John Berger, Páginas de la herida
Visor. Madrid, 1996
Una vez alguien le preguntó a John Berger qué rasgos de intimidad en los hogares antiguos han perdido los de hoy. A Berger le suelen preguntar cosas así, como si fuera un oráculo del presente; un oráculo pobre y sin sistemas pero capaz de fijar la mirada en lo que realmente está ocurriendo. Cada día lo citan más —con gesto de clavo ardiendo— los náufragos de todas las izquierdas: tras el fracaso de tanta grandilocuencia Berger ha empezado a reconstruir la ideología desde abajo, desde palabras humildes como «emigrante» o «solidaridad». Tras la pregunta se quedó en silencio, pensando, dos o tres minutos. Dos o tres minutos en silencio, pensando, tras una pregunta es un tiempo que desquicia a cualquier interlocutor. Luego empezó a hablar con rapidez. Dijo que en París tenía dos amigos, polacos, de unos treinta años. No es raro que sus amigos, como gran parte de sus lectores, tengan unos treinta años. En Polonia él había estudiado ingeniería, pero en París trabajaba como albañil y ganaba más que en Varsovia como ingeniero. Ella limpiaba casas. Vivían en una habitación de unos pocos metros cuadrados. En el cuarto apenas cabía una cama, que durante el día se guardaba contra la pared, y dos cajas. En una caja, la cocina; en la otra, el baño. Un día ella compró en un mercadillo una palmatoria. Sólo le costó un franco. La arreglaron. El domingo siguiente él compró una lámpara de aceite destrozada. La restauraron. Ahora tienen 52 lámparas colgadas en la pared de ese cuarto minúsculo. Algunas noches, cuando él regresa cansado de la obra, ella enciende cuatro o cinco. Estas son las respuestas de Berger, su oráculo humilde y sin grandilocuencia.
John Berger no sólo ha escrito libros en todos los géneros, sino que con frecuencia los ha mezclado. Sin demasiadas pretensiones: en medio de un libro de ensayos incluye algunos poemas y dos o tres narraciones. También en las novelas aparecen poemas de vez en cuando. Sus libros sobre arte siempre se titulan con algún sinónimo de mirar y explican lo que nadie suele contar. Por ejemplo: por qué son buenos algunos cuadros de Picasso y por qué otros son rematadamente malos. Nada en Berger responde a una clasificación convencional: no es novelista, ni crítico de arte al uso, ni filósofo, ni dramaturgo, ni poeta... siéndolo todo a la vez. Es inglés pero ha vivido muchos años en las montañas de la Alta Saboya. Ahora [1996] reside en París. Acaba de cumplir setenta años y se mueve por Europa con una reluciente motocicleta de gran cilindrada.
Estas mezclas que hace Berger el lector las entiende enseguida y no tienen nada que ver con el batiburrillo que Visor acaba de publicar con el título Páginas de la herida. Resulta descorazonador comprar algunos títulos de esta editorial, como aquellas irritantes ediciones de Sandro Penna o de Raúl González Tuñón. En Páginas de la herida hay, para empezar, dos libros muy distintos. Bajo el epígrafe «I» se reúne una colección de poemas que se imprimen sin la versión original, algo imprescindible en cualquier poeta contemporáneo. Pero lo peor aparece después. Tras el epígrafe «II» y sin mediar nota ni comentario alguno, se incluye un libro entero de Berger, uno de sus mejores libros, que, además, poco tiene que ver con la poesía y menos con una prosa supuestamente poética. Se trata una pequeña y secreta maravilla de la literatura actual: Y nuestros rostros, mi vida, breves como fotos. De este título existe una versión anterior, dignamente impresa, en Hermann Blume, de 1986, que quizá ni siquiera esté agotada. La singularidad e importancia de un libro como éste queda desdibujada en ese lugar secundario, gratuito e inadecuado, e incluso favorece que la desorientación interfiera en su lectura.
Y nuestros rostros... convoca todos los tonos y géneros que coexisten en Berger, y está construido como una meditación de cámara sobre el tiempo y sobre el espacio, las dos líneas que al cruzarse forman la vida; eso que, como dice Berger cuando se le pregunta por ella, y tras pensarlo durante un par de minutos: «es algo que han conocido los muertos».
[Clarín nº 3. Mayo, junio, 1996]
Información importante, de realidades ilusorias. gracias
ResponderEliminarPosdata; ¡un aprendiz de blogger.!
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