Cuaderno de crítica literaria | José Ángel Cilleruelo

viernes, 16 de julio de 2021

Aspiración al desengaño | «Me muero», de Isabel Bono


Dentro de las estrategias que existen para lograr la invisibilidad literaria se suele insistir en la única que raras veces ha existido: la obra inédita. Tanto Pessoa como Kafka, los dos grandes mitos de la ausencia de publicaciones, tuvieron en vida la oportunidad de publicar y la usaron, astutamente, para desviar las miradas de las maravillas que guardaban en sus cajones. El modo que Isabel Bono ha practicado para pasar inadvertida en el panorama poético de las tres últimas décadas es exactamente el opuesto. Su bibliografía literaria alcanza la treintena de títulos con Me muero (Bartleby, Madrid, 2021), entre ellas dos novelas, dos cuentos y el resto, una obra poética en diferentes registros. Un magma de ediciones y cuadernillos que solo en raras ocasiones repite editor y está esparcido por toda la geografía peninsular (incluido Portugal) e insular. Un rastro difícil de seguir. Incluso para sus lectores.

         Dentro de esta dispersa colección poética hay libros con poemas muy breves y también muy extensos. Escritos a modo de collage o en versículos anafóricos. Con mayúsculas iniciales y puntuación o sin una cosa ni la otra. Composiciones con título o sin título. A veces con un predominio de lo narrativo o, al contrario, abstractas y casi gnómicas. Pese al calidoscopio de las formas poéticas (tal vez otra estrategia diversiva), la obra de Isabel Bono posee una sorprendente unidad lírica y también estilística que subyace a la marea de formas y publicaciones. Y dentro de ese conjunto hay también ya algunos títulos decisivos en su trayectoria, como la compilación Poemas reunidos Geyper (2009), Pan comido (2011), Brazos, piernas, cielo (2012) y ahora, Me muero.

         La poética de Isabel Bono, que en el presente volumen se despliega con todos sus matices, se construye mediante la simbiosis de opuestos. En un primer plano, sobre una cotidianidad descrita con la minuciosidad y concreción de una estética realista («quedan las hojas secas y el mantel puesto / la cama sin hacer y las horas insomnes»), se inscribe un universo de elementos simbólicos (pájaros, árboles, charcos), sin matices, reiterativos y polisémicos (en el mismo poema citado arriba: «se acabaron las ganas de correr hacia los charcos / no quedan pájaros ni frutos en las ramas»). El vínculo entre ambos mundos se establece, cuando aparece, a través de verbos de pensamiento («me pregunto», «temo que», «deseas», «tuve», «quise», «imagina», «vendrán» …). Sobre este constructo básico se establece una tensión, tanto sobre la concreción realista como sobre la polisemia simbólica, hacia territorios de la irracionalidad, pero no ubicados en la tradición surrealista, sino, y resulta lo más sorprendente, de la propia tradición fabuladora. El recurso principal es la prosopopeya, que se aplica tanto a objetos como a conceptos. Como ejemplo emblemático se puede leer el poema «me dejo violar por el dolor en un vagón vacío», en cuyo final se desvela la personificación que asiste a todos los versos: «el dolor y yo dormidos / mecidos por una nana siniestra». Otros recursos que contribuyen a esa inclemencia discursiva son las paradojas («los pájaros / vaciando el cielo») o las sentencias aforísticas a contracorriente de las convenciones: «poco amor o poca vida / no es tan malo».

         En este marco voluble de signos poéticos se inscriben los temas de Isabel Bono con análoga inestabilidad. No siempre los asuntos más reiterados son los más relevantes. El «miedo», por ejemplo, asoma en multitud de poemas, pero más decisivo y axial parece el amor, aunque resulte menos visible. Un texto que empieza «cuando sea vieja / recordaré cómo nos conocimos», concluye: «y solo entonces / adivinaré el peso de este amor». El desengaño y la desilusión parecen flotar en la mayor parte de estos poemas. Es un tema barroco que la poesía conoce bien como nostalgia de la edad de oro perdida. La poeta parece darle un giro cronológico: la nostalgia desengañada no lo es por lo irremediablemente perdido, sino por lo que, disfrutándolo en el presente, como poseedora del oro del tiempo, ignora el sentido de lo áureo: «[Yo] capaz de hacer girar el sol / alrededor de tu boca / … / que era inmortal y lo sabía / ahora no sé nada // ha llegado junio / y no sé nada». O teme su pérdida, aunque no se haya producido: «y el amor se transformará en frío». La desilusión como imposibilidad de ilusionarse por aquello que ilusiona. 


[Clarín nº 153. Mayo-junio, 2021]

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