Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

jueves, 6 de septiembre de 2018

Miguel Torga: el poeta en su diario



También en la historia de la poesía portuguesa la fecha de 1927 se ha convertido en un hito. Aquel año de celebraciones gongorinas en España, en Portugal aparecía una revista, Presença,  que acabó por vertebrar desde Coimbra la generación central del siglo XX. Esta coincidencia sin embargo resulta meramente cronológica, pues presenta sentidos poéticos radicalmente opuestos. Mientras en el 27 español se sitúa el punto de apertura de la tradición poética hacia la vanguardia, el 27 portugués señala el momento en el que la poesía le cierra la puerta a la vanguardia —la seguida por la generación anterior, la de Fernando Pessoa— y se rearma de tradición. De hecho el ámbito intelectual de Presença tiene más elementos en común con el 98 que con las ideas de sus coetáneos españoles. En 1927 Miguel Torga, que aún no había decidido adoptar este seudónimo, tenía 20 años y era un estudiante que aspiraba a entrar en la Universidad. Su paso por la revista fue breve, aunque la huella que dejó en la época resultó bastante más intensa. No era Torga sin embargo amigo de grupos y comunidades. Desde el principio sabía que la suya era una senda no transitada: «Dejen pasar al que va en su camino». Es el verso inicial de su Diario y emblema de un arte poético solitario, «Que va lleno de noche y de desgarro».
            Amador Palacios reúne en Los primeros poemas del Diário / Odas (Ed. Regional de Extremadura, 2018) los 46 textos en verso que Miguel Torga incluyó en el primer volumen su célebre Diario, de cuya prosa existe una amplia selección traducida al castellano por la editorial Alfaguara. Este colocar los poemas entre las páginas de una escritura memorialista abre inmediatamente vasos comunicantes entre verso y prosa. Muchos de los poemas están en relación con lo ocurrido en la vida del autor durante un día. «Vine a ver…», es una perífrasis que se repite, aunque este tipo de estructuras no introducen la esperada descripción, sino una idea: «Vine a ver lo que soy». Escritos en un diario que retrata las circunstancias cotidianas del autor, estos versos construyen un contrapunto conceptual, una manera de condensar el significado de lo vivido. Y este papel de los poemas en el Diario proporciona de paso una pequeña lección: esa comprensión abstracta de lo real mantiene la identidad poética frente al oleaje de la prosa, capaz de arrastrar detalles, anécdotas, historias… Mientras el poema proporciona el tono: «Sin ninguna razón, / El día puso un manto de tristeza».
            Por el contrario, muchos poemas que empiezan con un concepto existencial («La vida está hecha de nadas»), continúan con precisas descripciones («Como una madre haciéndole una trenza a su chiquilla») que entregan al lector una realidad que de repente ha cobrado la dimensión de una metáfora. Y esta es también otra función de la poesía desde la escritura diarística, la de mostrar la densidad simbólica de lo real, actividad que Miguel Torga realiza con extraordinaria generosidad.
            El volumen se cierra con la traducción de otro de los primeros libros poéticos de Torga, Odas, un título que connota la poética generacional de redescubrir en el clasicismo argumentos que amurallen la tradición frente a los vientos de la vanguardia. Un prólogo del traductor, Amador Palacios, completa el volumen con lúcida información sobre el contexto de este primer período literario de Miguel Torga.

[ABC Cultura, 4 de septiembre de 2018. Enlace.]

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