Vida por todas partes, vida sola, /
sin arrebatos de esperanza, sin doctrinas»)—, ¿ofrece algo como alternativa?
Sí, la Cháchara como conversación, la
intrascendencia de las cosas que se llevan en los bolsillos y gusta compartir:
ciertos recuerdos, las incertidumbres (—«Ah si pudiera devolver / a mis huesos
la sensación de Dios»—), la poesía en la calle, el brillo de un instante.
[El Ciervo nº 712. Julio-agosto, 2010]
No hay comentarios:
Publicar un comentario