Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

sábado, 30 de diciembre de 2017

¿Dónde está Luis Pimentel?


BARCO SIN LUCES, de Luis Pimentel 
Linteo Poesía, Ourense, 2001 

En el orgullo con que el siglo XX le ha dado una dimensión hiperbólica al término comunicación se esconde una despiadada soberbia. Nunca como en este siglo los poetas se han beneficiado de tantos lectores, siempre que aceptaran sus reglas de juego: dar una importancia mayor a la publicidad de un hecho que al hecho en sí. Los años de vida de poeta de Luis Pimentel (1895-1958) estuvieron trufados por revistas, movimientos, manifiestos... Él, sin embargo, sólo dedicó tiempo a sus poemas; en uno de ellos se atrevió a escribir: «No dejes una flor ni siquiera un libro. / No mancilles esta pura soledad». Es el lema más opuesto al espíritu del siglo XX que se puede pensar. Y en 1958, a su muerte, Pimentel no dejó ni siquiera un libro; y su soberbio siglo le ha hurtado cuantos lectores brinda con generosidad al más falso de los poetas.
    «Un poeta misterioso —apuntó Ramón Piñeiro— porque hace ya 25 años que se conoce su nombre y se habla de sus versos y aún no ha publicado ningún libro». No es éste el único misterio que rodea a la obra de Pimentel. Recuérdese, por ejemplo, que el entusiasta prólogo de Dámaso Alonso a Barco sin luces se publicó ¡8 años antes que el libro! Otro enigma es saber si Pimentel fue un poeta en gallego o en castellano. Con carácter póstumo se publicaron sus dos títulos esenciales: primero, Sombra do aire na herba (1959), en gallego, y después, Barco sin luces, selección de su obra en castellano. Tal como sugiere Xosé Alonso Montero en el prólogo a esta edición, el castellano posiblemente fuera la lengua literaria del poeta, y los textos en gallego se debieran a traducciones realizadas por sus amigos. No hay que dar demasiada importancia a este hecho. Pimentel quiso que una parte de su obra fuera leída en gallego, y es tal vez la que ha logrado una difusión mayor, amparada en el renacimiento de las letras gallegas en este siglo; pero quiso también mantener otra parte en castellano: Barco sin luces. Esta voluntad bilingüe quizá sólo cuestione la desmedida importancia que se da a la lengua en que está escrita la poesía: «Un poeta verdadero / habla siempre con su sangre».
    Podría pensarse que Pimentel, que en vida sólo publicó un cuadernillo y una docena de poemas en revistas, se apartó también estéticamente de su siglo. Nada más lejos de la realidad. Pimentel escribió desde el epicentro mismo de los conflictos estéticos y temáticos que atravesaron el XX. Su imagen poética es fruto de una personal absorción de las vanguardias históricas: «La tarde es plana, / y hay un beso frío de cemento / y un ángel muerto sobre la hierba». Algunos poemas describen delicadas estampas que recuerdan las aspiraciones poéticas del imaginismo inglés, movimiento coetáneo al poeta; otros son monólogos dramáticos (como «Oración del comisionista»). Un pensamiento de raíz existencial, que arranca en el primer e impresionante poema («En el depósito de cadáveres hay un niño»), recorre sutilmente todo el libro y ofrece símbolos inéditos y personales a la presencia de la muerte: «Si miramos a las manos, / ver que son las nuestras. / Que desaparezca el horror / de creer / que son las de un muerto / desconocido». 
    ¿Dónde está contemplado que Luis Pimentel haya escrito un libro tan extraordinario como Barco sin luces? ¿Puede la poesía española prescindir de un libro como éste, que sólo ahora se imprime por segunda vez exento? Algo habrá que cambiar en la historia literaria del siglo XX para acoger el protagonismo que merece, también en castellano, Luis Pimentel.

[El Ciervo nº 605-606. Agosto-septiembre, 2001]

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