Las
notas biográficas convencionales señalan que Maria Azenha nació en Coimbra, un
mes de diciembre de 1945, que en su ciudad estudió y se licenció en
Matemáticas, disciplina que más tarde impartiría en distintas universidades y
en la Escola de Ensino Artístico António
Arroio, en Lisboa. Un interés algo mayor posee el dato de que es autora de
una veintena de libros de poesía desde que en 1987 publicara Folha Móvel, y también pintora, con
obras expuestas en diversas ocasiones. Ha realizado innumerables recitales de
poesía y ha publicado un disco con su voz acompañada por una guitarra
portuguesa (O Mar Atinge-nos, 2009). Y
tal vez, la presentación más certera que se pueda realizar de Maria Azenha no
sea la acumulación de referencias sino la simple lectura o audición de uno de
los poemas incluidos en el disco, «Balada para un nombre», que traducido suena
así:
mi nombre es María. nunca mis padres
supieron que
así me llamaba.
los pájaros me arrastraban hacia el
interior de la casa. Lo cantaban.
y yo permanecía en silencio.
en esa época tendría unos cuatro o
cinco años. recuerdo que
escribía con los dedos apuntando al
suelo el agua de mi nombre. y veía un río correr
por toda la tierra.
quizá fueran afluentes encendidos en el
mar caliente del cuarto. donde aún hoy desgarro
ramos de sangre en el pecho
para habitar entre aves
Los
rasgos más importantes de la obra de Maria Azenha aparecen enunciados en los
versos —el acendrado lirismo, la naturaleza significativa, el sentido
ecuménico, la imaginación sin paredes y la extrema sensibilidad ante el dolor…—
mediante símbolos —«mi nombre», «los pájaros», «toda la tierra», «en el mar…
del cuarto», «ramos de sangre»—.
Simbolismo
es, de hecho, el término que más se repite entre los críticos que se han
acercado a la obra poética de Maria Azenha, aunque no siempre señalen un
idéntico significado bajo la misma palabra. Para Enrique Dória «…todo es
simbólico, simultáneamente imaginario y real». Esta doble condición temática reconoce
uno de los valores clásicos del símbolo. Para Risoleta Pinto Pedro, sin
embargo, «En la poesía, el estilo es el símbolo», es decir, una característica
que emana de las formas. Pedro Fernandes observa que en la autora «todo está
alineado para un único propósito y su poesía es percepción simbólica en torno a
una palabra, como aguas que corren hacia un mismo embalse. Se trata —continúa
el crítico— de una poesía cuyo interés es reanimar las fuerzas que integran el ser-mundo,
en una especie de retorno a la comunión entre las dos formas, reencuentro,
afirmación de una totalidad». O dicho, con otras palabras, lo simbólico en los
poemas sería el propósito filosófico de cerrar la herida producida por la
fragmentación de la experiencia.
Lo cierto es que en la poética de Maria
Azenha conviven las tres interpretaciones del simbolismo: un tratamiento
temático que sitúa al mismo nivel la experiencia y la imaginación; un estilo
metafórico, alusivo y elíptico; y una intención clara de atenuar con los versos
las limitaciones en la percepción impuestas por el pragmatismo de la
civilización actual. Ahora bien, la intensidad con la que se manifiestan estos
valores en la obra de la poeta ha variado en el curso de los años y en la
sucesión de los libros. Y posiblemente el lector tenga en sus manos el título
en el que se manifiestan con mayor equilibrio las cualidades simbólicas de su
poesía, un punto de inflexión claro entre dos épocas de escritura.
Hasta la edición en 2016 de La casa de leer en lo oscuro predomina
en la obra de Maria Azenha lo que se podría denominar un simbolismo endocéntrico, que tiende hacia la
construcción de un único símbolo central a partir del cual se ramifica y cobra
sentido la percepción de lo existente. El estilo tiende a la condensación,
incluso a la brevedad extrema —A Sombra
da Romã, en 2011, por ejemplo, es un conjunto unitario de poemas la mayoría
de solo dos versos—, y a la intensidad. Y tema y motivos surgen vinculados,
como es obvio, al eje simbólico vertebrador. Tal vez el libro capital de este
primer período sea De amor ardem os
bosques, volumen publicado en 2010 donde la poética de la autora alcanza la
cumbre de ciertas características que perseguía su escritura desde sus inicios,
como el misticismo, la espiritualidad, la poética del silencio y de la soledad y
el lirismo más diáfano: «No escribas la palabra piedra si no tienes a mano / una piedra / no digas la palabra agua si nunca quisiste morir / no
pienses la palabra llama si el
corazón no arde».
La novedad relevante de La casa de leer en lo oscuro con
respecto a la poesía hasta este momento escrita por Maria Azenha es de orden
temático. Tras una paulatina disolución del núcleo significativo vertebrador de
sus libros, la fragmentación entrega la unidad del conjunto a los motivos que
desarrolle cada uno de los poemas. Se trata, por lo tanto, de un simbolismo ya exocéntrico, que es el que a partir de
este libro va a dar impulso a los títulos que le siguen, estos ya con una sorprendente
transformación estilística —lenguaje directo, prosaísmo, oralidad, técnicas de
vanguardia, ironía, mezcla de cultura literaria y cultura popular y poemas
extensos—, como se comprueba en títulos como Xeque-Mate (2019).
La
casa de leer en lo oscuro
mantiene los rasgos formales de la primera formulación simbolista de la poeta —la
que Pedro Fernandes denomina con propiedad «revelación»—, y es el estilo que
emerge de la imaginación lingüística de la autora y su capacidad para
conceptualizar mediante metáforas densas y elípticas, pero el propósito
temático ha variado, como esclarece el propio crítico, ahora no va «de dentro
hacia fuera, revelación; sino de fuera hacia dentro, recreación». Y el amparo
filosófico de esta mudanza también acierta a mostrarlo Pedro Fernandes, «porque
el mundo es interpretación y no situación dada». Es decir, culminada la
reunificación de la experiencia interior, Maria Azenha decide emprender con
este libro un proceso de integración, en su universo lírico personal, de una
realidad exterior invertebrada: violenta, caótica, injusta y doliente. Se
produce en las páginas que siguen una fusión entre una interpretación moral de la realidad y la imaginación simbolista del lenguaje.
La escritora Maria Estela Guedes ha
relacionado este libro con la técnica tenebrista de artistas como Caravaggio,
que consistía en «cubrir con pinturas oscuras grandes superficies de tela para
resaltar el color claro de la carne», lo que en el libro busca «llamar la
atención para lo que la oscuridad del libro ilumina». En el mismo sentido,
apunta Guedes, que la Obra al negro
de los alquimistas se proponía descubrir la luz en la caótica materia a través
de su progresivo perfeccionamiento. Ambas comparaciones resultan pertinentes
para la lectura de La casa de leer en lo
oscuro, versos en los que la luz vertida por el lenguaje poético sobre la
materia oscura de una memoria y un presente trágicos logra entregárselos al
lector iluminados.
[Maria Azenha, La casa de leer en lo oscuro, Ed. Trea, Gijón, 2019]
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