Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

domingo, 17 de marzo de 2019

La espiritualidad del Vacío



Kabir (1440-1518) fue, en palabras de Jesús Aguado (1961), «el más importante poeta devocional de la India». Del valor de esta corriente para la poesía universal nos ha informado el mismo exégeta en diversas traducciones, la última ¿En qué estabas pensando? (Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2017). Y el propio Aguado ha convertido esta fértil tradición que tan bien conoce en semilla creativa de uno de sus mejores libros, Los poemas de Vikram Babu (2000). De una manera sucinta estos serían los datos —el conocimiento histórico, la divulgación literaria y la creación apócrifa— que preceden al poema que da título a su nuevo libro, Dice Kabir y otros poemas (Pre-Textos, Valencia, 2019). 
    De Kabir el traductor Jesús Aguado ha explicado también el carácter sincrético tanto de su confuso origen como de su doctrina, que no solo utiliza «símbolos y creencias…. del hinduismo y del islamismo», sino que sitúa «sus enseñanzas más allá y al margen» de ambas corrientes. Y el poema que recupera en el título su nombre, 500 años después de fallecido, junto al verbo de dicción que introduce la enseñanza («Dice Kabir: / si encuentras la Palabra, / ¿qué más te queda por hacer?») prende en esta concepción sincrética. En una de las estrofas del poema Jesús Aguado reúne —y los une en sintagmas de una única frase— a Shiva, Kali, Buda, Mahaviras, Mahoma, Cristo, Zaratustra y Krishna. Ahora bien, en esta utópica relación de dioses y profetas falta un invitado. De hecho, el anfitrión de todos ellos en el presente: «Hermano, / en el centro del mundo es el Vacío / quien lo gobierna todo». La «Nada» y su poeta, Kabir, una voz que renace para anunciar su final: «Un Vacío que borra / con un gesto a Kabir y a sus hermanos». Este es el punto de partida filosófico del extraordinario poema que es «Dice Kabir»: la necesidad que tiene la religión del presente, la Nada, de conciliar su concepción de la vida con las religiones que le preceden, para crear, aunque resulte paradójico pensarlo, su propia espiritualidad. La intuición, ahora ya poética, de que Kabir, amparado por su heterodoxia religiosa, pueda ser el poeta del presente es el arranque del acierto del poema. Con su estilo anafórico, su lenguaje vivaz y la atención a lo concreto de su pensamiento, lejos de cualquier abstracción, Jesús Aguado ha sabido componer el gran poema filosófico de un presente abrumado por su paradójico dios, el que crea la inexistencia de cuanto existe. 
    El título añade un convencional… y otros poemas sobre el que el lector empieza a sospechar que no debe serlo tanto, pues la primera parte, «Dice Kabir», incluye otros dos poemas más y la segunda son los «Otros poemas». Uno y cinco, nombrados como tres y tres. Es posible que no haya ningún enigma en ello, salvo la enigmática condición de cuanto existe.
     Esos otros cinco extensos poemas forman en torno a «Dice Kabir» una sucesión de círculos a través de los cuales cobra protagonismo uno de los elementos esenciales de este epicentro. El círculo inmediato es, en el segundo poema del libro, la condición apócrifa. «La invención de la pólvora» es una antología apócrifa de poetas chinos sobre sus descubrimientos científicos, en la línea que abrió para la literatura española Max Aub otorgándole a la otredad la capacidad de creación no solo individual (como habían hecho Fernando Pessoa o Antonio Machado), sino como una voz colectiva dentro de la época que pone en cuestión a la propia época. Y este cuestionar resulta paralelo a la lección del Kabir apócrifo: «El Maestro, por fin, / le pidió prestadas su mente y sus manos / al Vacío».
    El siguiente círculo es el conocimiento y lo protagoniza el tercer poema, «Anillos de los árboles». Kabir solo puede encarnar la conciliación de las religiones porque las conoce. Y siendo ahora la Nada su dios, cuando lo que vive desaparece deja el rastro anillado en una caligrafía, como los árboles una vez talados. Este texto, de raíz erudita, aunque de una erudición muy próxima a la simple memoria del lector, convoca pensamientos de la literatura universal sobre el legado secreto de los árboles. El sentido de este poema, aunque cabría denominarlo con mayor propiedad sección, lo proporciona una cita de Edmon Jabès: «el camino del conocimiento no existe pero sí existen los anillos de los árboles».
    De estos dos poemas que completan junto a «Kabir dice» la primera parte de libro cabría realizar una observación. Es fácil detectar una tendencia común de la poesía contemporánea hacia el sincretismo de género. La concepción lírica con frecuencia busca su renovación en la absorción de rasgos propios de otros géneros, en general de índole narrativa o dramática. Jesús Aguado propone en sus últimos títulos (Hormigas en el cielo, de 2011, es otro ejemplo) una simbiosis singular ente la poesía y el ensayo. De hecho, ambas secciones, «La invención de la pólvora» y «Anillos de los árboles», presentan una estructura propiamente ensayística, con nota introductoria y biografía de los poetas el primero y con un aporte de datos en el segundo. Pero concebidos ambos como poemas, a partir sobre todo del papel que representan en el libro como extensiones hacia el ensayo de conceptos presentes en el poema central del libro, el que le da título. De una forma gráfica se podría explicar como de un tronco poético nacen ramas que se extienden y entrelazan con el fruto de otro tronco de carácter ensayístico, nutriéndolo con una impronta de distancia objetiva que innova el decir lírico.
    La segunda parte, «Otros poemas», añade tres círculos más al epicentro del poema de Kabir, aunque quizá no como nuevos conceptos añadidos, sino como interpretaciones en la vivencia del presente de los temas ubicados en un pasado mítico o histórico en la primera parte. Así, «Intemperie del deseo» es un descarnado poema sobre la herida que causa la pérdida del deseo —«Qué hacer cuando te sientes / deseado por nadie y siendo nadie, // vacío de vacío»—, en un claro paralelismo con el vacío metafísico del poema inicial. «Roquedal» es, a su vez, un estremecedor encomio de una otredad esencial que va mucho más allá del planteamiento de heterónimos y apócrifos: «si te acogen las rocas como roca, / merece esa quietud y ese silencio». Y el tercero, «Me acuerdo de María Zambrano», cierra el círculo abierto por el alegato de Kabir sobre el gobierno del vacío con el aporte de la experiencia personal del conocimiento: «Me acuerdo de que yo dejaba de ser yo / y me recomenzaba y me extinguía / como un puente quemándose antes de construirse». Es decir, también el tiempo del dios paradójico de la Nada posee su propio rito devocional: salir del yo, abandonarlo, una y otra vez, para seguir siendo yo durante un instante, antes de que al siguiente el yo de nuevo se extinga en su lucha con la muerte, náufrago aferrado a lo escrito en el anillo de un árbol.

[Inédito]

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