Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

viernes, 5 de diciembre de 2025

Un encuentro y la memoria | Un aspecto de la dramatización externa de los heterónimos [1987]



I

El asombroso volumen de inéditos que Fernando Pessoa dejó como herencia de una vida aparentemente gris –aunque secretamente intensa– a las mujeres y hombres del futuro, ya que sus coetáneos poco tiempo invirtieron en comprenderlo, no se explica sin una continuada «crisis de abundancia» –como nombró el propio poeta a su grafomanía visceral– a lo largo de toda la vida. Las hechuras de esta producción interior, que se venían midiendo a ojo desde la fecha de su muerte, sorprendieron una vez cuando en 1982 vio la luz ese manuscrito de manuscritos que es el Livro do Desassossego. Nadie ajeno al secreto podía imaginar que un material tan valioso y decisivo permaneciera durante cincuenta largos años en el baúl. Esta aventura interior tuvo también su reflejo, aunque de una manera precaria y parcial, en el exterior, es decir en los medios de comunicación literaria habituales en la Lisboa de la primera parte del siglo XX.

         Durante su juventud, Pessoa pretendió –desde revistas como Orpheu o Portugal Futurista– intervenir directamente en la sociedad para modificar sus ya obsoletos gustos y adaptarlos a las nuevas exigencias artísticas. Tarea ésta de la que no recolectó sino incomprensión y rechazo en su momento; y admiración en la posteridad por el noble empeño que la orientaba.

        Durante la madurez Pessoa optó por una exposición elaborada y concienzuda de su quehacer poético; la agresividad vanguardista deja paso a un sereno y ejemplar desarrollo de sus intuiciones literarias –visible en Contemporânea o en la diestra dirección de Athena. Coincidió, sin embargo, esta segunda actitud en un aspecto con la primera: la indiferencia y el fracaso de entonces, y la admiración actual. Tan sólo en el último tramo de su vida Pessoa decidió modificar sus planes publicitarios, simplificándolos notablemente, para así obtener una consideración social como escritor, a la vista de que el público que le era natural estaba incapacitado para comprenderlo en toda su complejidad. Todavía en 1948 –antes de los primeros ensayos sobre su obra– un crítico escribía, literalmente: «se trata de un escritor [Pessoa] singularmente original y oscuro (algunas de sus poesía son incluso incomprensibles)»[1].

         La adaptación a los angostos horizontes de sus anhelados lectores presenta dos caras: antes de nada primó, a la hora de publicar, la parte de su obra que pudiera ser asimilada más rápida y fácilmente, la edición de Mensagem; escribió, después, textos inspirados en una concepción mucho más simple de la literatura, por lo tanto de inmediata comprensión, como es el caso de las Quadras ao gosto popular [2]. Algún resultado obtuvo Pessoa de estos esfuerzos: un lugar en la prensa diaria –pretendido durante muchos años, no siempre consiguió que los directores aceptasen o solicitaran sus originales– y un premio institucional del que hoy guardamos memoria no precisamente por la bondad del libro que lo mereciera –Mensagem–, sino por lo que, en esas fechas, no hubiera despertado ni siquiera la curiosidad del jurado, es decir, la obra heterónima.

A estas tres actitudes sobre el modo de revelar sus escritos, someramente esbozadas, la consideración pública respondió de tres manera diferentes; a la provocación juvenil contestó con una polémica tanto o más agresiva y la descalificación ad hominem; la estela de Athena fue el silencio y la indiferencia; y a la reducción final siguió un discreto reconocimiento institucional digno del menor de los poetas. Ahora bien, alguien debió de darse cuenta, en algún momento, de que su labor literaria poseía rasgos extraordinarios, pues sin ese alguien Fernando Pessoa continuaría siendo para el mundo el nombre de nadie. No parece plausible que ese descubrimiento ocurriera en la etapa vanguardista, donde Pessoa se perdía entre una turba de jóvenes díscolos y, en general, miméticos, entre los que tal vez destacara sólo por sus especiales dotes expresivas e imaginativas. Tampoco parece convincente pensar que Mensagem, considerado aisladamente, hubiera atraído la atención de la posteridad. No es abusivo concluir, por lo tanto, que el germen del interés por el poeta del desasosiego habrá de encontrarse en el territorio de su máximo hallazgo poético: los heterónimos. Pero la revelación primera de los heterónimos, en todas sus dimensiones, está vinculada a la publicación de los cinco números de Athena [3].

Evidentemente, la pública indiferencia con que fue acogida Athena de ningún modo descarta la posibilidad de un asombro y un entusiasmos particulares: alguien en Portugal, es obligado pensar, debió de comprender el alcance de la articulación heterónima, o por lo menos, debió de disfrutar con los aciertos estéticos de los poetas del poeta. Y claro está, así ocurrió: “«Creo que fue en 1925. Había entrado un día, en Coimbra, con José Régio, en la antigua Livreria Moura Marques, y encima de la mesa estaba un número de la revista Athena, aparecida poco antes. Régio hojeó el infolio de portada verde, donde se leía, debajo del título impreso en negro, en caracteres rojos muy nítidos, el subtítulo Revista de Arte [...] [4]. En cierto momento Régio me llamó. Tenía la revista abierta en la página 18. En tipo negro, en lo alto de la página, leí: Odes, y debajo, en caracteres más menudos: Livro Primeiro. Apuntándome una de las odas –eran veinte en total– Régio me dijo: –Lee. Leí [...] Régio me explicó: –Este Ricardo Reis, es, creo yo, un pseudónimo de Fernando Pessoa, el director de la revista. Y, puedes creerme, Fernando Pessoa es un personaje muy importante. Veo en él al mayor poeta del modernismo» [5]. Nos lo cuenta João Gaspar Simões [6], que tenía entonces veintidós años, dos menos que su compañero José Régio.

Como desmesurada o tal vez provocativa, si no decididamente absurda hubiera sido calificada en 1925 la última afirmación de Régio. Hoy una frase análoga sería considerada como una trivialidad, lugar común que nada aporta más allá de un asentimiento generalizado y obvio.

Ese mismo año José Régio leyó en Coimbra su tesis de licenciatura; el último capítulo de su trabajo estaba dedicado al modernismo portugués. Este es el primer intento de interpretación crítica que mereció la generación de Pessoa, las palabras escritas de una tradición exegética que alcanza hoy dimensiones inquietantes.

 

II

Un buen día ambos jóvenes universitarios –editores a partir de 1927 de una revista en Coimbra donde reconocen a los modernistas como mentores, situándolos a idéntico nivel que sus preferencias clásicas [7]– deciden visitar en Lisboa al poeta que inspiró Athena y tanta admiración despertaba en ellos. Los citó Pessoa en el Café Montanha un domingo de junio de 1930. El encuentro tiene hoy un valor emotivo, un encanto que la distancia temporal dora, aunque si alguna trascendencia tuvo esa tarde no fue precisamente la esperada por los más jóvenes. A raíz de lo ocurrido entonces, por ejemplo, Régio se desinteresó casi completamente por la figura humana de Pessoa. Pero, ¿qué ocurrió en el encuentro? En pocas palabras: Pessoa se mostró superficial y lejano, o como dice uno de los testigos, «cortés en exceso, artificial sin precisión y difícilmente escritor»[8].

         La memoria del hecho se reduce a las sucesivas evocaciones posteriores de uno de sus protagonistas: João Gaspar Simões, quien ha dejado constancia de su recuerdo al menos en tres ocasiones. La primera de ellas escrita inmediatamente después de la muerte del lisboeta y dos veces más, ya avanzados los años, los estudios y el relieve universal que la obra de Pessoa paulatinamente alcanzaba. Los textos son a) «Imagem rectificada do poeta Fernando Pessoa», en Diário de Lisboa, 17 de abril de 1936; b) «Posfácio: Fernando Pessoa e a revista Presença», en Cartas de Fernando Pessoa a João Gaspar Simões, Lisboa, 1957 (segunda edición, Lisboa, 1982); c) «Fernando Pessoa», en João Gaspar Simões, Retratos de poetas que conheci, Porto, 1974.

         Al margen de otros recuerdos circunstanciales o de las divagaciones con que Gaspar Simões justifica el olvido de las palabras que se cruzaron –o dejaron de cruzarse– aquel domingo en el Café Montanha –empeño sospechoso en sí mismo dada su excelente memoria en otros casos–, lo interesante de comparar las distintas versiones del episodio es verificar en ellas un evidente proceso de mixtificación, de mixtificación parapessoana, además. El caso ilustra de un modo paradigmático el desmedido edificio de viento que cierta crítica con predisposición mística ha ido construyendo con la personalidad humana de Fernando Pessoa. Veámoslo.

         No parece arriesgado calificar como «fracaso comunicativo» lo ocurrido aquella tarde de 1930 entre la ilusión juvenil de unos y la desesperación escéptica del otro. Pessoa no concedió mayor importancia al incidentes y, en carta posterior, se refiere al acontecimiento de un modo convencional, de cínica trivialidad incluso: «Me hubiera gustado hablar más con usted y con José Régio cuando tuve la alegría de conocerlo; pero la prisa no dejó a la ocasión más que el privilegio de la oportunidad»[9]. No más bella que vacía, la frase no acaba de dar la razón del desencuentro, ¿fue la prisa la causa de una conversación –todo parece indicarlo– plagada de incómodos silencios?

         Por su parte, los jóvenes, o mejor, Gaspar Simões, no podían contentarse con una explicación tan simple. El hecho de que no resultara el primer encuentro lo colmado y natural que se deseaba despertó la necesidad de una interpretación más compleja, más acorde con la materia literaria, que sustituyera las deficiencias de la precaria realidad de aquel domingo de junio en Lisboa. Echó mano para ello Gaspar Simões de la paradójica personalidad lírica del poeta de Orpheu, pero la falta de perspectiva y la carencia de los criterios interpretativos que surgirían en sus estudios posteriores, dejaron la explicación en un confuso circunloquio heteronímico, escaso de significado y orientación: «Fernando Pessoa intentó inútilmente, falseando todas las personalidades, ser una de ellas. Álvaro de Campos no quería comparecer a la llamada: Fernando Pessoa hizo desesperadas llamadas a su ingeniero Álvaro Campos [sic], positivo y dinámico; Alberto Caeiro no compareció porque ya había muerto; Ricardo Reis aparecía y desaparecía, delicado, exacto, metafórico, o sea, muy poco humano» (a). Pero concluye la tentativa de interpretar literariamente un hecho de tan adversa realidad cuando la evidencia del recuerdo, todavía fresco, se impone: «Fernando Pessoa se veía obligado a ser Fernando Pessoa malgré lui, por lo que no llegaba a tener propiamente ninguna personalidad» (a). Pessoa fue Pessoa, se dice Simões, aún a costa suya, con muchos mundos interiores, pero muy poco mundano.

         Cuando veinte años después, en 1957, Gaspar Simões decidió hacer pública su correspondencia privada con Pessoa, éste había dejado de ser el poeta casi desconocido que era en el momento de la muerte. En esas dos décadas se habían sucedido reconocimientos y homenajes; se habían publicado infinidad de artículos exegéticos; en las librerías se hallaban dos libros capitales que descubrían sin ambages su importancia literaria, el de Jacinto do Prado Coelho (1949) y la esmerada biografía del propio Simões (1950); no sólo se le traducía a otras lenguas, sino que también empezaba a levantar interés crítico fuera de Portugal, como demuestra el libro de Joaquín de Entrambasaguas (1955). En 1957, por otra parte, Gaspar Simões había aplicado una serie larga –y polémica– de criterios interpretativos a la vida y obra pessoana. Sobre ambas sus comentarios se extendieron con profusión y afán de exhaustividad. Por ello, cuando en el epílogo al epistolario publicado en 1957 (b) el biógrafo trató de rememorar el instante primigenio de su conocimiento del biografiado, la impronta del hecho estaba ya, tal vez, sin él quererlo, cubierta por la niebla de la distancia, prácticamente perdida; en su lugar bullían las ideas y concepciones suscitadas por la lectura y relectura de la vida y obra del hombre cuya mano había estrechado por primera vez un domingo de junio de 1930. Algo similar ocurre cuando más tarde esboza el retrato del poeta de Athena (c).

         Ahora las razones del «fracaso comunicativo” son ya otras, otro es ya el sujeto evocador y, al final, parece como si fuera otra la realidad evocada. «Ese primer contacto con la singular personalidad del hombre de Orpheu [...] provocó en José Régio, creo, cierta decepción, ¿Por qué?» (b). La cuestión se plantea en 1957 en términos parecidos a como se había enfocado en 1936, pero la respuesta es sorprendentemente otra: «Porque Fernando Pessoa [...] en lugar de comparecer personalmente a la entrevista, envió por él, digámoslo así, a una tercera persona: ¡ni más ni menos que el Ingeniero Álvaro de Campos! De forma que, mucho menos natural que su progenitor, el hombre de la Ode Marítima se nos mostró tal como era: además de ingeniero, algo así como una sofisticada personalidad» (b). La misma respuesta que consolidará el retrato de 1974: «Tímido como era, sin ninguna duda, Pessoa, el Pessoa corresponsal extranjero, prefirió encargar al Ingeniero Álvaro de Campos, hombre de mundo, espíritu sensacionalista, hacer las honras de la casa a los jóvenes críticos de Coimbra” (c). Idea ésta que reitera en términos análogos nada menos que cinco ocasiones en las cuatro páginas que dedica a relatar el episodio.

         ¿Estamos ante una traición de la memoria? No parece el caso. Repite Simões, al referir la suplantación de la personalidad real por la ficticia, la frase «así nos pareció». Pero evidentemente no debió de ser esta la impresión original del momento, en el café Montanha, puesto que en ese caso el texto de 1936 (a) la expondría con nitidez. Más bien parece una impresión a posteriori en la que la crítica literaria ha prestado sus esquemas interpretativos a la narración de la realidad. La diferencia no es únicamente de matiz: quien se interese por el episodio no puede obviar que no está frente a un hecho de la realidad aportado por la memoria de un testigo, sino ante una postura crítica que toma partido a favor de una concreta interpretación de la obra pessoana.

         La mayor y más formal difusión de las versiones (b) y (c) ha generalizado la idea de Pessoa como dramatizado también externo –en la realidad– de su «drama en personas». La comparación que precede no quiere decir que no lo fuera; apenas demuestra que en este caso no pasó de la imaginación de un crítico.

 

III

Una interpretación anómala, una construcción crítica predispuesta más hacia el misticismo que hacia la realidad, acaba por desalentar incluso a sus difusores. No ha de resultar extraño, por lo tanto, que un crítico como João Gaspar Simões, que ha escrito miles de páginas exegéticas sobre el quehacer pessoano  –no todas tan desafortunadas como las aquí citada, claro– sea capaz de dudar, en un momento en concreto, de la validez literaria del objeto de su paciente estudio, y escribir algo tan increíble como esto: «Pues bien: estoy absolutamente convencido de que todos nosotros somos víctimas de una misma equivocación, y no me excluyo del número de engañados. Fernando Pessoa no quiso ser otra cosa sino eso mismo: un mixtificador. [...] Hemos caído en la trampa. Hemos sido realmente burlados, como fueron burlados sus amigos para quien él preparó, conscientemente, la gran payasada de sus heterónimos» [10].

         Por fortuna no es difícil advertir que Fernando Pessoa no es más una triste excusa para el ascenso y súbito derrumbe de cierta manera de entender la literatura. Ni Pessoa representó su ficción heterónima en el Café Montanha, ni por supuesto sus ficciones heterónimas son una payasada. Simplemente el crítico mixtificador ha caído víctima de su propia mixtificación. Quede como aviso a los futuros navegadores de la vida y la obra del genial portugués.

 

NOTAS

[1]. Raimundo de Castro Meireles. «O modernismo: Fernando Pessoa». Novidades, Lisboa, 27-IV-1948.

[2]. Tal como ha enfocado el problema recientemente [1987] Alfredo Margarido en diversas publicaciones.

[3]. Athena. Revista de Arte, dirigida por Fernando Pessoa y Ruy Vaz, publicada entre octubre de 1924 (nº 1) y febrero de 1925 (nº 2).

[4]. Continúa aquí la descripción de la portada que suprimimos por estar disponible una edición facsímil de la revista en Contexto Ed. (Lisboa, 1983).

[5]. El subrayado es nuestro: indica que la palabra modernismo se toma en el sentido portugués, es decir, equivalente a «vanguardia», muy distinto a su homófono castellano.

[6]. Fragmento extraído del texto (c).

[7]. Desde sus primeros números la «Folla de Arte e Crítica» Presença –nombre que recibe además la generación literaria que nace con la revista– reivindica a los modernistas como maestros, aunque en el proceso de madurez abandonen las características vanguardistas y representen, ante estas, casi una contrarrevolución, como ha mostrado Eduardo Lourenço.

[8]. Fragmento extraído del texto (a).

[9]. Carta del 28 de junio de 1930, en Cartas de Fernando Pessoa a João Gaspar Simões, pág. 44.

[10]. Citado por Eduardo Lourenço, Fernando Pessoa Revisitado, Lisboa, 1981.

 j

[Publicado en Anthropos 74/75, Julio-Agosto de 1987. Págs. 119-123]


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