Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

lunes, 27 de noviembre de 2017

¿Quién fue Jorge Folch?



ANTOLOGÍA POÉTICA, de Jorge Folch 
Selección y prólogo de Enrique Badosa 
Col, Altazor nº1, Café Central, Barcelona, 2000

Una tarde de 1947, en el Patio de Letras de la Universidad de Barcelona, según cuenta Enrique Badosa, se presentó un cuadernillo de poemas que llevaba un título realmente extraño en aquella época: Creso Livio. Su autor era un joven estudiante de 21 años: Jorge Folch. Ahora este nombre va acompañado por dos fechas que descorazonan: 1926-1948. La muerte tiene la virtud exclusiva de dar un valor simbólico a hechos en apariencia cotidianos e intrascendentes. Como la presentación de aquel libro en una tarde de 1947, único acto que tuvo como protagonista, en vida, a su autor.
    Los poemas de Jorge Folch se han publicado en raras ocasiones, tal vez la Antología parcial de Jaime Ferrán, en 1976, sea quien más los ha divulgado. Ahora se editan de nuevo, de la mano de Enrique Badosa, que lamenta en el prólogo la indiferencia hacia una obra poética que, a su juicio, merece estima y consideración. (Entre paréntesis hay que constatar que El Ciervo ha sido una de las pocas revistas, acaso la única, que ha hablado durante estos años de Folch). Culpa Badosa del silencio a los poetas sociales y garcilasistas de posguerra, de quienes Folch se encontraba, por cierto, bastante lejos. Cuando un poeta no entra en sintonía con los gustos de su época (o más pomposamente, el canon) o bien se trata de un literatura naïf, es decir, descolgada a propósito de las dialécticas artísticas de su tiempo —no parece el caso—, o bien adelanta sensibilidades que tardarán años en ser mayoritarias. Se puede afirmar que en la literatura española un título como Craso Livio puede ser considerado normal sólo a partir de 1970, cuando los jóvenes de entonces escribían Truenos y flautas en un templo, Elsinore o Sublime Solarium, por ejemplo. Es decir, 25 años más tarde: una generación después.
    Folch no es un caso único. Hay en 1947 poetas —jóvenes poetas entonces— que escriben al margen del gusto de su época; época que, evidentemente, les deja al margen. En el 47, tres o cuatro poetas cordobeses proyectan crear una revista y fundan Cántico, y en el 47 también, José María Fonollosa inicia su monumental Ciudad del hombre, que sólo vería publicado 40 años más tarde. Los poetas de Cántico, Fonollosa, Folch iban a entenderse mejor varias décadas más tarde que en su momento, y de hecho, fueron los poetas posteriores quienes defendieron su incorporación a la historia de la poesía: Guillermo Carnero estudió y reeditó a los poetas de Cántico y Pere Gimferrer consiguió que se publicara a Fonollosa, el maldito. Pero... ¿qué poeta de esa generación, tan próxima al mundo clásico de Craso Livio, a su cultura y a su tono entre irónico y sublime, habló, estudió o defendió a Jorge Folch? Entre los poetas jóvenes de los 80 sólo recuerdo el entusiasmo de Santiago Montobbio —que a veces resultaba casi proselitismo folchiano— pero.... nadie más. Ni antes, ni después. Sólo le han elogiado los que fueron sus amigos: Oliart, Ferrán, Barral, Badosa... ¿Por qué no hablaron de él, desde su sensibilidad clasicista, Villena, Colinas, Cuenca...? Ahí empieza el silencio. 
    Craso Livio es un libro que coincide plenamente con la sensibilidad culturalista de los 70, pero no agota el interés actual por la obra de Folch. Me gustaría subrayar el valor de sus poemas en prosa: en meras descripciones pormenorizadas (ahora diríamos hiperrealistas) —una taberna del Ensanche, una sala de espera...— prende la tristeza profunda del tiempo, la emoción exacta que transmiten los espacios, los lugares que le dan un sentido no sólo a la vida, sino también al vivir. Poemas aún hoy vigentes.

[El Ciervo nº 600. Marzo, 2001]

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