Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

martes, 14 de noviembre de 2017

Pensar, según José Mármol


LA INVENCIÓN DEL DÍA, de José Mármol 
Bartleby Editores, Madrid, 2000

Este libro del poeta dominicano José Mármol (1960) es una excelente oportunidad para reflexionar sobre la cualidad que tiene la poesía de encarnar pensamiento. Lo primero que se advierte en La invención del día (Premio Nacional en 1987 en la República Dominicana) es que no existe pensamiento poético singular sin una indagación formal singular. De ahí la singularidad de su escritura: un poema en prosa donde se han desterrado las pausas menores, las comas, a favor de las pausas mayores o puntos. Esta pequeña transgresión consigue un efecto sorprendente tanto sobre la materia sonora del poema leído en voz alta como sobre la materia tipográfica del poema impreso. Este mínimo gesto sonoro, sumado a la alteración de las jerarquías tipografico-sintácticas, impide la trabazón lógica y sistemática de lo expuesto, sometiéndolo a una exposición sincopada, yuxtapuesta, deshilada y desjerarquizada que es la primera característica del pensamiento encarnado en poesía frente al pensamiento pautado de la filosofía.
    ¿Cuál es la naturaleza del pensamiento poético? El poema «El ojo, la mirada» se inicia con este triángulo que da la receta alquímica de la poesía. Dice: «en lo que siento. en lo que oigo. en lo que gravita el pensamiento». Ahí están las tres claves del buen poema: un tercio de subjetividad, un tercio de indagación rítmica y un tercio de pensamiento que, además, gravite. El pensamiento no está en el poema, parece decir José Mármol, el pensamiento «gravita». Qué importante resulta este verbo. El pensamiento en el poema no es exposición, sistema, discurso... el pensamiento late en su textura.
    En «El asesino de inocencia» se lee que el mar «esconde cierto pájaro sin alas cuya misión es la de unir lo blanco a lo negro. el ser con el noser. el barco y la distancia.» Ese pájaro sin alas resulta familiar: es la música callada y la soledad sonora que desde la mística son la esencia misma del pensamiento poético, una condición oximorónica inherente a la escritura poética. Así, cuando en La invención del día el lector descubre paradojas como ésta: «quizá el olvido sea el principio del amor», no puedo dejar de trazar con el lápiz una raya que destaque su acierto. Su acierto, sobre todo, como expresión de un pensamiento poético.
    Hay un poema breve que tiene cierto aire culturalista en su título: «El último sofisma de Protágoras el Mago» en el que éste cuenta que para él «lo importante no es discutir si fue Dios o no quien creó este mundo. tampoco si existe o no existe Dios. para mí (dice el poema) lo importante sigue siendo averiguar en qué pensaba Dios –exista o no—cuando quiso crear el mundo –lo haya creado o no». Este «en qué pensaba Dios» ya no necesita más comentarios para señalar la capacidad del pensamiento poético para rastrear las traseras del pensamiento, los sótanos de la filosofía. Un poema que no se entretenga en lo accidental y olvidadizo del ser como el objeto central de su reflexión será cualquier cosa menos un poema. El último texto del libro nos ofrece una impecable formulación de esta condición del pensamiento poético: «el revés del mito». No otra cosa es el poema: «el revés del mito».
    Ahora bien, lo accidental y olvidadizo es en sí mismo inaprehensible, puesto que si encontráramos una categoría para atraparlo, en ese mismo momento dejaría de ser el revés del mito para ser el mito. En esta multiplicidad de lo inaprehensible ha de encontrar la poesía su esencia. Y Mármol la descubre, entre otros muchos aciertos de este libro felizmente editado ahora en España, con una expresión exacta: «la plenitud de lo variable».

[El Ciervo nº 598. Enero de 2001]

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