Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

martes, 4 de diciembre de 2018

Mística de la elegía. «Desvelo», de María Elena Martínez Abascal



María Elena Martínez Abascal, Desvelo 
Col. A la sombra de los días, Santander, 2018

Desvelo es el tercer libro de María Elena Martínez Abascal (1960). Se publica en una colección santanderina dirigida por Miguel Ibáñez y Luis Alberto Salcines, estudioso y antólogo de la poesía cántabra. La nota de solapa señala que la autora nació en Santander, pero reside desde su juventud en Barcelona. En la primera página el libro aparece dedicado A mi padre, que fue, según indica también la nota, el cantante de ópera y zarzuela conocido como Marco Túnez, cuyo nombre era Vicente Martínez Máñez (1918-1987).
         Los datos apuntados, a partir de la dedicatoria, sobrevuelan el libro: «Se dibuja el recuerdo en la carne invisible / fragmentos de una luz abandonada / en el barro que cubre la agonía del mármol». El tono elegíaco impregna las tres partes del conjunto, tres poemas articulados en fragmentos, unos muy breves y otros de mayor extensión, escritos en forma de silva blanca —una base de endecasílabos y heptasílabos en la que hay un diestro uso de versos quebrados y algún eneasílabo—, elaborada con una delicada precisión métrica. Esta es sin duda, la primera virtud de Desvelo.
         Algunas de las palabras de la cita elegíaca —carne, luz, barro, mármol… junto a otras igualmente significativas, como noche, brazos, manos, tierra…— aparecen y se reiteran en las imágenes que se expresan en los fragmentos; actúan como ejes de una simetría semántica que van trazando en el poema un movimiento elíptico. Un constante girar en torno a la huella de contenido que cada uno de estos términos  aporta. Este recurso técnico, desenvuelto con gran maestría, consigue establecer un tono líquido, es decir, en constante oscilación. De modo que el aire elegíaco que domina el libro no proviene solo de lo que afirmen los términos, sino, sobre todo de su articulación sintáctica, ese juego de repeticiones en el que las mismas palabras van creando secuencias distintas. De tal modo que la elegía no solo es un significado sino también, y especialmente, una sensación que envuelve la lectura. Un significado que sobrevuela el significado. Así, en varios fragmentos consecutivos se leen imágenes diversas sobre un único término: «Eres tu propia tierra poseyéndote», «La tierra hiere la memoria…», «aguardan a ser hijos de la tierra», «…buscan el árido / aliento de la tierra»… En distintos contextos, diferentes connotaciones y en posiciones diversas la reiteración establece un vínculo invisible que ejerce de eje de simetría que va girando sobre sí mismo, dibujando la elipse elegíaca.
         Tres partes —«Fervor», «Encuentro», «Anhelo»—, tres poemas y tres elipses significativas.  La primera es un cántico a la introspección y sus claroscuros: «las cenizas / de mi sendero oscuro». Lo primero que hay que anotar es la ausencia de una expresión lineal del contenido. Fruto de ese  movimiento elíptico el avance es siempre paradójico. En esa búsqueda interior bien «Renace la mirada»; bien, en la siguiente estrofa, «Resucita el silencio / donde las olas ciegan el espacio». Es decir, el poema ve y no ve al mismo tiempo el «camino» que recorre «en espejos dormidos».
         «Encuentro» es un poema de delicadísima carnalidad: «Renace el viento» es su primer verso. Una carnalidad de las percepciones («Los frutos de sus labios reavivan / el hálito encendido de mis manos»), de las sensaciones («abrasada mi carne por un roce de sombras»), en suma, del conocimiento. Una carnalidad de raíz mística («Despierta recorrí la sombra de la noche…») que establece también un ascenso —un acercamiento, una comprensión— en el que la elipse significativa deviene en espiral. Movimiento áureo que vira hacia el punto del que nace  —«la nieve entre sus brazos»—, el sentimiento elegíaco.  «Anhelo», tercera y última parte del libro, es la asunción del presente: «Y descender lejana / al mar— / al tiempo».
         En su conjunto, Desvelo señala la corrección que la idea de la muerte establece sobre la triple vía del ascenso místico: una curva ascendente que conduce, a través de la introspección, hacia el «encuentro» con el ser ausente, que por esta condición no puede culminar el proceso y desencadena una curva descendente que regresa de nuevo al tiempo cronológico, un movimiento que tiene un sentido capital: «engendra la palabra».  El libro, «el tiempo ya carne, / resucitado». Un libro que no es un mero lamento elegíaco, sino la vía elegíaca del conocimiento.

[Inédito]

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