María Elena Martínez Abascal, Desvelo
Col. A la sombra de los días, Santander, 2018
Desvelo es el
tercer libro de María Elena Martínez Abascal (1960). Se publica en una colección
santanderina dirigida por Miguel Ibáñez y Luis Alberto Salcines, estudioso y antólogo de la
poesía cántabra. La nota de solapa señala que la autora nació en Santander,
pero reside desde su juventud en Barcelona. En la primera página el libro
aparece dedicado A mi padre, que fue,
según indica también la nota, el cantante de ópera y zarzuela conocido como
Marco Túnez, cuyo nombre era Vicente Martínez Máñez (1918-1987).
Los datos apuntados, a partir de la dedicatoria, sobrevuelan
el libro: «Se dibuja el recuerdo en la carne invisible / fragmentos de una luz
abandonada / en el barro que cubre la agonía del mármol». El tono elegíaco
impregna las tres partes del conjunto, tres poemas articulados en fragmentos,
unos muy breves y otros de mayor extensión, escritos en forma de silva blanca
—una base de endecasílabos y heptasílabos en la que hay un diestro uso de versos
quebrados y algún eneasílabo—, elaborada con una delicada precisión métrica. Esta
es sin duda, la primera virtud de Desvelo.
Algunas de las palabras de la cita elegíaca —carne, luz,
barro, mármol… junto a otras igualmente significativas, como noche, brazos,
manos, tierra…— aparecen y se reiteran en las imágenes que se expresan en los
fragmentos; actúan como ejes de una simetría semántica que van trazando en el
poema un movimiento elíptico. Un constante girar en torno a la huella de contenido
que cada uno de estos términos aporta.
Este recurso técnico, desenvuelto con gran maestría, consigue establecer un
tono líquido, es decir, en constante
oscilación. De modo que el aire elegíaco que domina el libro no proviene solo de
lo que afirmen los términos, sino, sobre todo de su articulación sintáctica,
ese juego de repeticiones en el que las mismas palabras van creando secuencias
distintas. De tal modo que la elegía no solo es un significado sino también, y
especialmente, una sensación que envuelve la lectura. Un significado que
sobrevuela el significado. Así, en varios fragmentos consecutivos se leen imágenes
diversas sobre un único término: «Eres tu propia tierra poseyéndote», «La tierra
hiere la memoria…», «aguardan a ser hijos de la tierra», «…buscan el árido / aliento de la tierra»… En distintos contextos, diferentes connotaciones y en posiciones
diversas la reiteración establece un vínculo invisible que ejerce de eje de simetría que va girando sobre sí
mismo, dibujando la elipse elegíaca.
Tres partes —«Fervor», «Encuentro», «Anhelo»—, tres poemas y
tres elipses significativas. La primera es un cántico a la introspección y
sus claroscuros: «las cenizas / de mi sendero oscuro». Lo primero que hay que
anotar es la ausencia de una expresión lineal del contenido. Fruto de ese movimiento elíptico el avance es siempre
paradójico. En esa búsqueda interior bien «Renace la mirada»; bien, en la
siguiente estrofa, «Resucita el silencio / donde las olas ciegan el espacio».
Es decir, el poema ve y no ve al mismo tiempo el «camino» que recorre «en
espejos dormidos».
«Encuentro» es un poema de delicadísima carnalidad: «Renace
el viento» es su primer verso. Una carnalidad de las percepciones («Los frutos
de sus labios reavivan / el hálito encendido de mis manos»), de las sensaciones
(«abrasada mi carne por un roce de sombras»), en suma, del conocimiento. Una
carnalidad de raíz mística («Despierta recorrí la sombra de la noche…») que establece
también un ascenso —un acercamiento, una comprensión— en el que la elipse significativa deviene en espiral. Movimiento áureo que vira hacia
el punto del que nace —«la nieve entre
sus brazos»—, el sentimiento elegíaco. «Anhelo»,
tercera y última parte del libro, es la asunción del presente: «Y descender
lejana / al mar— / al tiempo».
En su conjunto, Desvelo
señala la corrección que la idea de la muerte establece sobre la triple vía del
ascenso místico: una curva ascendente que conduce, a través de la introspección,
hacia el «encuentro» con el ser ausente, que por esta condición no puede culminar
el proceso y desencadena una curva descendente que regresa de nuevo al tiempo
cronológico, un movimiento que tiene un sentido capital: «engendra la palabra».
El libro, «el tiempo ya carne, / resucitado».
Un libro que no es un mero lamento elegíaco, sino la vía elegíaca del
conocimiento.
[Inédito]
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