EL CABALLO, de Lorenzo Gomis
Col. El hombre sentado, El Ciervo, Barcelona, 2000
Uno de los primeros libros que en los años 50 que asume con decisión la crisis del realismo, y también con una clarividencia que aún hoy pasma, es El caballo, obra de un poeta que entonces tenía 27 años, Lorenzo Gomis (1924-2005). Su tercera edición se publica en la colección «El hombre sentado» de El Ciervo.
En 1951, El caballo supuso una toma de postura, singular pero nada tímida, frente a la construcción de una retórica realista (en su triple aspecto de contexto cotidiano, lengua coloquial y temas coyunturales), y, sobre todo, una sabia respuesta a la creación de una conciencia existencialista, y a la obsesión, tan propia de las diversas posguerras, por el silencio de Dios. Como ocurre en las grandes obras, el diálogo con las ideas de la época se percibe latente, pues lo que se lee es una propuesta poética autónoma. Para este fin, Gomis convoca diversos elementos de la imaginación vanguardista de inicios de siglo: se distingue fácilmente la iconografía —la feria, la animalización...—, los sujetos poéticos fantasiosos, el tono irónico y despreocupado, las descripciones levemente oníricas, el humor absurdo y, sobre todo, la búsqueda de una mirada hacia el mundo absolutamente inocente, original, ingenua, libre de las ataduras de la angustia, sea filosófica o histórica. Esta tramoya de aire vanguardista, no exenta de valentía en un momento de máximo desprestigio y aversión a cuanto supuso la vanguardia histórica, no escenificaba sin embargo el caos y la irracionalidad para la que había sido ideada en las primeras décadas del siglo XX, sino todo lo contrario. Tal como observó Pere Gimeferrer en su prólogo de 1978 a la segunda edición del libro, Gomis se caracteriza por «la voluntad de ordenar el Universo... como Jorge Guillén, Josep Carner, Wallace Stevens o William Carlos Williams».
En esta doble indisciplina, frente al existencialismo y frente a lo irracional, se funda el valor excepcional de este libro, que si por una parte tuvo la osadía de ofrecer una respuesta a quienes clamaban por el abandono de Dios, por otra se atrevió a construir un discurso enteramente racional y ordenador con materiales procedentes de la poesía que se propuso acabar con la razón y el orden del universo. Ambas singularidades mantienen hoy su encanto. El primer efecto actual de El caballo es el rejuvenecimiento de su época. La literatura suele transmitir la imagen de una posguerra gris, sórdida y envejecida que se encuentra en las antípodas de la impresión que produce el libro: los dos muchachos, en «La feria», viendo como les nace «un poco de futuro / en medio de las manos enlazadas», son el emblema de quienes deciden no sucumbir a las miserias de su tiempo. Como el león que ruge antes de que le traigan «la latita azul de la costumbre», el gigante al que le gustaría ser hormiga o el sol que agitaba la gorra exigiendo verano inútilmente... personajes de fábula que pintan, con su chispa y sus colores brillantes, bigotes sobre el retrato en blanco y negro de la época. El segundo efecto, que apuntó ya Gimferrer y es necesario subrayar ahora, es la sorprendente dimensión polisémica de los poemas de Lorenzo Gomis. Aquella alteración inicial en el significado de los materiales seleccionados, que con tanta destreza convierte en alegóricos, proporciona a los textos una compleja estructura de sentidos que avanzan en paralelo y van desde el más contingente —la crítica a la vida mortecina de la posguerra— hasta el más ambicioso —la voluntad de reinterpretar la historia del ser humano desde un punto de vista insólito en la acritud de la época: la ternura.
[El Ciervo nº 599. Febrero, 2001]
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POESÍA COMPLETA EN CASTELLANO, de Lorenzo Gomis
Universidad Popular José Hierro, San Sebastián de los Reyes, 2002
Este volumen presenta, en primer lugar, el dibujo que Lorenzo Gomis ha ido trazando con sus libros en algo más de 50 años de escritura poética. Abre sus páginas El caballo (1951), título esencial en la poesía de la Generación del 50 y contrapunto en solitario a la corriente que dominaba la época, una suerte de existencialismo social de cuyo tono apesadumbrado quiso en seguida apartarse Gomis para celebrar con sus versos la fantasía del mundo y el don del vivir. En los títulos sucesivos su obra continúa construyéndose sobre los certeros pilares que ya van a sustentar su experiencia poética: el uso de una métrica clásica, a contracorriente del versolibrismo dominante; la ironía y el juego verbal como tono privilegiado de conversación poética; y, como núcleo, la meditación de un hombre de cultura, atento a lo esencial que prende en lo cotidiano —la única vida desde la que la reflexión no deriva en idealismo—, y atento también a la trascendencia como fuente de sentido frente a la nada. En este punto estaba la obra conocida de Lorenzo Gomis antes de que este volumen le añadiera un título inédito, El bostezo del león, que con sus 77 poemas —tantos como años del poeta en el momento de la edición— tiene uno más que el más extenso de sus títulos anteriores. Y recrea todos los tonos y las voces («Soy los que fui» se titula un poema) de sus distintos libros: desde la fábula —o antifábula— con animales hasta el lirismo que no se oculta «debajo de la gorra», desde la mirada civil hasta la creencia religiosa, desde la metapoesía hasta la contemplación de la naturaleza.
«Lo humano no es el hombre, es lo que deja: / es la muñeca que olvidó la niña»... En El bostezo del león lo humano, podíamos decir parafraseando estos versos escritos en Ampurias, no son los temas, es la rima. En el gusto por la rima (pareados, sonetos, sextas rimas) se descubren las razones últimas de la escritura de Gomis: el artificio de la rima otorga al poema la distancia adecuada para contemplar la realidad sin dejarse arrastrar por sus contingencias, es en él tanto un tropos sonoro como semántico, pues la rima resulta el camino más directo para mirar con ironía; le proporciona también un método para encauzar sus osadías verbales, para explorar fantasías que, por estar sometidas a unas reglas arbitrarias, a un juego infantil se podría decir, subrayan la inocencia del discurso, característica perseguida por Gomis desde sus primeros poemas; y en tercer lugar la rima es en sí misma un tema medular del poeta: su perfección, su armonía conciertan con el mundo, en la convicción más íntima, pleno, armónico, colmado de sentido.
Hay en El bostezo del león excelentes poemas, divertidos unos, penetrantes otros, pero quizá su significado global sea el de ratificar con su fertilidad —la extensión, la flexibilidad para acoger asuntos coetáneos, la riqueza de matices— una apuesta que lanzó Gomis en su primer libro cuando lo tenía todo de cara: la vida, la poesía, el mundo. El caballo afirmaba la convicción íntima de que la muerte y su vacío no eran una condición de la vida. Han pasado los años, 50, y ahora es el momento de ratificar aquella convicción, y Lorenzo Gomis lo ha hecho sin alharacas ni estridencias, con serena maestría, en este bostezo del león que exhala la aceptación tranquila —la ironía es signo inequívoco de la ausencia de nerviosismo— de la muerte como tránsito entre una plenitud vivida y otra, aunque enigmática, por vivir: «Si hay otra vida, es otra pero es vida».
«Lo humano no es el hombre, es lo que deja: / es la muñeca que olvidó la niña»... En El bostezo del león lo humano, podíamos decir parafraseando estos versos escritos en Ampurias, no son los temas, es la rima. En el gusto por la rima (pareados, sonetos, sextas rimas) se descubren las razones últimas de la escritura de Gomis: el artificio de la rima otorga al poema la distancia adecuada para contemplar la realidad sin dejarse arrastrar por sus contingencias, es en él tanto un tropos sonoro como semántico, pues la rima resulta el camino más directo para mirar con ironía; le proporciona también un método para encauzar sus osadías verbales, para explorar fantasías que, por estar sometidas a unas reglas arbitrarias, a un juego infantil se podría decir, subrayan la inocencia del discurso, característica perseguida por Gomis desde sus primeros poemas; y en tercer lugar la rima es en sí misma un tema medular del poeta: su perfección, su armonía conciertan con el mundo, en la convicción más íntima, pleno, armónico, colmado de sentido.
Hay en El bostezo del león excelentes poemas, divertidos unos, penetrantes otros, pero quizá su significado global sea el de ratificar con su fertilidad —la extensión, la flexibilidad para acoger asuntos coetáneos, la riqueza de matices— una apuesta que lanzó Gomis en su primer libro cuando lo tenía todo de cara: la vida, la poesía, el mundo. El caballo afirmaba la convicción íntima de que la muerte y su vacío no eran una condición de la vida. Han pasado los años, 50, y ahora es el momento de ratificar aquella convicción, y Lorenzo Gomis lo ha hecho sin alharacas ni estridencias, con serena maestría, en este bostezo del león que exhala la aceptación tranquila —la ironía es signo inequívoco de la ausencia de nerviosismo— de la muerte como tránsito entre una plenitud vivida y otra, aunque enigmática, por vivir: «Si hay otra vida, es otra pero es vida».
[El Ciervo nº 617-618. Agosto, septiembre de 2002]
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